En el primer número de carta sugeríamos que, para volver a tener una pastoral de la cultura univer sitaria,2 debíamos poner en cuestión algunas ideas que orientaron la pastoral universitaria en los años 60 y 70. Comenzamos por la idea misma de la Universidad, así, con tres mayúsculas, como ámbito natural de esa pastoral. la Universidad ya no existe: el aceleradísimo crecimiento del número de universidades en toda América Latina —en torno a mil, a principios del siglo— y la gigantesca masificación de las universidades más tradicionales acabaron con la Universidad, llevando al surgimiento de un sistema altamente complejo de formación superior, extraordinariamente segmentado en términos de sectores (público/privado), tamaños, calidad e inserción efectiva en el sistema internacional de la ciencia y la tecnología.3 Ya no es viable un movimiento estudiantil del tipo de los existentes en los sesenta, participativo, democrático, con actividad continua y con efectiva incidencia en la gestión universitaria más allá de acciones reinvindicativas o protestas puntuales. y ya no es realista pensar en un compromiso serio y global de los gremios profesionales con la gestión universitaria.
¿Pero qué pasa con otras funciones tradicionalmente asignadas a la Universidad? Si la Universidad como recurso formativo cambió por efecto de la masificación y la segmentación, la investigación científica y la creación de conocimiento genuino fueron afectadas por otros procesos diferentes. En primer lugar, por la globalización, que hace inútil pensar en cualquier tipo de ciencia nacional —al menos en países pequeños y en desarrollo—. En segundo lugar, por lo que podemos llamar el descentramiento, el desarrollo acelerado de ámbitos de investigación independientes de las universidades, en institutos y centros públicos y privados, en empresas privadas y en organismos internacionales y de gobierno.4 Por cierto que en muchos países la investigación universitaria es muy importante, y en ocasiones la principal, pero no es ya la Universidad el único ámbito, y las tendencias son claras en el sentido del crecimiento de los ámbitos extrauniversitarios.
Conviene entenderlo: estas no son necesariamente transformaciones adversas. Ambos temas —el cambio de la Universidad desde el punto de vista de su función formativa y la pérdida de posiciones desde el punto de vista de la creación del conocimiento— son más bien desafíos que fracasos, y solo se convierten en fracasos si no se comprenden y no se desarrollan estrategias adecuadas para adaptarse a ellos. Así, la masificación es la contracara del acceso de nuevos contingentes de población que cuarenta años atrás no accedían a la educación superior, y el descentramiento de la investigación científica es el resultado de una revolución científica y técnica que —en manos de profesionales universitarios fuera de las universidades— busca formatos más adecuados para ligarse con la producción y la cultura y logra éxitos inimaginables cuarenta años atrás en términos de transformación del mundo. Así: ambos procesos son desafíos, que obligan a pensar en nuevos formatos para la pastoral de la cultura superior, que ya no volverá a ser una pastoral del movimiento estudiantil en ámbitos acotados, tan homogéneos como elitarios.
Finalmente, si vamos a la tercera función de la Universidad, la extensión universitaria, que se proponía acercar el conocimiento a sectores sociales muy lejanos a este, devolviendo de esa forma parte de lo aprendido, también ha desaparecido en sus formatos clásicos. Tres procesos francamente positivos han contribuido en alguna medida a ese cambio. El primero de ellos refiere a la aparición generalizada de ong y movimientos de base de origen estudiantil o profesional que toman en sus manos la tarea de hacer llegar de diferentes maneras ese conocimiento —en forma de saber o como tecnologías— a sectores que no tenían forma de acceder a este —los ejemplos son muchísimos, internacionales como Médicos sin Fronteras o locales como Arquitectos para la Comunidad—. El segundo refiere al desarrollo generalizado de políticas sociales a nivel de los gobiernos nacionales o locales, que aportan servicios médicos, urbanísticos, de saneamiento o educación antes inexistentes. El tercero finalmente, de altísima importancia, refiere al acceso generalizado de la población a medios de comunicación masiva e Internet.5 En ese contexto, ¿qué queda de la vieja extensión universitaria? Por cierto, queda: usar los procesos de extensión para apoyar los procesos docentes y de investigación. No es poco, pero no es lo mismo: en estos nuevos formatos muchas veces los principales son los docentes, los estudiantes y la universidad en su conjunto, y ya no tanto la comunidad que los recibe.
De esta forma, masificación, crecimiento acelerado del número de universidades y segmentaciones varias afectaron las funciones docentes de la Universidad; globalización y descentramiento afectaron las funciones de investigación; y una combinación de ong, políticas públicas y desarrollo de la comunicación masiva afectaron las funciones de extensión. Así, la Universidad desapareció, y en su lugar apareció un sistema global, diversificado y complejo de formación superior. Nada induce a pensar que estos cambios se reviertan. Por el contrario, se acelerarán.
Si todo esto es razonablemente cierto, ¿cómo puede formularse en términos contemporáneos una pastoral de la cultura superior? Porque es claro que si cuarenta años atrás la Universidad era una institución central en nuestros países y correlativamente era importante una pastoral universitaria —o de los movimientos estudiantiles—, hoy por hoy el conocimiento —como bien colectivo, como proceso y resultado del quehacer de los hombres que trabajan en torno a la cultura superior— es a tal grado importante que es usual caracterizar la sociedad en que vivimos como sociedad del conocimiento.6 y vaya que esta sociedad requiere una pastoral acorde con los tiempos. En el tercer y último artículo de esta serie trataré de presentar algunas ideas sobre esto, con el firme propósito de llegar a estimular una discusión colectiva —que es imprescindible para todos y también para la cultura superior en su conjunto—.
1.
Publicado en Carta Obsur, n.º 3, junio de 2011.
2.
Es difícil encontrar un término para calificar el segmento de la cultura que refiere al mundo de los universitarios específicamente. Cultura universitaria parece referir solamente a lo que se relaciona con las universidades como ámbitos, cultura superior es por lo menos antipático, cultura profesional parece relacionarse solo con el mundo del ejercicio profesional y cultura científico-tecnológica deja fuera el ámbito de los aspectos humanísticos y expresivos que son parte importantísima de este segmento. Hecha esta aclaración, utilizaré cultura superior o cultura universitaria, sabiendo las limitaciones de ambos términos.
3.
Hay muchísima información sobre esto. Al que le interesen números precisos aunque un poco atrasados, puede recurrir a los compendios de educación de la unesco ‹www.unesco.org›. Vía Google, por ejemplo googleando «estadísticas de educación superior» pueden identificarse un sinnúmero de artículos, congresos y discusiones académicas.
4.
También pueden encontrarse materiales sobre estos temas en ‹www.unesco.org›, o googleando «ciencia y tecnología» o «investigación y desarrollo».
5.
Un ejemplo muy simple es el de ‹www.ted.com›, donde puede accederse sin cargo y con formidable visualización, en cantidad de idiomas, a conferencias de varios number one en varios campos de investigación. Vale la pena, por ejemplo, buscar y ver las conferencias de Hans Rosling o Sugata Mitra, y comparar ese tipo de extensión universitaria con los formatos tradicionales de difusíon del conocimiento superior.
6.
También Google es una buena aproximación a este tema. Entre las primeras referencias de «knowledge society» aparece un link a un World Report de unesco, Towards Knowledge Societies (2005), que es muy interesante. También puede encontrarse un trabajo de interés de Evers, Hans-Dieter, «Knowledge Society and the Knowledge Gap», que temprano en el siglo (2002) estudia los inmensos problemas derivados del acceso diferencial al conocimiento.