En el campo de la ciencia política, o si se quiere de la sociología política, César Aguiar produjo trabajos de referencia que marcaron las aproximaciones a los fenómenos de la política uruguaya en tres períodos: a) desde los años 1940 hasta el ciclo de crisis que se abre en 1958; b) en los años 1960 y c) desde la transición democrática y con las evoluciones posteriores a 1984.
En esos textos Cesar se pelea consigo mismo y con el esprit du temps de los años 1960, cuando muchos éramos marxistas y los próceres del neomarxismo (Althusser, Poulantzas, las relecturas de Gramsci, etc.) eran cita obligada, sobre todo para los cientistas sociales noveles.
Los de Aguiar son trabajos de referencia, porque han sido y siguen siendo piezas del sentido común en las miradas sobre la política uruguaya que continuamos considerando como aportes relevantes, aunque sea para criticarlos, con la voluntad de las nuevas generaciones de pelearse con sus progenitores —voluntad necesaria y bienvenida— en un contexto de desarrollo de las disciplinas de la ciencia política y de una profesionalidad politológica que ha hecho su propio camino.
En forma breve y muy rústica, evoco solo dos ejemplos, que abordan los efectos políticos de los clivajes sociales, los partidos y el comportamiento electoral, antes de que se consolidara la gran transformación del sistema de partidos y se sucedieran las experiencias de gobierno de la izquierda.
El planteo de César Aguiar sobre el efecto demográfico insistía en la importancia del clivaje de edad en los alineamientos políticos, alegando que, aun cuando nadie cambiara de opinión, el mero pasaje del tiempo implicaba el crecimiento de los partidos con mayor peso relativo en los electores más jóvenes. Eso favorecía al Frente Amplio y perjudicaba a los partidos históricos.
En palabras de Aguiar (2000):
[…] en un electorado dividido por edad, aun cuando nadie cambie de opinión, el mero pasaje del tiempo implica el crecimiento de los partidos que tienen mayor peso relativo entre los electores más jóvenes. De esta forma, si el clivaje operaba con claridad desde 1971 y se mantenía operando a lo largo del tiempo, el ep-fa debía crecer en forma regular incluso cuando ningún votante de los partidos fundacionales cambiara de manera de pensar [...]. En el período 1971-1999, el efecto demográfico da cuenta de proporciones cercanas al 1 % anual, que deben ser corregidas teniendo en cuenta las corrientes migratorias entre 1971 y 1984 [...]. Puede asegurarse que en el año 2004 el piso electoral del ep-fa subirá aproximadamente un 5 % más como resultado de este efecto demográfico. (pp. 20-21)
El efecto demográfico se combina con el efecto socialización y el reconocimiento de la tradicionalización del Frente Amplio, que se ha vuelto un truismo en los análisis de ciencia política.1 Primero los hijos se apartaban de sus padres, rompiendo la cadena de la filiación partidaria tradicional. Con el tiempo y los cambios en el sistema de partidos, es la adscripción de izquierda la que más se trasmite de padres a hijos, lo que supone un crecimiento de la izquierda más allá del efecto demográfico y una mayor capacidad del fa para retener a sus votantes. La proposición pone en juego los grupos de referencia y los grupos de pertenencia, en un proceso que César ilustró con una cita del futbolista Fabián Cannobio.
La hipótesis acerca del efecto demográfico ganó terreno entre los politólogos y sociólogos uruguayos, transformándose en una explicación muy difundida sobre el crecimiento electoral del conglomerado de la izquierda (véanse, por ejemplo, González y Queirolo, 2000; Canzani, 2000).
El modelo demográfico fue analizado por Daniel Buquet y Gustavo De Armas (2004), quienes argumentaron, con buenas razones, que —sin desconocer su incidencia— tal efecto debía ser complementado por explicaciones políticas e ideológicas, atendiendo a las estrategias de los partidos: en particular a los cambios en la oferta política de los conjuntos tradicionales y el corrimiento hacia el centro del Frente Amplio (aspectos ambos que también fueron considerados por otros autores: Lanzaro, 2004; Yaffé, 2005).
A César le tocó comentar el texto de Buquet y De Armas en un panel organizado por el Instituto de Ciencia Política y lo que hizo habla bien de él, ya que afirmó —con una bonhomía que no todos los académicos practican— que ese trabajo, que iba más allá de sus hipótesis, era una prueba del desarrollo la ciencia política en el país, que había que festejar.
En textos escritos al filo del retorno a la democracia (Aguiar, 1984a y 1984b), con una preocupación por superar problemas endémicos del sistema político uruguayo, César Aguiar encara dos grandes temas:
1. El desvelo por captar las características del sistema político y del sistema de partidos uruguayo —con el ojo puesto en las transformaciones que se suceden a partir de los años 1960—, incluyendo la desintegración del país modelo, la evolución del bipartidismo tradicional y el desarrollo de la izquierda
2. El cotejo y, si se quiere, la contradicción entre lo que César llamaba el proyecto industrialista (batllista y neobatllista, encarnado en su última etapa por Luis Batlle Berres) y el proyecto ruralista que desde mediados de los 1950 agitó Benito Nardone pero que César adjudicaba en general al Partido Nacional.
Con esa inspiración César Aguiar marcaba ciertos rasgos básicos del sistema político uruguayo, en una caracterización que era compartida por varios de nosotros, pero se enfrentaba a algunos entendimientos corrientes: 1) participación política alta (sobre esto no había discrepancias); 2) bipartidismo fragmentario, fórmula afortunada, contraria a la idea de que los partidos tradicionales no son partidos o que los sectores internos son los verdaderos partidos (la fragmentación es la contracara de la unidad, afirmaba César con razón); 3) la incidencia de los clivajes sociales en el comportamiento político, que remite a dos proposiciones: 3a) el predominio de los clivajes partidarios e ideológicos sobre los clivajes de clase, sobre la estratificación social y sobre el corte territorial (urbano-rural, área metropolitana de Montevideo); 3b) la confirmación de que todos los partidos, incluso el Frente Amplio, son multicliváticos (catch-all, diríamos en la nomenclatura usual de la ciencia política, a partir del trabajo señero de Otto Kirchheimer), sosteniendo que ninguna aproximación uniclivática alcanza a explicar la disposición del sistema de partidos;. 4) un régimen de legitimidad retributivo, con fuertes componentes de clientelismo (retributivo-particularistas), enfoque que a mi juicio se deja llevar por el sentido común de la izquierda y desconoce la fuerza que el componente programático ha tenido en los partidos tradicionales (para no hablar del énfasis programático que vendrá en el nuevo período democrático y sobre todo a partir de 1989).2
Los cuatro rasgos del sistema político uruguayo (participación alta, bipartidismo fragmentario, predominio de los clivajes políticos versus clivajes sociales, predominio de legitimidad retributivo-particularista) delinean una doble escena y ayudan a explicar la crisis de los partidos tradicionales entre 1958 y 1971.
La idea básica —que ya había planteado Aldo Solari (1965, pp. 123-133)— es que los tiempos electorales y los tiempos intercomiciales están presididos por lógicas distintas.3 Según Aguiar, lo que llega a funcionar en términos virtuosos durante el ciclo electoral pasa a obrar en términos perversos entre elección y elección, con fenómenos de desagregación y de veto —por parte de los actores sociales y de los propios sectores de los partidos— que bloquean la gestión de gobierno. Esto llevó al fracaso de los dos grandes proyectos —el industrialista y el ruralista—, uno que entra en una crisis terminal hacia fines de los 1950 y el otro que no logra instaurarse en sus intentos de los 1960. Ninguno de los dos puede aplicarse cabalmente y habrá escapes sectoriales por fuera del sistema de partidos, generando una inestabilidad creciente y una crisis, que es crisis del sistema de partidos y que nos llevará a la dictadura.
Los argumentos evocados, hechos en referencia a períodos en que el bipartidismo tradicional mantenía su predominio, deben analizarse a la luz de los desarrollos posteriores de la competencia política y del sistema de partidos en el Uruguay, especialmente a partir de la estadía del Frente Amplio en el gobierno, registrando los cambios que se producen en la doble escena y el desdibujamento del dualismo en lo que toca a la relación de los trabajadores sindicalizados con la izquierda partidaria.
No obstante, los planteos de Aguiar —así como las anticipaciones de Solari— siguen constituyendo una referencia útil para la consideración del compás que se establece entre las jornadas electorales y los períodos intercomiciales, las formas que adopta la adhesión y el desapego respecto a los partidos y a los gobiernos, en las actitudes de los ciudadanos, de los sujetos sociales y de los actores colectivos.
Por lo demás, en aquellos textos de 1984 César Aguiar dejó expresamente abierta una pregunta: ¿los partidos tradicionales podrán volver a ser partidos de ideas? El tiempo que vino enseguida, desde el recodo de 1989 y especialmente con los lances de la década de 1990, dieron una respuesta claramente afirmativa a esa pregunta. El clivaje programático tuvo nuevos bríos, el corte izquierda-derecha adoptó perfiles renovados y una gran centralidad, los partidos tradicionales fueron más que nunca partidos de ideas y tomaron la iniciativa en el ciclo de reformas de la época. Cierto que esa performance dirigente y los impulsos reformistas les salieron caros y la izquierda desafiante congregada en el Frente Amplio ganó terreno hasta convertirse en el partido mayoritario.
Aguiar, César (1984a). «Elecciones y partidos», en Uruguay Hoy, vol. 7. Montevideo: ciedur.
Aguiar, César (1984b). «La doble escena: clivajes sociales y subsistema electoral», en Gillespie, Charles, et al. (eds.). Uruguay y la democracia. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.
Aguiar, César (2000). «La Historia y la historia: Opinión Pública y opinión pública en el Uruguay», Prisma, n.º 15, pp. 7-45.
Buquet, Daniel, y De Armas, Gustavo (2004). «La evolución electoral de la izquierda: crecimiento demográfico y moderación ideológica». En Lanzaro, Jorge (ed.). La izquierda uruguaya entre la oposición y el gobierno. Montevideo: Fin de Siglo (109-138).
Canzani, Agustín (2000). «Mensajes en una botella. Analizando las elecciones 1999-2000». En Instituto de Ciencia Política. Elecciones 1999-2000. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.
Errandonea, Alfredo, y Costábile, Daniel (1969). Sindicatos y sociedad en el Uruguay. Montevideo: fcu.
González, Luis Eduardo, y Queirolo, Rosario (2000). «Las elecciones nacionales del 2004: Posibles escenarios». En Instituto de Ciencia Política. Elecciones 1999-2000. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.
Kitschelt, Herbert, et al. (2010). Latin American Party Systems. Nueva York: Cambridge University Press.
Lanzaro, Jorge (1986). Sindicatos y sistema político. Montevideo: fcu.
Lanzaro, Jorge (2004). «La izquierda se acerca a los uruguayos y los uruguayos se acercan ala izquierda». En La izquierda uruguaya entre la oposición y el gobierno. Montevideo: Fin de Siglo.
Queirolo, Rosario (1999). «La “tradicionalización” del Frente Amplio». En Los partidos políticos uruguayos en tiempos de cambio. Montevideo: ucudal-fcu.
Solari, Aldo (1965). «Partidos políticos y clases sociales en el Uruguay». En Solari, Aldo. Estudios sobre la sociedad uruguaya, tomo II, pp. 123-133. Montevideo: Arca.
Yaffé, Jaime (2003). «Izquierda, historia y tradición en Uruguay. La tradicionalización del Frente Amplio y el nacimiento de la tercera divisa», en Cuadernos del claeh, n.º 86/87.
Yaffé, Jaime (2005). Al centro y adentro. La renovación de la izquierda y el triunfo del Frente Amplio en Uruguay. Montevideo: Linardi y Risso.
1.
Véanse Lanzaro (2004), Yaffé (2003), Queirolo (1999).
2.
Kitschelt et al. (2010) confirman que Uruguay se ubica en el contexto latinoamericano como un sistema político con estructura de competencia partidaria altamente programática. y ello es así, no solo desde el surgimiento del Frente Amplio como partido desafiante a principios de los 1970, sino también en la larga duración histórica, desde los albores del siglo xx, si no desde antes, bajo la égida del bipartidismo tradicional.
3.
Solari (1965) decía a este respecto: «Cada cuatro años, los partidos tradicionales arrastran tras sí la inmensa mayoría de los votos, casi la unanimidad del país; pero apenas están en el poder se encuentran en dificultades inmensas para resolver los problemas que les plantean los mismos que los votaron». (p. 133).
En lo que toca específicamente a los trabajadores, este desfasaje remite a la cuestión del dualismo: una noción cara a los socialistas fabianos, que los esposos Webb acuñaron en sus análisis sobre el sistema británico y que Errandonea y Costábile (1969) replicaron para el caso uruguayo. Los trabajadores, qua ciudadanos, confían sus opciones de sociedad y el gobierno general a los partidos tradicionales; pero, en la defensa de sus reivindicaciones concretas y en sus desempeños laborales, acuden a los sindicatos, dirigidos por militantes de los partidos de izquierda (a quienes sin embargo siguen poco y nada en las elecciones nacionales). Un dualismo que los citados autores consideraban contradictorio, ajeno a los intereses de clase, pero que tiene sin duda su racionalidad. Este patrón de comportamiento de los trabajadores no supone una incongruencia, sino que tiende a dar un uso óptimo a los recursos disponibles, combinando precisamente la ciudadanía política y la ciudadanía social, las opciones políticas generales y las distintas modalidades de defensa de intereses (Lanzaro, 1986).