A fines de enero Pablo VI convocó oficialmente la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que se realizará en Bogotá en el próximo mes de agosto, a continuación del xxxix Congreso Eucarístico Internacional. A 13 años de la reunión de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (en Río de Janeiro, julio de 1955, también posteriormente a un Congreso Eucarístico Internacional), después llamada I Conferencia General, la jerarquía de la Iglesia latinoamericana vuelve a reunirse a tan alto nivel, esta vez para considerar como punto central de la reunión el papel de la Iglesia «en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio».
Mucha agua ha pasado bajo los puentes en estos trece años, mucho más densos en acontecimientos significativos que los 56 que separaban a la reunión de Río del Concilio Plenario de América Latina, convocado por León XIII en 1899, y reunido en Roma entre mayo y julio de ese año. Una plétora de acontecimientos, demasiado cercanos para tener que reseñarlos todos, aparejan, durante este tiempo, una «revolución copernicana» cuyos efectos finales todavía están lejos de conocerse. En medio de este vertiginoso proceso de transformación, de la Iglesia y también del continente, la ii Conferencia será sin duda un hito capital. Servirá para medir cómo el Episcopado comprende, hoy por hoy, su tarea en este aquí y ahora de todos nosotros, pero, además y fundamentalmente, será expresión de todas las posibilidades y todas las limitaciones de esta porción latinoamericana del pueblo que ya no está ante (expresión de exterioridad y ajenamiento), sino que está o quiere estar en la transformación, y aspira, de algún modo, a participar realmente de los gozos y las esperanzas, tristezas y angustias del hombre latinoamericano.
Una historia concreta, no siempre explicitada ni comprendida, casi nunca seriamente estudiada, nos enfrenta a los desafíos del momento actual. Una de las limitaciones de nuestra Iglesia es, sin duda, su falta de conciencia histórica, y de allí en parte las dificultades de esbozar un camino; para poder elaborar realmente un proyecto eficaz, la Iglesia debe comprender en profundidad el pasado; faltando la conciencia crítica y honda de este último, la elaboración del proyecto corre el riesgo de volverse ideal. Inhibido entonces de penetrar realmente en la historia para comprender los dinamismos que llevan hacia el futuro, este artículo buscará simplemente releer algunos momentos pasados, especialmente del celam, para intentar comparaciones que puedan ser fructíferas, en la medida en que puedan dar una idea de la tremenda potencialidad del cambio estamos viviendo.
Enrique Dussel 2 sitúa entre 1899 (fecha de realización del Concilio Plenario de América Latina) y 1955 (fecha de fundación del celam) el período que él llama de «unidad y renacimiento de las élites del catolicismo latinoamericano», que enfrentará a la Iglesia ante la civilización profana y pluralista. Sobre esos 56 años —en que se siembran, fundamentalmente en Europa, los gérmenes esenciales de la transformación de la Iglesia— se conoce muy poco de la vida de esta en América Latina. Excepto la obra dirigida por Richard Pattee,3 no existe casi documentación publicada sobre el proceso de la Iglesia en el continente. Mientras en otros países, al socaire de las profundas transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales, la Iglesia comenzaba a vivir un movimiento de renovación, en América Latina no se conocían las nuevas experiencias o, si se conocían, no pasaban jamás al plano de las realizaciones. La fundación de la Acción Católica, de acuerdo a la estructura más tradicional, que ocurre en la mayor parte de América Latina en la década del treinta, no impide el clima de decepcionante mediocridad en que la Iglesia del continente simplemente transcurría. Las experiencias positivas, los testimonios individuales y personales eran en todo caso excepción y no por cierto regla. No existía un movimiento bíblico o litúrgico que permitiera un fecundo retornar a las fuentes. Para el mundo latinoamericano en gestación, la Iglesia era en todo caso una rémora, y, la mayoría de las veces, una vieja institución moribunda. A partir de 1940, y, más especialmente a partir de la guerra, nuevas lecturas de Maritain y primeras de Mounier, así como esporádicos contactos con las nuevas ideas del P. Lebret, comienzan a abrir un camino; muy levemente empieza a hablarse de reformas litúrgicas; una generación de sacerdotes formados en Europa puede abrirse al movimiento bíblico y a las nuevas formulaciones teológicas. De todos modos, tal como decíamos antes, las nuevas experiencias eran excepciones y la Iglesia vivía apaciblemente un largo tiempo de separación e ignorancia (que en los hechos era conservación y anquilosamiento), respecto a una sociedad que comenzaba a mostrar algunos gérmenes de toma de conciencia de su situación en todos los planos, pero más especialmente en los planos político, económico y cultural.
Si en Roma en 1899 los obispos latinoamericanos se reunieron para «dictar las disposiciones más santas para que en esas naciones, que la identidad o por lo menos la afinidad de raza debería tener estrechamente unidas, se mantenga incólume la unidad de la disciplina eclesiástica, resplandezca la moral católica y florezca públicamente la Iglesia»4 y discutieron sobre el paganismo, la superstición, la ignorancia religiosa, el socialismo, la masonería y la prensa, etc., dictando al mismo tiempo las «normas prácticas para detener el avance de unos y otros»,5 bajo la forma del Código de Derecho Canónico, no parece haber cambiado mucho la situación cuando en 1955, en Río, el Episcopado Latinoamericano se reúne para «estudiar en forma concreta y con miras a resoluciones prácticas, los puntos fundamentales y urgentes del problema religioso en América Latina, bajo el doble aspecto de la defensa y la conquista apostólica».6 Sin embargo, las dos reuniones —de las cuales seguramente no se podía esperar más de lo que dieron, tributarias como eran de una situación de Iglesia profundamente tradicional— significaron un paso importante en la formación de una conciencia latinoamericana.
Si es probable que algunos grupos avanzados, ocultos todavía o sin una conciencia explícita aún de sus objetivos y perspectivas, ya en 1955 hubieran comenzado un camino definitivo de transformación, era, de todos modos, absolutamente claro que un análisis serio de la situación podía generalizar sin temores un diagnóstico de inmovilidad, señalando, entre otras cosas, que la tendencia general del Episcopado era notoriamente de conservación. Las resoluciones tomadas en la reunión de Río de Janeiro —una declaración, conclusiones, mensajes, votos por la «Iglesia del silencio» y por la Iglesia argentina, una súplica al Santo Padre y una carta a los superiores mayores de comunidades religiosas— son una clara manifestación de esa tendencia general, reunida, como más arriba se señalaba, «bajo el doble aspecto de la defensa y la conquista apostólica».
La Declaración de Río, luego de un preámbulo, comienza diciendo que «el estudio de la situación de nuestras naciones ha evidenciado una vez más que, si por una parte el inmenso don de la fe católica sigue siendo, gracias a Dios, patrimonio común de todas ellas, por otra parte es indispensable que dicho patrimonio se incremente de manera que esa misma fe difunda más y más e informe integralmente el pensamiento, las costumbres y las instituciones de nuestro continente. Para ello es ante todo indispensable un clero numeroso, virtuoso y apostólico, que pueda realizar una obra más amplia y profunda de evangelización, como América Latina lo exige con urgencia. Así pues, la Conferencia ha tenido como objeto central de su labor el problema fundamental que aflige a nuestras naciones: la escasez de sacerdotes». y continúa: «La Conferencia estima que la necesidad más apremiante de América Latina es el trabajo ardiente, incansable y organizado en favor de las vocaciones sacerdotales y religiosas», por lo cual «es vivísimo deseo de esta Conferencia que la obra de las vocaciones sacerdotales sea considerada en todas las diócesis como la obra fundamental e inaplazable». Junto con la campaña vocacional se debe emprender otra «no menos fundamental ni tampoco menos general: la de la instrucción religiosa», pues «no es posible desconocer que a nuestros pueblos, a causa de la escasez de clero anteriormente señalada, aún les falta a menudo la debida instrucción, mientras el tesoro de nuestra fe católica se halla amenazado por nuestros enemigos, que tratan de arrebatar la mejor herencia de América Latina». Y, más adelante: «No es posible menospreciar este peligro: los adversarios de nuestra herencia católica son poderosos bajo diversos aspectos y es muy doloroso confesar que, en muchos casos, nuestros fieles no están preparados suficientemente para salir victoriosos de la prueba». Por su parte, la consideración del «panorama social» mostraba algunas brechas por donde podrían filtrarse los caminos de renovación: «De un modo especial observamos la honda y rápida transformación que se verifica en las estructuras sociales de América Latina, a causa del intenso proceso de industrialización, y nos preocupa la necesidad de que el pensamiento cristiano, tan a menudo ausente de ella, la informe y anime. Para ello se requiere la presencia activa de la Iglesia, a fin de influir en el mundo económico-social, orientándolo con la luz de su doctrina y animándolo con su espíritu», y finalizaba el apartado referido a este tema señalando: «El laicado católico, bien instruido y bien formado, tiene una tarea especial e insustituible en la animación y vivificación del mundo económico-social».7
Por su parte, las Conclusiones de la reunión de Río —un preámbulo, once títulos y un apéndice, ordenados en cien puntos—, explicitan y analizan en profundidad lo señalado en la declaración. Los títulos indican los temas tratados, los cuales dan de por sí un índice del espíritu general de la reunión: «Vocaciones y formación del clero secular», «Clero no nacional», «Religiosos y religiosas», «Auxiliares del clero», donde se ubicaba el apostolado de los laicos en general, la Acción Católica, el apostolado social y la responsabilidad del cristiano en la vida cívico-política, «Organización de la cura de almas», «Medios especiales de propaganda», «Protestantismo y movimientos anticatólicos: preservación y defensa de la fe», «Problemas sociales», «Misiones, indios y gente de color», «Inmigración y gente de mar», «celam». En síntesis: una visión pastoral clerical, basada en el mito de la unanimidad católica del continente, fundado en el clero, como encargado de la tarea evangelizadora, ayudado por sus «auxiliares» los laicos; un profundo sentido apologético («La Conferencia […] frente al grave problema que plantean el protestantismo y los variados movimientos acatólicos que se han introducido en las naciones latinoamericanas amenazando su tradicional cultura católica: Recomienda vivamente que se hagan efectivas todas las disposiciones del Código de Derecho Canónico ordenadas a la preservación y defensa de la fe cuidando también el cumplimiento de las que se refieren a la previa censura y prohibición de libros, revistas y demás publicaciones peligrosas. Encarece de manera especial […] que se hagan cruzadas de oraciones pidiendo por la preservación y progreso de la fe católica en América Latina, y por la conversión de los enemigos de la Iglesia»); proselitista («Hace votos para que: [...] el Episcopado de cada país organice, al menos, un diario católico nacional[…]» y asimismo para que «se hagan cada vez más atractivos los diarios y demás publicaciones católicas»);8 con un enfoque social limitado al asistencialismo y una preocupación por «la honda y rápida transformación» que se verificaba en el continente «a causa del intenso proceso de industrialización» cuyos motivos profundos eran referidos a la posibilidad de que fuera orientado por la doctrina de la Iglesia.
Pese a que las conclusiones y el nivel general de reflexión de la reunión de Río deban considerarse, entonces, ubicadas en una perspectiva totalmente tradicional (por otra parte, hubiera sido utopismo idealista esperar otra cosa), quedan varios elementos positivos, que van a constituir brechas a través de las cuales se irá filtrando el tiempo nuevo: se impulsan, al menos en el papel, movimientos de renovación bíblica y litúrgica; se reconoce un papel «insustituible» a los laicos, por lo menos en ciertos aspectos estrechamente relacionados con la tarea «cívico-política»; y, fundamentalmente, se forma por primera vez una estructura permanente de coordinación a nivel jerárquico en la Iglesia latinoamericana, estructura que permitirá luego conocer, intercambiar y profundizar experiencias comunes, elaborar una reflexión orgánica y propia y, fundamentalmente, formar una conciencia de iglesia latinoamericana. Aparte de las autoridades del celam se establece una Secretaría General —encargada de las relaciones interiores y exteriores— y cinco Subsecretariados: I. Preservación y Propagación de la Fe Católica, subdividido en cuatro secciones: a) Defensa de la Fe; b) Predicación, Catecismo, Enseñanza Religiosa; c) Misiones e Indios; d) Prensa, Radio, Cine y Televisión. II. Clero e Institutos Religiosos, Vocaciones. III Educación y Juventud. IV. Apostolado de los Laicos. V. Acción Social. La sede, pese a haberse resuelto que fuera en Roma, por proposición del propio Pío XII queda en América Latina. Es el momento de empezar a caminar.
A partir de allí, el trabajo del celam se desarrolló ininterrumpidamente, ya sea a través del Secretariado General y de los Subsecretariados, ya a través de las reuniones ordinarias anuales del Consejo Episcopal. Durante los primeros años, el espíritu que preside el trabajo sigue, en lo fundamental, las líneas trazadas en Río de Janeiro, y, más profundamente, las mismas motivaciones que impusieron esas líneas. No obstante, lenta pero seguramente, comienzan a aparecer las primeras innovaciones, comienzan a cambiar algunas bases fundamentales de la mentalidad que inspiraba las posiciones tradicionales. Son, apenas, las primeras brechas.
En noviembre de 1956 se reúne en Bogotá la I Reunión Ordinaria del celam.9 Las conclusiones, que fundamentalmente buscan señalar un programa concreto y práctico de acción, se expresan en 139 ítems, sobre funcionamiento del Secretariado General, boletín informativo, defensa de la fe, catequesis, enseñanza religiosa, predicación, liturgia, cine, radio, televisión, prensa, inmigración, misiones, cura de almas, clero no nacional, seminarios, vocaciones, institutos religiosos, Colegio Pío Latinoamericano, educación católica, apostolado universitario, asistencia moral y religiosa a estudiantes latinoamericanos en el extranjero, Acción Católica, apostolado seglar, joc, acción social, asistencia social, participación en la Exposición Internacional de Bruselas y Serra Club. El espíritu general puede verse en resoluciones como las siguientes: «Autorízase al Secretariado General para organizar en toda América Latina la Cruzada Orante pro Defensa de la Fe», «Recomiéndase al Secretariado General el procurar que se aproveche la libertad que hubiese en cada país para fundar las escuelas normales católicas. Donde no existe esa libertad procúrense llevar elementos católicos así entre los profesores como entre los alumnos a las escuelas normales oficiales»; o en las dos primeras recomendaciones sobre apostolado universitario: «Recomiéndase al Secretariado General apoyar la fundación de universidades católicas en los países latinoamericanos que actualmente no las tienen», «Autorízase al Secretariado General para fomentar en todos los países latinoamericanos la realización de colectas anuales pro universidades católicas». Las resoluciones son en su mayoría tendientes a coordinar, desarrollar y tecnificar actividades: se crea un Departamento de Sociología Religiosa, se establecen instrumentos concretos que permitan coordinar el trabajo del celam con el trabajo de cada país, se introduce la idea (limitadamente aún) de planificación pastoral, y se plantean algunas medidas que llevarán a la renovación litúrgica.
La ii Reunión Ordinaria se realiza en Fómeque, Colombia, en noviembre de 1957.10 Trata de la colaboración de los religiosos con el celam, de los Secretariados Nacionales del Episcopado, de la coordinación del apostolado de los laicos, del apostolado universitario, de la colaboración con el Proyecto Mayor de la unesco sobre la Extensión de la Enseñanza Primaria en América Latina, y de la prensa católica. Continúa consolidándose una estructura que comienza a formar una conciencia latinoamericana; y, pese a que las disposiciones fundamentales son, como en 1956, de coordinación, desarrollo y tecnificación, se introducen algunos problemas que, de algún modo, implican una apertura a nuevas perspectivas. Por ejemplo, en materia de apostolado universitario, se destaca la importancia de los movimientos de acción católica universitaria —en un mismo plano de importancia con la promoción de universidades católicas—, invitándose a los obispos a proveer de asesores a estos movimientos, e insistiéndose en la necesidad de formar organismos que permitan una presencia apostólica orgánica a nivel de docentes, profesionales e intelectuales. Sin embargo, no puede señalarse todavía un cambio importante en la mentalidad básica que informaba las resoluciones; veamos si no un párrafo de las mismas, que indicaba los motivos por los cuales debía apoyarse el proyecto de la unesco: «Es necesario tener en cuenta la importancia que el mundo entero ha dado a ese Proyecto Mayor de la unesco. Si la Iglesia permaneciese ajena a dicho proyecto, que ha conmovido en la práctica a todos los Estados del mundo, será tildada de oscurantista […] mientras por otra parte el proyecto se realizaría fuera de su benéfica influencia, o sea, no inspirándose en una concepción cristiana de la formación de la niñez y la juventud».
Roma es la sede de la iii Reunión, realizada en noviembre de 1958, donde, por primera vez el episcopado latinoamericano se pone en contacto con Juan XXIII, a pocas semanas de que asumiera el papado.11 Este, en su discurso a los obispos, se muestra todavía influenciado por el mito de la unanimidad cristiana; sin embargo, supera la tradicional perspectiva apologética y esboza claramente la necesidad de una planificación pastoral, con programas inmediatos y a largo plazo, con una nítida delimitación de fines y medios. La reunión cumple el objetivo fundamental de aprobar los estatutos y reglamentos del celam, y considera, además: la preservación y defensa de la fe (donde se manifiesta que si bien el papa podía haber abierto el camino a una superación de la apología, nuestros obispos no estaban todavía prontos para ello: «Pone de relieve que los Secretariados de la Fe y, por su parte, el Organismo Latinoamericano correspondiente, tienen como funciones específicas: a) Estudiar, planear, sugerir y realizar, en su plano respectivo, la preservación y defensa de la fe, frente a sus movimientos acatólicos, ateos, materialistas e irreligiosos, en especial frente al comunismo, protestantismo, espiritismo, a la masonería y a la «superstición»); catequesis; Caritas; y, finalmente, el ritual bilingüe, que será base de nuevas experiencias litúrgicas en el futuro.12
La iv Reunión Ordinaria se plantea como problema central «el comunismo en América Latina».13 Se realiza también en Fómeque, Colombia, en noviembre de 1959, y a su finalización el celam publicó una declaración titulada: «La Iglesia ante los problemas económico-sociales de la América Latina». Los «problemas económico-sociales», cuyo «panorama» apenas había merecido la atención de la I Conferencia General, se tornan así el tema fundamental de una reunión, indicando, de por sí, un giro importante entre las atenciones del celam. Naturalmente, este sólo podía abordar el tema con instrumentos de reflexión singularmente limitados, y no debemos extrañarnos de que la consideración del comunismo sea tradicional: «los engaños del comunismo», «incompatibilidad del comunismo con el cristianismo», «la verdadera cara del comunismo»; la teología que servía de base al análisis de la actitud del cristiano ante el problema social, también. «La iglesia atiende y bendice estas justas aspiraciones. Sabe que la definitiva felicidad no es de este mundo. Pero ella ha enseñado siempre y no cesa de recordar que cada hombre ha de poseer un bienestar material suficiente para poder llevar con dignidad aquella vida humana que le permita cumplir serenamente la ley de Dios». Las consecuencias pastorales, igualmente: «Quienes tienen responsabilidades de carácter social, han de conocer profundamente la doctrina social de la Iglesia, para ponerla en práctica con valentía y urgencia. Esta doctrina es, en palabra de Pío XII, “necesaria y obligatoria”, y forma parte integrante del Evangelio y de la moral cristiana. Ninguno que haya de llamarse cristiano de verdad puede eximirse de su cumplimiento. Corresponde a los católicos de la América Latina en esta hora decisiva para el destino de sus naciones esta gran misión: la de dar al orden económico, social y político que se está renovando, una forma y contenido auténticamente humano y cristiano». La educación de los fieles y del clero y el establecimiento de organizaciones de investigación y acción social en los diversos campos posibles son las principales medidas propuestas y resueltas.
La v Reunión Ordinaria (Buenos Aires, Noviembre de 1960) significa, en muchos aspectos un gran salto adelante.14 Se analizan problemas relacionados con el plan de acción pastoral en la diócesis y en la parroquia, y nuevas perspectivas teológicas y pastorales afloran por doquier. Juan XXIII ya había convocado al Concilio, y las compuertas de los diques comenzaban a abrirse. Una conferencia introductoria sobre el tema, de Mons. Manuel Larraín, implica un cambio general de perspectivas: comienza señalando que la Iglesia se enfrenta a una crisis de crecimiento continental, propia de una situación social cambiante a ritmo vertiginoso, que transforma rápidamente las estructuras; a partir de una pregunta fundamental, respecto a la posibilidad de que la Iglesia afronte el ritmo de desarrollo de América Latina dando las respuestas cristianas básicas a los diversos problemas suscitados, elabora una respuesta basada en un estudio del pasado histórico de nuestra Iglesia, un diagnóstico de la acción presente y una planificación de la acción futura en los distintos niveles de la pastoral. Pese a que la teología que se encontraba en la base del planteo no era todavía una teología totalmente renovada, existe por fin una conciencia crítica que busca replantear la historia y analizar en profundidad los dinamismos existentes en la situación presente —que no son ajenos a la acción del Padre—, para dar una respuesta global y coordinada.
Las compuertas estaban comenzando a abrirse ya en 1961, cuando se realiza en México la vi Reunión Ordinaria,15 que es la última realizada antes de que comience el Concilio. El tema tratado es «La familia en América Latina», e implica una serie de instrumentos de análisis que parecen pasar a formar parte de modo definitivo del método de trabajo del celam. Se analiza un problema concreto de una realidad que se extendía más allá de las «fronteras» de la Iglesia visible, «en América Latina», marco histórico más que meramente geográfico en que comienza a desplegarse una cambiante conciencia eclesial; el análisis implica por supuesto una dimensión teológica y pastoral, pero también y previamente desde un punto de vista sociológico y socioeconómico. Los instrumentos que se utilizan muestran que ya estaban las puertas abiertas para que el acontecimiento renovador que fue el Concilio diera sus frutos. Se había perdido bastante el sentido apologético, se trataba de afrontar los problemas del hombre latinoamericano. Los instrumentos teológicos utilizados («La misión sobrenatural de la Iglesia no le impide tomar muy en cuenta las realidades terrestres. El éxito de su misión está condicionado por la consideración del impacto que produce el mensaje divino al chocar con las realidades humanas»)16 eran sin duda acordes con el tiempo, y pisaban ya el camino que llevaría a su replanteo. El marco ideológico17 pagaba tributo a que la Iglesia había tomado muy poco en cuenta el fenómeno del subdesarrollo en todas sus implicancias (imperialismo, revolución, política, etc.), pero no creemos equivocarnos demasiado si decimos que no difería mucho del que tenían en ese entonces la mayoría de los cristianos. Estaban ya sembrados los gérmenes de la renovación; faltaba apenas el riego. y será un doble juego de factores, dialécticamente actuantes, el que llevará a que florezca el tiempo nuevo: por un lado, el Concilio y todo lo que este implica, abriendo en muchos aspectos los ojos de la Iglesia continental, aferrada todavía a algunas tradiciones que eran solo vestigios; por otro lado, el definitivo proceso de toma de conciencia revolucionaria en América Latina, y las nuevas experiencias políticas de los cristianos, que se suceden, fructíferas y sugerentes, con una enorme rapidez en los primeros años de la década actual.
Si el Concilio habría de significar para la Iglesia de todo el mundo, por una parte, la culminación de un proceso de transformación que se venía gestando desde hacía mucho tiempo, y, por otra, el impulso a nuevos y más profundos cambios, en lo que se refiere a América Latina significa, en muchos aspectos, ponerse en contacto integralmente con todas las nuevas experiencias, y abrir las puertas al profundísimo proceso de transformación que, lenta18 pero irrevocablemente, estamos hoy viviendo. El impacto del Concilio se afirma en un campo que, como decíamos había mostrado ya su disposición para la siembra; y si el proceso de cambio en el celam es observable bastante claramente en 1960 (e inclusive podría retrotraerse a la reunión de 1959, donde comienza a afrontarse la situación social del continente, aunque fuera dentro de una estructura de pensamiento apologética y una pastoral de cristiandad), ya desde unos años atrás se notaba, básicamente, un cambio de actitud importante, que seguramente se explicitaría mucho más tarde en las reuniones superestructurales del celam. En abril de 1956, François Houtart19 hablaba ya, con ideas y lenguaje sumamente claros, de «la revolución silenciosa», señalando que «la gran revolución de América Latina se lleva a cabo en silencio. Un día, sin embargo, estallará a luz del día y aquellos que no hubieren comprendido su génesis se asombrarán. La gran revolución de que hablamos es de orden social. Ella se está llevando a cabo rápidamente, alcanzando todos los países sin excepción, aunque en diferentes grados, y extendiéndose como una llama que todo lo devora a su paso. Motivos económicos están en la base de la transformación de este continente, así como estuvieron en la base de la transformación de Europa en la época inicial del maquinismo. Las consecuencias son, sin embargo, tanto de orden social como de orden religioso.
En 1959, Cuba abrirá las puertas para un replanteo básico de muchas cosas (y hoy todavía las abre para el replanteo de muchas otras). A partir de 1958, y hasta 1961, comienza a realizarse el colosal estudio de feres,20 que paga tributo a las grandes limitaciones técnicas con que se encara, pero que indica de una vez por todas la conciencia de la importancia de la realidad.
Fundamentalmente a partir de 1958,21 los movimientos del apostolado laico comienzan a fortalecerse y a descubrir una óptica de compromiso y revisión de vida. Un movimiento de renovación a nivel del clero joven se difunde rápidamente en todo el continente. Comienzan las primeras experiencias políticas importantes, en ese entonces fundamentalmente a través de la Democracia Cristiana, consecuencia clara del planteo teológico en ese momento dominante. Algunos cristianos se abren a experiencias ecuménicas poniéndose en contacto con movimientos protestantes que ya desde hacía tiempo se venían planteando algunos problemas relacionados a la situación revolucionaria en América Latina y el papel de los cristianos en ella.22 Aparecen revistas nuevas, y algunas más viejas renuevan el mismo tiempo planteles y planteos; se accede a nuevas lecturas, en parte por el boom de libros sobre temas de Iglesia que produjo el anuncio del Concilio; los laicos comienzan a manejar teologías. Comenzaba a realizarse la renovación bíblica y litúrgica. Se rompían los viejos mitos, como el de la unidad católica del continente, y, en síntesis, surgía una nueva forma de conciencia de Iglesia, enfrentada, por primera vez de modo explícito y más allá de las superestructuras, con los problemas continentales.
Naturalmente, la conciencia cristiana de 1960, 1961 y 1962 no puede compararse con la actual. Sin embargo, la situación actual es heredera en su totalidad de los dinamismos ya en ese entonces existentes, dentro y fuera de la Iglesia, en aquellos años. François Malley,23 en un estudio realizado sobre la situación de la Iglesia en América Latina, comenzaba su reflexión luego de ubicar al continente en la hora de Fidel Castro». La revista chilena Mensaje dedicaba sus polémicos números a la «Revolución en América Latina», sin signos de interrogación que permitieran fáciles elusiones. Las investigaciones realizadas por los numerosos organismos de investigación, estudio y capacitación en toda América Latina (fundamentalmente los cias y desal y sus sucursales) acercaban de modo ineludible a la consideración de una realidad latinoamericana que debía reconocerse, por lo menos, «en transformación», abordándola con instrumentos metodológicos y conceptuales que, si hoy podrían ser recusables, en ese entonces significaban avances positivos de clarificación y compromiso. Y, por su parte, los obispos latinoamericanos asistían al Concilio con asesoramiento técnico24 que implicaba cuando menos la consideración seria de la problemática latinoamericana y eclesial en la hora presente, y la comprensión de dimensiones fundamentales de las implicancias del proceso de cambio social en América Latina. No se podía exigir todavía un planteamiento totalmente claro y real sobre, el punto, y hubiera sido por cierto ahistórico exigirlo; pero indudablemente gran parte del camino estaba recorrido y el Concilio tiene todas las condiciones para regar en un campo que demostraba por cierto la fertilidad de sus simientes.
Después del Concilio los obispos se reúnen por primera vez en la x Reunión Ordinaria y Asamblea Extraordinaria del celam, en octubre de 1966, en Mar del Plata, Argentina. Allí se reflexiona seriamente sobre «la presencia activa de la Iglesia en el desarrollo y la integración de América Latina», culminándose la reunión con una declaración y una serie de conclusiones25 que fueron especialmente difundidas en todo el continente (pese a ser, sugerentemente, fechadas en Roma y dadas a conocer por primera vez en Estados Unidos).
En la reunión de Mar del Plata prevalecía todavía la influencia de Mons. Larraín, anterior presidente, recientemente fallecido en un accidente, quien, pocos meses antes de su muerte había publicado una pastoral —Desarrollo; éxito o fracaso en América Latina—, donde se hacía una serie de afirmaciones que posteriormente serían recogidas por la Populorum Progressio. Prevalecía también, y aún fuertemente asentada, una reflexión teológica, sociológica y política que, queriéndolo o no, contribuía a fundamentar la experiencia política de los democristianos. Sin embargo, a nivel de toda la comunidad cristiana latinoamericana, se mostraban ya las grietas en el muro de la concepción señalada, y se abrían nuevos caminos de reflexión y acción —a nivel por supuesto de los laicos, pero también de sacerdotes y obispos—, que a la larga irían a superar los fundamentos básicos de la misma. De todos modos, pese a ser discutidas por muchos, las palabras del celam en Mar del Plata, por una parte, eran las que se podían esperar en ese momento —y nuevamente hubiera sido pecar de idealismo esperar conclusiones de otro estilo—, y, por otra, implicaban, por encima de ciertas ambigüedades de lenguaje problemáticas, ciertas claridades definitivas, sobre todo en el plano teológico, que implicarían una incuestionable voluntad de compromiso. Las ambigüedades eran acusables, fundamentalmente, a través de un vocabulario (desarrollo, integración, carácter técnico del desarrollo, etc.), o de una falta de él (política, imperialismo, etc.), que, a veces, más que un lenguaje debidamente imparcial, parecía expresar una determinada corriente ideológica, demasiado acusable de democristiana o cepalista. Adhiriendo a un lenguaje limitado, la Iglesia solo podía captar limitadamente los problemas del continente. Hablar, por otra parte, de desarrollo en términos demasiado genéricos, específicamente referidos «al desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres», podía llegar a ser un puro texto sin contexto, palabra pura, falta de circunstancia, ineficaz por tanto. Las claridades provenían de una teología renovada, que bebía, quizás demasiado, de las fuentes conciliares, sin aportar una reflexión teológica propia y peculiar, y utilizada como «justificación» cuando en realidad debía, más bien, ser explicitación;26 pero que de una vez por todas vinculaba las tareas seculares a las tareas evangelizadoras, en una unidad profunda más allá de las intenciones, producto de la identidad real entre la historia de salvación y la historia de los hombres. No existe ya más y felizmente el espíritu apologético; se han abierto las puertas a «todos los hombres de buena voluntad»; adquiere definitiva consistencia la intención de asumir el proceso de transformación de América Latina en todas sus consecuencias —aunque quizás no esté todavía hoy explicitado cuáles serán realmente estas; se deja de lado el proselitismo, y, por cierto, los viejos mitos alienantes quedan plenamente superados.
Los hechos recientes a nivel del celam son más cercanos, y, por lo tanto, más conocidos. La reunión sobre pastoral de conjunto, en Baños, Ecuador —anterior a Mar del Plata—;27 las dos reuniones de Buga;28 la xi Reunión Ordinaria en Lima. Sería abundar demasiado recordar sus significados, y los avances concretos que en la práctica implicaron. La teología no era más una traba para comprender los procesos seculares, y las estructuras comenzaban a abrirse para dejarse acoger por ellos. En síntesis, no se trata más que de la apertura definitiva de las puertas hacia esta iii Conferencia General que quiere ser «el acontecimiento más significativo de este siglo en la historia de la Iglesia latinoamericana». Basta comparar el nuevo lenguaje de los documentos preparatorios con el utilizado en aquellas primeras reuniones, cuya árida relectura creemos puede haber sido ilustrativa para comprender las verdaderas implicancias del cambio, en estos trece años vertiginosos, que no han dado siquiera para hacer o plantear todo lo que aún falta por cambiar.
Así llegamos, entonces, al tiempo actual, tiempo de la ii Conferencia. Tiempo difícil y rico, pletórico y sugerente, indicativo y exigente de más profundas transformaciones y conversiones, de santidades renovadas y hondas. En la América Latina contradictoria, la Iglesia se ve desafiada a elaborar una respuesta que contemple a la vez a las élites secularizadas de los centros urbanos y a las masas sacrales y religiosas urbanas y rurales; que responda a las exigencias de una transformación social ineludible, superando viejos apegos que hoy son claramente pecados; que sea pobre para poder ser significativa; valiente, para poder ser oída por los que construyen el tiempo nuevo, más acá y más allá de las fronteras de la Iglesia.
Las cosas han cambiado mucho dentro y fuera de esta casta meretrix que es la Iglesia, y el cambio producido es, en todo caso, un signo de los tiempos, índice de esperanza. Hoy América Latina toda, y la comunidad cristiana en especial, espera una respuesta renovada y renovante; y felizmente, hemos llegado a los tiempos en que las esperas del pueblo deben ser exigencias para sus pastores, que quieren ser acompañantes. La situación es óptima, y casi todas las trabas se han superado para que los pastores de la Iglesia latinoamericana, más allá de las consabidas declaraciones previas, asuman decididamente su papel. La injusticia en nuestras tierras clama, y se hace exigencia de profecía. Laicos, sacerdotes,29 obispos y episcopados30 comienzan hoy a asumir más profundamente su papel profético, y no son ya excepciones, sino augures de un tiempo nuevo que se abre sin límites hacia adelante. La Iglesia, la comunidad cristiana toda, esta vez a nivel latinoamericano, debe realizar un profundo esfuerzo por reflexionar realmente sobre su tarea; sin a prioris moralistas y con decisión; buscando comprender la situación continental, con sus propios instrumentos, sin pagar tributos a colonialismos, entre los cuales el teológico no es el menos peligroso.31 Y, por cierto, las consecuencias de una nueva comprensión de la tarea salvífica de esta Iglesia aquí y ahora probablemente no serán cómodas para nadie; pero solo así la tarea de la Iglesia, como pueblo real, sacerdotal y profético, podrá ser anticipación escatológica significativa.
Esta es, entonces, la respuesta que esperamos.
1.
Publicado en Víspera, año II, n.º 6, 1968, Montevideo, pp. 61-67.
2.
Enrique Dussel, Hipótesis para una historia de la Iglesia en América Latina, Barcelona, Estela-iepal, 1967.
3.
Richard Pattee, El catolicismo contemporáneo en Hispanoamérica, Buenos Aires, Fides, 1951.
4.
«Letras apostólicas Jesu Christi Ecclesiam, del 1.º de enero de 1900», en celam, año 2, n.º 6, febrero de 1966, Colombia.
5.
Enrique Dussel, o. cit., pág. 135.
6.
«Letras apostólicas Jesu Christi Ecclesiam…», o. cit. Además puede verse el volumen Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Conclusiones, Tipografía Poliglotta Vaticana, 1956.
7.
«Conferencia General...», o. cit., p. 25. La carta de S. S. Pío XII al cardenal Adeodato Giovanni Piazza, presidente de la Conferencia, que se encuentra en el mismo volumen, p. 13, es indicativa de idénticas preocupaciones.
8.
«Conferencia General…», o. cit., p. 32.
9.
celam, «Conclusiones de la primera reunión celebrada en Bogotá, Colombia, del 5 al 15 de noviembre de 1956», suplemento del Boletín Informativo del Secretariado General, Bogotá, 1957.
10.
celam, «Conclusiones. Segunda reunión celebrada en Fómeque (Colombia), 10-17 de noviembre de 1957», Bogotá, s. f.
11.
«Tercera reunión del celam. Conclusiones», Tipografía Poliglotta Vaticana, 1959.
12.
Como índice claro de la línea de trabajo del celam en esos años podemos ver brevemente cuáles eran las actividades fundamentales desarrolladas en materia de «defensa de la fe»: en la reunión de Río de Janeiro se resuelve encarecer «que se hagan cruzadas de oraciones, pidiendo por la preservación y progreso de la fe católica en América Latina, y por la conversión de los enemigos de la Iglesia», resolviéndose en la I Reunión autorizar al Secretariado General para organizar en toda América Latina «la Cruzada Orante pro Defensa de la Fe»; en el Boletín Informativo n.os 3-4, del Secretariado General, encontramos un artículo dedicado al tema donde se señala que «como pueblos, los latinoamericanos hemos sido objeto de una predilección distinguidísima de parte de Dios. El ha escogido nuestro joven mundo americano, para un continente católico hasta hoy, y en marcha hacia un futuro todavía más vitalmente católico», estableciéndose entre los fines de la Cruzada: «alcanzar de la bondad de Dios la conservación y el progreso de la fe católica en la América Latina» y, por lo tanto, «alcanzar de la bondad de Dios los medios concretos para remediar los peligros de la fe en nuestra América y de progresar en la vida cristiana, según los designios providenciales que la bondad de Dios tiene sobre el catolicismo en el continente americano». Para todo ello se incluía en el artículo el texto de una oración, cuya «recitación» frecuente se encomendaba de manera especial, donde, entre otras cosas decía lo siguiente: «Equipad así a vuestra Santa Iglesia en nuestra América, para que siga avanzando en la conquista de las almas y en el combate contra vuestros enemigos […] contra el pecado, el vicio, el laicismo, el paganismo y la incredulidad; […] contra el comunismo materialista y ateo, tirano de las conciencias y de los pueblos; […] contra la herejía protestante, que menosprecia a vuestra Santísima Madre y a vuestros Santos, calumnia a las almas consagradas a Vos, atrae con dinero a los pobrecitos y ofrece a los Ignorantes sus errores escondidos en las páginas de vuestro Evangelio». Corría 1957; han pasado solo once años.
13.
celam, «Consejo Episcopal Latinoamericano. Cuarta Reunión. Conclusiones», Colombia, 1957.
14.
celam, «Consejo Episcopal Latinoamericano. Quinta Reunión. Conclusiones», Bogotá, 1961.
15.
celam, «Conclusiones. Consejo Episcopal Latinoamericano. vi Reunión», Bogotá, 1962.
16.
Hélder Cámara, «La presencia activa de la Iglesia ante los problemas económicos-sociales de la vida familiar en América Latina». D. Hélder presentó esta ponencia en la vi Reunión: el contenido general de la misma es un índice claro de la visión que la Iglesia —y sus líderes más progresistas— tenían de la sociedad latinoamericana en 1961. La ponencia fue publicada en celam, Boletín Informativo, n.° 49, Bogotá, 1962.
17.
Aunque es claro que el cristianismo no es una ideología, y que no puede servir de base a proyecto ideológico alguno, lo cierto es que la Iglesia como tal se mueve en un universo ideológico al cual no puede escapar por su mera condición de encarnada.
18.
En un reciente reportaje de Informaciones Católicas Internacionales, don Antonio Batista Fragoso, obispo de Crateus, Ceará, Brasil, analiza el problema de la lentitud del cambio en la Iglesia con observaciones acertadas. Sin embargo, es reconfortante releer documentos no tan antiguos de esta Iglesia latinoamericana para comprender cuán lejos nos hallamos de esa forma de conciencia cristiana.
19.
François Houtart, «La revolución silenciosa», en la revista Comunidad, n.° 3, Buenos Aires 1956.
20.
Entre 1958 y 1961, dirigida por la Federación Internacional de Institutos de Investigaciones Sociales y Socio-Religiosas (feres), se realiza en América Latina una investigación que incluye aspectos demográficos, educacionales, históricos, pastorales, y que acaba publicada en más de 30 volúmenes que, si bien no podían pretender un agotamiento científico de los problemas, constituyeron un primer enmarcamiento de la realidad, que fue útil para posteriores investigaciones.
21.
En 1958 se realiza en Rosario, Argentina, un encuentro de la jec-i, que implica un importante cambio de perspectivas de la pastoral universitaria y estudiantil en América Latina, pudiéndose rastrear allí los orígenes de las actuales bases pastorales de los movimientos de apostolado laico a nivel educacional.
22.
Richard Shaull, cuyas reflexiones teológicas significaron la renovación de muchos viejos planteos y actitudes no solo dentro de las comunidades protestantes, ya en 1952 publicó un libro, El cristianismo y la revolución social, Buenos Aires, Ed. La Aurora, donde abordaba una serie de problemas que hoy conservan su total actualidad, aunque, naturalmente, llegando a conclusiones que hoy son inadecuadas.
23.
François Malley, Inquietante Amérique Latine, col. L’Eglise aux Cent Visages, París, Les Editions du Cerf, 1963.
24.
Puede verse, especialmente, el informe de François Houtart: «La Iglesia latinoamericana a la hora del Concilio».
25.
celam, «Presencia activa de la Iglesia en el desarrollo y en la Integración de América Latina», en Criterio, n.° 1520. Buenos Aires, marzo de 1967; también celam, Boletín Informativo, n.° 88, octubre a enero de 1967, Bogotá.
26.
Las conclusiones son presentadas comenzando por justificaciones teológicas y llegando a resoluciones prácticas. En las mismas reuniones, Mons. Marcos Mc Grath, en una ponencia sobre «Los fundamentos teológicos de la presencia activa de la Iglesia en el desarrollo socio-económico de América Latina», propuso un modelo de reflexión teológica que vinculaba, a nuestro juicio, de modo mucho más adecuado la teología a la comprensión de lo real histórico. Ver Víspera, 1, Montevideo, abril 1967.
27.
Primer Encuentro Latinoamericano de Pastoral de Conjunto, realizado en Baños, Ecuador, en junio de 1966. celam, Boletín Informativo, julio-setiembre 1966, Bogotá, Colombia.
28.
Seminario de Expertos sobre Misión de la Universidad Católica en América Latina. Ver la declaración final en Víspera, 1, Montevideo, abril 1967. Encuentro Episcopal sobre Pastoral Universitaria (ver la declaración final en el Servicio de Documentación miec jeci 1 Doc. 5). Ver además ambos documentos en el libro Los cristianos en la Universidad, Bogotá, dec-celam, 1967.
29.
Las declaraciones de sacerdotes brasileños (Cf. «Declaración de los 300 sacerdotes brasileños», en Servicio de Documentación miec jeci, Subserie 3, Doc. 1), bolivianos, nicaragüenses, chilenos, argentinos, peruanos, uruguayos, etc., han sido conocidas a través de la prensa latinoamericana. Es de señalar además la participación de los sacerdotes como presbiterio coparticipando en pastorales de varios obispos latinoamericanos.
30.
Una nueva formulación de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y, más específicamente, parece dibujarse en América Latina. La conflictiva situación brasileña (Cfr. «Uma nova questâo religiosa?», Notícias da Igreja Universal, núm. especial, febrero 1968; «Brasil: ¿una nueva cuestión religiosa?», Cuadernos de Marcha, n.° 9, Montevideo, febrero 1968) y los nuevos problemas planteados en Argentina, Perú, Chile. Bolivia, etc., inducen a pensar que este es uno de los problemas que es necesario reflexionar.
31.
Pocas reflexiones más afortunadas y oportunas sobre el problema del colonialismo («mimetismo cultural») en la Iglesia, que las del P. José Comblin: «Problemas sacerdotales en América Latina», en La Vie Spirituelle, 50(547), marzo 1968; cidoc 68/68 Fr. 4 y traducción en Centro de Documentación miec-jeci, Material Mimeográfico 4/68, Montevideo, junio 1968.