En números anteriores de Carta Obsur planteamos algunos temas en relación con la pastoral universitaria, o pastoral de la cultura superior —admitiendo la problematicidad del término resaltado—. En el número uno comenzamos esta serie —«Para repensar… (I)»—, e hicimos una invitación al diálogo para reconstruir una pastoral —«Pastoral universitaria: ¿una iglesia ausente»—. En el número tres seguimos con la serie —«Para repensar… (II)»—. Hoy aspiramos a sintetizar, a terminar con algunas ideas e invitar a trabajar sobre ellas.
Según dijimos en los artículos anteriores, en el caso uruguayo constatamos que —sin perjuicio de algunas manifestaciones aisladas y circunscriptas— la Iglesia está ausente del conjunto de la vida universitaria y profesional. La Universidad Católica es un actor relevante, pero no puede colmar el conjunto. Hay muchas otras expresiones aisladas y circunscriptas, pero pequeñas y desarticuladas; imposibilitadas de construir a partir de sí mismas una pastoral sólidamente pensada y en crecimiento, que responda a los inmensos desafíos que les plantea a los cristianos la dinámica de la cultura superior. De forma que, para repensar una pastoral de la cultura superior, conviene comenzar por reconocer su ausencia.
Pero esta situación no es simplemente resultado de las debilidades de la Iglesia —también lo es, pero no solo—, sino que en buena medida es efecto de los grandes cambios que ha experimentado la vida universitaria y profesional en los últimos cuarenta años. Resumiendo los dos artículos anteriores de esta serie, en una rápida aproximación fenomenológica, todos los cambios se manifiestan a través de lo que podemos llamar fragmentación, descentramiento y pluralización de la vida universitaria y la cultura superior, procesos todos ellos más positivos que negativos, que llevan a hacer explotar la Universidad como el ámbito natural de la pastoral universitaria. La Universidad ya no existe: hay múltiples universidades, la vida universitaria ya no es vida estudiantil y las actividades de desarrollo y actualización de la formación superior a lo largo de la vida, en ámbitos diversos, muchas veces fuera del país, solo implican vínculos débiles con la vida universitaria. La investigación científica cada vez se desarrolla en mayor medida fuera de las universidades locales y las aventuras de la ciencia y la tecnología se convierten en fenómenos globales. y la extensión y la difusión del conocimiento ya no son el simple producto de una actividad que va, directamente, de la gran casa universitaria al medio, sino que circulan en forma amplia por Internet, en las redes sociales, a través de ong y políticas públicas, que son mucho más eficientes que las viejas actividades de extensión en llevar, hacer llegar o devolver el conocimiento al pueblo.
Sumadas, la fragmentación de los centros de enseñanza, el descentramiento de las actividades de investigación y la pluralización de los mecanismos de comunicación, cambian las cosas. Resultado: a) ya no hay un ámbito único, acotado, autocontenido, autogenerado y dinámico, donde se concentre la cultura superior; b) ya no son los estudiantes los únicos ni los principales protagonistas; y c) por tanto, no parece razonable pensar que una respuesta pastoral como la vigente en los años sesenta y setenta pueda ser sostenible hoy.
Sin embargo, hoy es más que nunca necesaria una pastoral de la cultura superior. La Iglesia no supone una cultura precisa, pero solo sobrevive y crece en diálogo con ellas, y dentro de ellas es particularmente relevante el diálogo con la cultura superior, que en general articula las reflexiones y discursos de segundo orden sobre el sentido del mundo y la historia. En todas las épocas, desde los primeros años de la vida de la Iglesia, el diálogo con las culturas superiores fue un factor decisivo de la evangelización. Contemporáneamente, lo es más que nunca: la distancia entre la experiencia de fe y la teología —por una parte— y los diferentes ámbitos de la cultura superior es hoy altísima, y la construcción de puentes que las conecten es una tarea esencial no solo para los creyentes sino para la propia calidad de la cultura en cuestión. La opción por los pobres y el reconocimiento del valor de las culturas populares no debe suponer postergar ese diálogo sino que, por el contrario, exigen priorizarlo: los usos de la ciencia, las aplicaciones de las técnicas en un mundo globalizado están ampliamente mediadas por cuestiones implicadas en la cultura superior, y la capacidad de poner la ciencia y la técnica al servicio de un mundo más humano implica un diálogo de pares con esa cultura. La participación de los cristianos en la construcción de ese mundo más humano depende de eso mismo.
Por eso, repito, hoy es más que nunca necesaria una pastoral de la cultura superior. Vayan tres pistas que me parecen relevantes para ayudar a construirlas.
Una primera pista refiere a la vida diaria. Los cristianos —los laicos— no son parroquianos full-time. Viven la inmensa mayoría de sus vidas en el siglo, cooperando y conviviendo con otros que, en su gran mayoría, no profesan la misma fe —aunque han sido bautizados—. Esa vida diaria, en diálogo y tensión, donde la Iglesia con mayúscula muchas veces se siente distante, es el ámbito privilegiado de la vocación del cristiano, y es la que alimenta toda otra actividad y reunión qua cristiano. y por eso, todo lo que ayude a fortalecer esa vida secular es el punto central de toda pastoral y particularmente de la pastoral de la cultura superior. Siempre supo, pero en los últimos cincuenta años, la Iglesia reaprendió visceralmente que la fe solo se puede vivir con apoyos en pequeñas redes más bien informales, que incluyen a las personas en su integralidad y que intentan fortalecer la experiencia de la fe en diálogo con la cotidianeidad. Y, sin esquemas rígidos ni fórmulas mágicas, este primer nivel es imprescindible y debe ser atendido, aunque los que más abajo llamaremos segundo y tercer nivel sean esenciales como elementos de apoyo. Hay hoy en Uruguay varias redes, pequeñas comunidades que de alguna manera cumplen esa función. No sabemos cuántas son, no conocemos en detalle sus estructuras ni historias, pero sabemos de muchas —que probablemente dejan fuera a muchos cristianos más o menos aislados que sobreviven como pueden—, y sabemos de algunas que son relativamente recientes y no meramente supervivencia de otros tiempos. Primera pista: identificarlas, fortalecerlas.
Una segunda pista refiere a la reunión de las comunidades, a lo que en tiempos pasados se llamaba el movimiento o la parroquia. Un ámbito mayor, en el que con cierta periodicidad —no necesariamente semanal—, las comunidades que comparten ciertos ámbitos o preocupaciones comunes se reúnen, con la finalidad básica de celebrar su encuentro y hacerlo visible, en torno a una eucaristía. Es un segundo nivel, también esencial para una pastoral cualquiera. La vida de la Iglesia supone ambos momentos —la dispersión y la reunión, la cotidianeidad y el reconocimiento como colectividad—. En Uruguay, la inmensa mayoría de esas instancias de reunión se dan en las parroquias territoriales, pero también en instancias funcionales que son relativamente independientes de los territorios. La vieja idea de una Parroquia Universitaria, que hoy de alguna forma revive en forma autoconvocada a partir de muchos viejos cuadros de diferentes edades, es una instancia de reunión del tipo de las que deben ser estimuladas.
Pero queda un tercer nivel, que es específico de la pastoral de la cultura superior y que aparece con tanta intensidad en otros campos pastorales. Una tercera pista refiere a la necesidad de encontrar ámbitos de reflexión y elaboración, que permitan articular con toda la densidad que requiere un pensamiento en diálogo con los problemas de la ciencia, la cultura y el mundo contemporáneo. Ámbitos: centros, revistas, institutos, universidades, eventos, editoriales, programas en medios de comunicación, blogs, páginas webs, revistas electrónicas. No es sostenible un compromiso activo de los laicos cristianos en el mundo de la cultura superior sin núcleos de reflexión densa, y sería un error serio pensar que alcanza con fortalecer la vida cotidiana sin exigirse también un pensamiento articulado en torno a la gran variedad de grandes temas a los que estamos enfrentados. En este aspecto, la situación de la Iglesia uruguaya es extremadamente débil, y algo debiéramos hacer para comenzar a corregir esa debilidad.
Aunque siempre conviene subrayar que este tercer nivel de poco sirve si no se articula debidamente con los otros dos, tenemos que subrayar enfáticamente su necesidad y actuar en consecuencia. En un excelente libro recientemente traducido al español,2 Olivier Roy, director del Centre National de la Recherche Scientifique e investigador en cuestiones de diversidad cultural y religiosa plantea una tesis nueva e inquietante. No es cierto, dice, que los tiempos modernos se caractericen simplemente a través de las tesis weberianas de la secularización. La secularización es solo una parte del tema. En realidad, es más correcto pensar que vivimos en tiempos de una escisión radical entre religión y cultura, que deja por un lado culturas sin religión —secularizadas— y por otro, religiones sin cultura, intimistas o más normalmente fundamentalistas. La pura religión, aquella religión que por trascender toda cultura no llega en última instancia a interiorizarse en ninguna, es un programa sostenible para muchos fundamentalismos, pero es difícil pensar que tenga algo que ver con la fe de los cristianos. Es posible que algunos sean llamados al carisma de la santa ignorancia. Pero el diálogo tensionado y tensionante entre fe y cultura parece ser un componente principalísimo de nuestra fe, que nos obliga a tener ámbitos de reflexión cultural de calidad.
1.
Publicado en Carta Obsur, n.º 4, julio de 2011.
2.
Roy, Olivier (2010). La santa ignorancia: el tiempo de la religión sin cultura. Barcelona: Península.