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Algunas posibilidades de uso de encuestas de opinión en la investigación sobre partidos políticos: líneas y sugerencias1

I. Introducción

El presente documento se propone tres objetivos modestos, pero que también supongo precisos: en primer lugar, sugerir la conveniencia de recurrir al uso de encuestas de opinión pública como instrumento apropiado para el estudio de diferentes aspectos relativos a los partidos políticos en América Latina; en segundo lugar, ilustrar algunas posibilidades de su utilización; y, finalmente, proponer algunos lineamientos temáticos y operativos para el desarrollo de proyectos de investigación comparativos.

La estructura general del trabajo es la siguiente: en el punto ii se resumen algunos antecedentes y se discuten, en términos sumarios, algunos aspectos relativos al estado del arte en América Latina —con particular referencia a los países del Cono Sur—; en el punto iii se ilustran en términos generales algunas posibilidades del uso de las encuestas de opinión para el estudio de ciertas características de los partidos, los sistemas de partidos o las estrategias de estos, y en el punto iv se sugieren algunas bases que podrían contribuir a la definición de una estrategia de investigación comparativa.

Aunque probablemente sea obvio, antes de entrar en tema conviene aclarar que no pensamos que las encuestas de opinión sean el único ni el mejor instrumento disponible para elucidación de estos temas en un contexto comparativo. Nos parece, sin embargo, que son, por cierto, un instrumento muy útil, particularmente apto para indagar ciertos temas en un marco comparativo stricto sensu, y que hasta el momento las ciencias sociales latinoamericanas las han utilizado en forma escasa, poco sistemática y con un aprovechamiento ciertamente menor que el que podría obtenerse en el marco de una estrategia de largo aliento.

II. Antecedentes y contexto

El uso de las encuestas de opinión pública en la predicción electoral, en la definición y evaluación de estrategias de campañas electorales, en el análisis de las imágenes de candidatos y partidos y en el estudio de los problemas constitutivos de las agendas de problemas políticos en juego tiene larga data,2 y aunque, eventualmente, la historia del desarrollo de estas resulte particularmente interesante, carece de interés con relación a nuestro tema.

Sin embargo, es interesante notar que aun cuando las encuestas se desarrollaron especialmente orientadas hacia los objetivos indicados en el párrafo anterior, desde sus propios inicios las técnicas en cuestión resultaron útiles para indagar en algunas características relevantes de los partidos o sistemas de partidos. Desde los clásicos estudios de Lazarsfeld y sus colegas a principios de los años cuarenta,3 pasando por los intentos eventualmente más sistemáticos de Campbell, Converse y los suyos desde los cincuenta,4 hasta los más modernos, reservados y más típicamente marketing oriented de Whirtlin o Caddell,5 el conocimiento de las características de los partidos políticos norteamericanos, sus bases de reclutamiento, sus estrategias políticas y hasta su estructura informal se ha desarrollado significativamente como resultado de los conocimientos arrojados por los polls, y, más allá de los temas estrictamente ligados a los partidos, la comprensión de las principales variables de entorno6 ha permitido entender en mayor medida múltiples aspectos relativos a la competencia política dentro del sistema de partidos.

Es interesante anotar que, si nos alejamos del sistema político ­norteamericano —obviamente, el más trillado en el uso de este tipo de encuestas, ya sea con fines políticos, periodísticos o académicos— iguales consideraciones podemos hacer para el resto de los sistemas políticos de los países occidentales más desarrollados, sean estos sistemas democráticos consolidados o sean sistemas en transición. Para referimos a casos particularmente relevantes desde el punto de vista de muchos países latinoamericanos, el más notorio es por cierto el español, donde los estudios sobre la base de encuestas han tenido un rol difícilmente sustituible para definir y entender las estrategias de los partidos en el proceso de transición y han permitido, además, echar luz en forma particularmente significativa sobre problemas como las bases sociales de los partidos —muy cargados, en España, de consideraciones meramente ideológicas en el peor sentido del término.7

En el caso latinoamericano, la historia es, obviamente, diferente, aunque existan indicios de que comienzan a verificarse cambios. Si nos atenemos a los países del sur de América Latina, es posible verificar que en la mayoría de ellos, en la misma medida en que comienzan a registrarse señales de apertura y retomo a la democracia, las actividades de encuesta de opinión pública comienzan a desarrollarse en términos bastante acelerados, y, en muchos casos, con un grado de intencionalidad y vinculación académica antes desconocido en estos países.8 En el caso brasileño, por ejemplo, desde principios de la década de los setenta se registran indicios de desarrollo académico en la utilización de encuestas de opinión, a través del convenio de cooperación realizado en 1972 entre iuperj y la Universidad de Michigan,9 y a principios de la década de los ochenta se materializa una etapa significativa de desarrollo a partir de la coordinación del idesp, que comienza con estudios interestatales en 1982 y culmina, en 1986, con el montaje de sistemas de panel.10 En el caso argentino, desde principios de la década de los ochenta se comienzan a verificar avances significativos en los estudios de opinión, en el marco de diversas modalidades operativas que incluyen vínculos más o menos formales entre instituciones académicas y sociedades privadas de consultoría, que permitieron desarrollos significativos en el estudio de variables de cultura política y en materia de instrumental metodológico.11 En el caso uruguayo, el recurso a encuestas de opinión es de larga data,12 pero adquiere un desarrollo probablemente inusitado desde 1984,13 y en el caso chileno, finalmente, en los últimos dos años se han desarrollado avances significativos mediante el recurso a encuestas de opinión en un contexto que es, por lo menos, particularmente dificultoso.14 No disponemos de información precisa sobre otros países, pero existen indicios de actividades sistemáticas de investigación de buena calidad de Ecuador, Venezuela y Costa Rica, y en un lapso probablemente breve se supone su comienzo en Paraguay.

La novedad de la experiencia, la debilidad de los vínculos académicos entre diversos países —y aun dentro de ellos—15 y la fuerte diversidad de contextos políticos en que se desarrollaron las diferentes experiencias de encuestas determinan que, hasta la fecha, no pueda hablarse de una tradición latinoamericana en la materia, y, que, por el momento, sean muy escasos los resultados obtenidos que permitan un tratamiento comparativo.16 Sin embargo, parece claro que ahora sí nos encontramos en condiciones de definir una estrategia que permita encarar ese tratamiento y, como resultado de ello, contribuir a definir esa tradición.

III. Algunas aplicaciones

Con fines ilustrativos, nos proponemos mostrar cuatro usos posibles de las encuestas de opinión pública en el tratamiento de temas que, directa o indirectamente, hacen a la investigación sobre partidos. En algún caso, esos usos permiten llegar directamente a un abordaje comparativo a partir de la propia y sola utilización de las encuestas; en otros, son apenas un insumo para mejorar las condiciones de análisis de temas que son susceptibles de enfoques comparativos, pero cuya comparabilidad no surge directamente de las encuestas sino de la cantidad de teoría e imaginación que las complementen. En ninguno de los ejemplos usados se trata de mostrar resultados originales desde el punto de vista conceptual, sino, tan solo, de sugerir las posibilidades del instrumento en cuestión y, sobre todo, mostrar que permite obtener resultados que por lo menos complementan —y, en ocasiones, superan— los que pueden obtenerse mediante el recurso a otros tipos de técnicas de uso más generalizado o, eventualmente, más prestigioso.

Los temas elegidos son cuatro: el clásico tema de las bases sociales de los partidos políticos —donde las encuestas de opinión «compiten» con los análisis de datos agregados por circunscripciones—; el también clásico tema de los valores, las ideologías o las ideas políticas —donde las encuestas al menos complementan técnicas emparentadas con el viejo análisis de contenido o con el más moderno análisis del discurso—; el tema, menos clásico pero eventualmente más relevante de las estrategias de los partidos, donde las encuestas permiten mejorar la información tradicionalmente obtenida mediante entrevistas de dirigentes y más modernamente tratada de acuerdo a las diversas posibilidades de la teoría de juegos o de la teoría de la decisión; y, finalmente, el tema menos atendido pero no por ello menos importante de la evaluación del estado y tendencias del entorno de actitudes políticamente relevantes, donde las encuestas de opinión pública —al menos en los casos en que se encaran en términos de sistemas continuos—17 no parecen tener alternativas de resultados o prestigio equivalente, al menos por el momento.

1. Las bases sociales de los partidos

El tema de las bases sociales de los partidos políticos es muy viejo, discutido y todavía eventualmente discutible. Con propósitos de complicar su discusión, puede argumentarse que no son lo mismo las bases sociales de los partidos que las bases sociales del voto, y que la elucidación de quién votó a quién no necesariamente decide en forma definitiva el primer problema, que requiere, además, determinar los intereses que el partido representa, los sectores que el programa del partido beneficia o, aun, las bases sociales de la militancia fiel.18

Obviamente, no vamos a resolver aquí semejante problema. En cualquier caso, sin embargo, con un enfoque que quizás peque por excesivamente pragmático puede responderse que, sea cual sea la elucidación del problema, no es de ninguna manera trivial saber quién votó a quién, que lo es en mucha menor medida si además podemos saber por qué, y que tanto esas preguntas como las interrogantes por la base social de la militancia fiel pueden ser respondidas inmejorablemente por estudios desarrollados sobre la base de encuestas que, además, permiten un inmediato abordaje comparativo.

La discusión sobre las bases sociales del voto mostró avances significativos años atrás con el desarrollo de los estudios de geografía electoral19 y con la creciente difusión de los instrumentos analíticos dirigidos al estudio de datos agregados por circunscripciones, ampliamente generalizados desde los sesenta.20 Pero estos estudios muestran al menos cinco limitaciones significativas y desigualmente reconocidas que conviene recordar.

En primer lugar, los estudios con base en datos agregados implican el obvio aunque muchas veces olvidado riesgo de la falacia ecológica: del hecho de que un partido X obtenga una proporción alta de votos en un distrito que tiene alta proporción de obreros industriales no puede inferirse que sean los obreros industriales los que votaron por el partido en cuestión. En segundo lugar, los estudios de este tipo normalmente caracterizan los distritos en función de datos secundarios obtenidos en momentos del tiempo bastante distantes del momento en que se verifican las elecciones, lo que puede generar distintos tipos de errores de interpretación: no necesariamente el distrito X tiene la misma proporción de obreros industriales en el momento del censo que en el momento de la votación. En tercer lugar, los estudios elaborados con base en datos agregados normalmente se ven restringidos en términos del número de variables independientes que puedan incorporar, naturalmente restringido en función de la disponibilidad de información secundaria sobre cada distrito. En cuarto lugar, los estudios de este tipo de variables que pueden utilizar, normalmente limitadas a ciertas características estructurales del distrito y esencialmente inaptas para caracterizar ideas, opiniones, actitudes o motivos. Finalmente, una quinta dificultad del método —que, en puridad, probablemente debiera considerarse incluida en la anterior— deriva de la intrínseca incapacidad del método para distinguir entre tipo de votantes según su grado de identificación con el partido, de fidelidad en la votación y de participación política.21

Por todas estas razones, y salvo por las dificultades derivadas de su mayor costo y de los mayores requerimientos de tiempo y equipos, las encuestas de opinión pública parecen ser un instrumento más apto que sus alternativas para el estudio de las bases sociales de los partidos. Como veremos, el caso uruguayo lo ilustra con bastante claridad.22

En el caso del sistema político uruguayo, hasta principios de la década de los setenta, los análisis más habituales de las bases sociales de los partidos estuvieron orientados en los clásicos esquemas representacionales de raigambre más o menos explícitamente marxista. Aun cuando en el ámbito académico no se desarrollaron plenamente, las opiniones más generalizadas sobre el sistema de partidos tendían a asociar el Frente Amplio a los trabajadores, el Partido Nacional a diversas configuraciones sociales de origen rural, trabajadores por cuenta propia y sector informal urbano, y el Partido Colorado a estratos medios urbanos, empleados públicos y algunos segmentos de empresarios y trabajadores ligados a la industria. De hecho, un análisis de este tipo parecería legitimarse por la fuerte correlación entre ocupación y voto encontrada en la mayor parte de los países de América Latina y por los resultados obtenidos por los estudios de datos agregados desarrollados en el Uruguay.23

Sin embargo, los primeros estudios de opinión pública desarrollados en las elecciones de 1966 y 1971 permitían poner en duda esa percepción, pero el bajo prestigio de la técnica, el bajo grado de expertise disponible para el campo y el análisis de datos y las muchas dificultades específicas de las primeras encuestas realizadas con estos fines24 llevaban a no tomar demasiado en cuenta sus resultados.

Cuadro 1. Voto en 1984 por variables básicas

A la luz de los conocimientos actualmente disponibles y afirmados durante casi cuatro años en más de 30.000 entrevistas, sin embargo, parece claro que se hace necesario rediscutir en el Uruguay el tema de las bases sociales de los partidos. Aun cuando sigue siendo cierto que los votos al Frente Amplio aumentan aceleradamente cuanto más alta es la proporción de obreros industriales en la población económicamente activa, sin embargo, no son los obreros industriales los que votan al Frente Amplio: siguiendo el clásico procedimiento de Boudon al discutir los determinantes de la movilidad social,25 un modelo de independencia entre ocupación y voto está mucho más cerca de los datos que cualquier modelo de determinación de este último por la primera. De hecho, como puede verse en el cuadro 1, al menos en el caso montevideano, las variables ocupacionales tienen muy escasa incidencia sobre el voto,26 y, por el contrario, factores como la educación, la edad y la autoidentificación ideológica —obviamente interactuantes— parecen tener mucho mayor peso.

Sin el recurso a encuestas de opinión pública, entonces, no se podría haber descartado en forma concluyente el primer lote, demasiado sencillo, de hipótesis sobre las bases sociales del voto. Claro está: con el solo recurso a las encuestas, es difícil elaborar una teoría alternativa. Pero parece bastante claro que, al menos, se ha logrado una mejora en el conocimiento del tema, y que ciertas afirmaciones tradicionales hoy por hoy no pueden ser sostenidas. Con un buen esquema de encuestas, además, es seguramente posible avanzar y mejorar la calidad de las respuestas.27

2. Valores, ideas, culturas políticas y partidos

Las relaciones entre los referentes de términos tales como valores, ideas, actitudes, ideologías, culturas y partidos políticos son también un tema clásico y complejo. No es demasiado claro cuál es el significado preciso de cada uno de esos términos ni si es el caso de que todos sean estrictamente necesarios para completar un esquema de análisis satisfactorio, pero sí es claro que, en cualquier caso, bajo diversas formulaciones, han concentrado la atención de las ciencias sociales y que, desde mucho tiempo atrás, las ciencias sociales latinoamericanas le dedicaron al tema una buena dosis de atención y esfuerzo, con éxito diverso y resultados que son, por lo general, opinables.28

En algunos enfoques, que no sería incorrecto calificar como historicistas, aun cuando quizás los que los desarrollaron no se sintieran representados en esa calificación, la vinculación entre valores, ideas, actitudes, ideologías y partidos encuentra su manifestación más clara en ciertos momentos decisivos de la historia de estos últimos y, muy particularmente, en su génesis. En otros enfoques, las ideas y valores de los partidos pueden encontrarse en estado más o menos diáfano en los principales documentos y textos que definen el programa y las posiciones del partido. En unos terceros, eventualmente, el encuentro con las ideas supone el recurso a técnicas más o menos precisas y sofisticadas, que permiten la reconstrucción del discurso del partido y de sus dirigentes en instancias que, sin perjuicio de su heterogeneidad, se suponen representativas o reveladoras —según sea el esquema básico— de algo que por definición está más allá de ellas pero con lo cual mantienen una relación que, si no es biúnica, es mucho menos equívoca. En todos, sin embargo, el conjunto de ideas se recoge en niveles que implican instancias más o menos orgánicas de la vida del partido, asumiendo sin cuestionamientos la posibilidad de tratarlo como colectivo, actuando como un todo, y a través de personas que asumen roles de liderazgo, suponiéndose, mediante inferencias que no siempre son explícitas o no siempre son claras, que esas ideas son acogidas, de una forma u otra, por el conjunto de los seguidores del partido, ya sean estos sus cuadros, sus seguidores más fieles o —inclusive— sus votantes.

No es demasiado claro en qué medida esta inferencia es legítima. Pero los estudios elaborados con base en encuestas permiten, sin duda, evaluar su legitimidad, al menos en los casos en que la encuesta es posible:29 la encuesta revela mejor que otras técnicas aspectos relativos a la distribución de ciertas ideas, valores o pautas entre los adherentes a un partido, permite evaluar el peso relativo de diversas ideas o valores y permite estudiar la intensidad de la adhesión a estas, con lo cual puede tratar en forma más adecuada los problemas derivados de la heterogeneidad interna de los partidos. y las encuestas permiten, además, determinar el grado en el que la adhesión a un partido de ideas político es, efectivamente, cuestión de ideas o, por el contrario, resultado de la movilización de otro tipo de mecanismos.30

Los ejemplos con que se puede ilustrar la discusión anterior son múltiples. Elegimos uno que, probablemente, tenga dificultades para su tratamiento comparativo directo, pero que nos parece suficientemente adecuado como para ilustrar el problema que nos ocupa: el reconocimiento de diversos conjuntos de ideas como elementos útiles para orientar la política nacional uruguaya.

Se indagaron diferentes conjuntos de ideas, como puede verse en los cuadros 2 y 3, y los resultados allí presentados permitirían discutir muchas cosas. Una de las más relevantes, creo, refiere a la significación de los conjuntos de ideas designados como batllismo, nacionalismo, socialcristianismo, socialismomarxismo31 en el conjunto de la población. Sin extremar las cosas, puede decirse que cuarenta años atrás las cinco familias políticas uruguayas reconocían sus vínculos con esos cinco conjuntos de ideas en forma marcadamente diferencial: la mayoría de los ligados al Partido Colorado valorizaban particularmente las ideas batllistas,32 todos los ligados al Partido Nacional se definían, de diversas maneras, como nacionalistas, los adherentes a la Unión Cívica —pequeño partido de origen católico— se identificaban públicamente con el socialcristianismo, el Partido Socialista se identificaba obviamente con el socialismo y el Partido Comunista marcaba, además, una obvia identificación con el marxismo. No existe suficiente información sobre el tema, pero bien puede afirmarse que, sin perjuicio de algunos cruces a nivel de élites políticas, en el conjunto de la población probablemente eran muy escasas las identificaciones cruzadas.

Cuadro 2. Indicadores de actitud frente a diferentes corrientes de ideas
según voto en 1984 (1)

(1) Los porcentajes debieran sumar 100 en forma vertical dentro de cada conjunto de votantes. No suman porque se extraen los casos de neutralidad, por razones de espacio.

Fuente: Equipos Consultores Asociados, 1985.

Cuadro 3. Indicadores de actitud frente a diferentes corrientes de ideas según autoidentificación ideológica (1)

(1) Los porcentajes debieran sumar 100 en forma vertical dentro de cada conjunto de la variable «autoidentificación ideológica». No suman porque se extraen los casos de neutralidad, por razones de espacio.

(2) Incluye izquierda y centroizquierda.

(3) Incluye derecha y centroderecha.

Fuente: Equipos Consultores Asociados, 1985.

¿Cómo son hoy las cosas? La información de los cuadros 2 y 3 es interesante, en primera instancia, por la elevada proporción de personas que no tienen opinión formada sobre el valor de los diferentes conjuntos de ideas y la variación del nivel medio de sin opinión por identificación partidaria o autoidentificación ideológica. Pero la información es más interesante aún —al menos, en el contexto de la política uruguaya— en función de la distribución de las opiniones sobre cada conjunto de ideas. Por ejemplo, el conjunto que los encuestados evocan cuando hablamos de batllismo sigue siendo mayoritariamente aceptado entre los votantes del Partido Colorado y es rechazado en forma bastante fuerte entre los votantes del Partido Nacional y del Frente Amplio —donde, en términos políticos, la principal fracción se reconoce a sí misma como batllista— pero, al mismo tiempo, recoge su mayor adhesión entre personas que se autoidentifican en la derecha y registra relativamente baja adhesión entre las que se identifican con el centro: si el batllismo fue, inicialmente, un tipo de identificación que expresaba posiciones a la izquierda del espectro político,33 parece claro que hoy no es así, si nos atenemos a las evaluaciones realizadas por la población. Pero no es el único caso interesante: si se observan los cuadros 2 y 3 se verá que el conjunto de ideas evocado por el término nacionalismo sigue siendo mayoritariamente aceptado por los votantes del Partido Nacional, pero parece recoger adhesiones en un espectro muy amplio de autoidentificaciones ideológicas, por lo que el nacionalismo parece haber recorrido un camino bastante diferente al batllismo, pasando de ser una corriente ideológica de raigambre más bien conservadora a una posición que puede, eventualmente, tener capacidad de convocatoria en diversos segmentos del espectro político.

Para los observadores uruguayos, los resultados también son interesantes cuando se analiza la aceptación de términos tales como socialcristianismo, socialismo o marxismo. En el caso del socialcristianismo es el grupo de ideas que se ubica en un segundo nivel de aceptación dentro de los votantes del Partido Nacional y del Partido Colorado, pero, curiosamente, tiene mínima aceptación —y, aun, mayor rechazo que aceptación— dentro de los votantes del Frente Amplio, coalición donde justamente se encuentra el mayor partido socialcristiano del país. y el conjunto de ideas llamado socialismo, aun cuando es fundamentalmente aceptado entre los votantes del Frente Amplio, recoge alguna aceptación entre votantes del Partido Nacional y —aunque mínima— dentro de los votantes del Partido Colorado. El marxismo, en fin, es también mayoritariamente aceptado dentro del Frente Amplio, pero solo es aceptado dentro de él y, aun dentro del propio Frente, recoge rechazo de una proporción atendible de población.

¿Expresa esto una mejora dentro de nuestra comprensión del papel de las ideas, valores, ideologías o pautas dentro del sistema político uruguayo? Pensamos que aunque sea una mejora modesta, realmente expresa una mejora. Claro está: mientras en el caso de los resultados relativos a bases sociales de los partidos los datos de las encuestas producen avances claros —aunque fueran meramente refutarios—, en este caso simplemente se sugieren algunas pistas que debieran ser integradas en un marco más amplio y complementadas a través de diferentes técnicas. Seguramente, ese marco puede ser desarrollado en muy buena medida a través de las propias encuestas,34 pero también seguramente las encuestas tienen, en este aspecto, algunos límites intrínsecos que son difíciles de superar. Sus resultados, por lo tanto, debieran ser complementados.

Es difícil, sin embargo, identificar las formas en que otras técnicas pudieran abordar el problema de la distribución de las ideas y el problema del grado de intensidad en su adhesión. Como estos temas parecen ser realmente importantes en cualquier análisis sobre ideas, nos parece claro que cualquier estrategia orientada a indagarlas debiera recurrir también al uso de encuestas.

3. Las estrategias de los partidos

No debe ser extraño, por cierto, que las encuestas de opinión pública sean particularmente útiles para el análisis de las estrategias de los partidos políticos, en la medida en que uno de sus principales usos extraacadémicos es, justamente, el contribuir a definir esas estrategias.

Sin embargo, hasta el momento las encuestas no han sido utilizadas como elemento nuclear del estudio de estrategias, más frecuentemente analizadas a partir de entrevistas a dirigentes políticos cuando no con base en la pura observación. En las aproximaciones más sofisticadas, las aplicaciones de teoría de juegos, de técnicas de simulación o de la teoría de la decisión han arrojado luz sobre cuestiones estrategias específicas, aun cuando por el momento no se hayan obtenido resultados significativos universalmente aceptados.

El caso uruguayo también nos servirá para evaluar las posibilidades de las encuestas en la definición de estrategias de los partidos o para indicar los límites de dichas estrategias: en rigor, si no fuera por la información de encuestas, el análisis de la estrategia de la oposición y el análisis de la política de alianzas del Frente Amplio sería bastante más pobre de lo que efectivamente es.

¿Qué nos dicen las encuestas sobre las estrategias de la oposición en un sistema de partidos como el uruguayo y en un sistema político donde es particularmente difícil la obtención de mayorías? Dicen muchas cosas: por una parte, desde fines del año 84 y con más intensidad desde principios del 85, las encuestas dicen que la opinión pública premiará —ceteris paribus— a la oposición responsable y tiende a ser proclive a un gobierno nacional; puede castigar al gobierno si intenta un modelo exclusivista de gobierno de partido, pero en mayor medida castigará a la oposición si esta sobrecarga las tintas y se muestra poco dispuesta a cooperar. Por otra parte, nos dicen que la mayor parte del electorado —nuevamente ceteris paribus— premiará las alianzas hacia el centrocastigará las que se orienten a los extremos del espectro político. En los cuadros 4 a 6 se incluye alguna información para evaluar el estado de la opinión sobre el tema de la oposición responsable y en los cuadros 7 y 8 se presenta información relativa a las alianzas eventuales del Frente Amplio.

¿Cuáles son, en este contexto, las estrategias óptimas de los partidos? Es muy difícil decirlo y, sin ninguna duda, las respuestas no pueden extraerse solamente de encuestas. Pero las encuestas arrojan alguna luz sobre el tema y, sobre todo, permiten mejorar los cálculos de costo-beneficio: para el sector de Por la Patria, liderado por Wilson Ferreira Aldunate, el riesgo de la oposición fuerte es muy alto; por una parte, la opinión puede castigarlo en votos y, por otra, corre el riesgo de perder posiciones dentro de su propio partido si es el caso de que algún otro sector de este asume mejor que él el rol de la oposición responsable. Para el Frente Amplio, enfrentado a los partidos tradicionales con motivo de la llamada Ley de Caducidad, la situación también es clara: todo movimiento hacia la izquierda le arriesga perder atractivo en la opinión no frentista y aun en algunos grupos frentistas, pero todo movimiento hacia la cooperación es difícilmente capitalizable.

Es por cierto difícil pensar que las encuestas de opinión sirvan para el análisis de estos temas en contextos comparativos: parece claro que el grado en el cual las estrategias dependen de factores propios de cada sistema político es muy alto. Pero, nuevamente aquí, las encuestas indican pistas de investigación que pueden ser seguidas y cuyos resultados son eventualmente promisorios.

Cuadro 4. Actitud más adecuada en este momento (1)

(1) «¿Cuál de las siguientes ideas le parece a Ud. más adecuada para estos momentos?».

(2) Incluye votantes de lemas menores, sin información sobre voto y no votantes.

Fuente: Equipos Consultores, 1986.

Cuadro 5. Qué debería hacer el Partido Nacional (1)

(1) «Respecto al Partido Nacional, ¿qué cree Ud. que debería hacer?».

(2) Incluye votantes de lemas menores, sin información sobre voto y no votantes.

Fuente: Equipos Consultores.

Cuadro 6. Qué debería hacer el Frente Amplio (1)

(1) «Respecto al Frente Amplio, ¿qué cree Ud. que debería hacer?».

(2) Incluye votantes de lemas menores, sin información sobre voto y no votantes.

Fuente: Equipos Consultores.

4. Las variables de entorno y el papel de los partidos

Una cuarta aplicación de los estudios de opinión pública al análisis de los partidos políticos, finalmente, refiere a lo que podríamos llamar mecanismos de trade-off entre las variables de entorno político y el papel de los partidos, y permite plantear el problema de cuáles son las determinantes de la canalización de demandas a través de los partidos, cuáles son los canales alternativos a los partidos y qué factores determinan la distribución entre unos y otros.

A nivel internacional, los estudios más tradicionales se han orientado a determinar la incidencia de la evolución de factores tales como el sentimiento de efectividad política, el sentimiento de confianza en el sistema político y la alienación política en el grado de identificación partidaria y en la percepción del sistema de partidos como un canal adecuado para la trasmisión de demandas al sistema político.35 De acuerdo a los resultados encontrados, el nivel de identificación partidaria y la participación en los partidos depende críticamente de la evolución de las variables anteriores, y la disponibilidad de series históricas de información de más de treinta años y para un número casi igual de cohortes permite completar un análisis detallado del tema.

Cuadro 7. Opinión de los simpatizantes frentistas sobre estrategia
más adecuada para el Frente Amplio (1)

(1) «Actualmente hay discusiones sobre el perfil que debería tener el Frente Amplio. Aquí hay dos opiniones que hemos recogido en entrevistas anteriores, y quisiera que Ud. me diga cuál es la más cercana a su posición».

Fuente: Equipos Consultores Asociados.

Cuadro 8. Opinión de los simpatizantes frentistas sobre conveniencia de acuerdo con otros sectores politicos (1)

(1) «Hay algunos políticos frentistas que han planteado la posibilidad de acuerdos o alianzas con otros sectores o partidos. Yo le voy a leer ahora los nombres de algunos grupos políticos y le pido a Ud. me diga si estaría de acuerdo con que el F. Amplio, dadas ciertas condiciones, realizara alianzas o acuerdos con esos grupos».

Fuente: Equipos Consultores Asociados.

En nuestros países, lamentablemente, no disponemos de series históricas tan largas como para hacer inferencias decisivas, pero igualmente es posible encarar estudios en este sentido. Para el caso uruguayo se dispone de series históricas de evaluación de la gestión de gobierno y de la popularidad de líderes políticos que, además de mostrar variaciones particulares de cada uno de ellos —como muestra el cuadro 9— nos sugiere también la existencia de variaciones que afectan al conjunto. En la actualidad, los estudios de opinión pública están siendo diseñados de forma de evaluar qué factores del entorno político se asocian a una pérdida de popularidad del sistema en su conjunto, y en qué medida en esos casos se producen transferencias de las demandas sociales hacia otros canales o actores colectivos.36

En este tema, entonces, es difícil pensar en sustituir a las encuestas de opinión pública como eventual fuente de datos. Más allá de sus límites, las encuestas permiten construir series cronológicas de indicadores políticos para evaluar el estado del entorno, el estado del sistema y las interacciones entre ambos. Por el momento, por cierto, la experiencia sobre el tema es limitada y, en cualquier caso, las series históricas son cortas. Pero la idea misma de indicadores del estado del sistema político permite su abordaje en un esquema comparativo y alienta la idea de suplir provisoriamente las series cronológicas que permiten cortes longitudinales, con cortes transversales que permitan, al menos, análisis convencionales tipo survey.

Cuadro 9. Evolución de saldos netos de popularidad de líderes politicos

IV. Perspectivas de investigación comparativa

De la discusión anterior surge la conveniencia de encarar un programa de investigación comparativa sobre partidos políticos que se alimente, al menos en parte, con datos derivados de encuestas de opinión pública,37 así como la sugerencia de encarar esos estudios con base en sistemas que tengan al menos algún grado de continuidad.

Sin ánimo de proponer una agenda completa de investigación, parecerían registrarse al menos tres temas relevantes: los que refieren a variables de cultura políticaideas, valores, actitudes, etc.— y los que refieren a las relaciones entre variables de entorno y el sistema de partidos.

Las experiencias ya realizadas en países de América Latina permiten suponer que, a la fecha, existe ya suficiente experiencia en diseños de muestra, esquemas de relevamiento, formulación de cuestionarios y disponibilidad de software como para poder obtener resultados comparables en plazos razonables y con costos accesibles. Al mismo tiempo, sugieren que los resultados que pueden obtenerse no son, en ningún caso, triviales y que en todos los casos permiten una mejor comprensión de los sistemas de partidos.

Cuadro 10. Evaluación de la gestión del presidente

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