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Para repensar una pastoral de la cultura (I)1

Para volver a pensar en una pastoral de la cultura en Uruguay hay que comenzar revisando ciertas categorías que de alguna manera constituyen el campo. Por ejemplo, la idea de Universidad y la propia idea de cultura superior. Ya adentrado el siglo xxi, no es posible seguir sosteniendo sin revisión algunos supuestos conceptuales que soportaron la arquitectura de la pastoral universitaria en Uruguay en la segunda mitad del siglo xx. Estas notas pretenden contribuir a una redefinición del campo, que permita una formulación de esa pastoral de una manera acorde con los tiempos. Por razones de tiempo y espacio tomaremos solo tres temas, en forma sucesiva: la idea de Universidad en el Uruguay, la problemática de la generación del conocimiento científico y tecnológico y la cuestión de la creación cultural y su difusión. No son los únicos posibles, pero por algo hay que empezar.

¿De qué hablamos cuando hablamos de la Universidad?

Todavía es habitual en Uruguay escuchar hablar de la Universidad, como si tuviera tres mayúsculas: la U, la L y la A. Así, la referencia no es solo la Universidad, sino la Universidad –en ambos casos coincidente con la Universidad de la República, hoy Udelar—. El lenguaje cotidiano recoge así una especie de supuesto cultural propio del país, formado muchos años atrás; hay una Universidad, que de alguna forma encarna en su plenitud el arquetipo de la idea. Pues bien: ya no es así. Ni hay una, ni la Udelar encarna el arquetipo.

Felizmente, hoy hay mucha información que permite evitar que la discusión se desvíe por caminos puramente ideológicos, y es posible recurrir a fuentes muy confiables para caracterizar los grandes rasgos de la cuestión.2

Vayamos por partes. Primero: es obvio que ya no hay una sola universidad. En el Uruguay se reconocen la Udelar, la Católica, la ort, la Universidad de Montevideo y la Universidad de la Empresa, más un número creciente de institutos universitarios que, en más de un caso, como el claeh, tienen el explícito propósito de convertirse en universidades: en el año 20093 operaban cinco universidades y trece institutos universitarios, a los que había que agregar más de otros trece que operan en el campo de la llamada educación terciaria no universitaria, que es universitaria por su sustancia aunque no lo es desde el punto de vista del ordenamiento administrativo (ipa, Enseñanza Normal, inet, inau, Enseñanza Militar, etc.). En total: treinta y una unidades de enseñanza superior, trece públicas y dieciocho privadas, con una tendencia acelerada al crecimiento de los llamados institutos universitarios privados, la mayoría de los cuales se crearon después del 2000 –mientras las cuatro universidades privadas lo hicieron en todos los casos antes de esa fecha.

Si nos restringimos solamente a la educación superior brindada por instituciones universitarias –universidades o institutos—, en el año 2009 estas brindaban en el país 369 cursos diferentes, de los cuales 157 eran de grado y 212 de posgrado;4 y si nos limitamos a la matrícula de grado, resulta que esas mismas universidades reunían una matrícula de casi 130.000 alumnos, a los que habría que agregar algo más de 27.000 en cursos de educación superior no universitaria y un número indeterminado pero seguramente muy amplio en cursos de posgrado. Si nos atenemos a la matrícula de la educación universitaria de grado, la Udelar reunía más de 112.000 (más del 86 % del total), pero esto se explica fundamentalmente por el largo tiempo en el que el estudiante universitario medio culmina sus estudios en la Udelar y por la gran cantidad de estudiantes que quedan registrados en sus matrículas cuando de hecho han abandonado sus estudios: si en lugar de la matrícula tomamos los egresos, y comparamos las tasas de egreso (egresados en el 2009 / ingresados en el 2005), vemos que para el conjunto del sistema fue casi el 33 %, encubriendo grandes diferencias entre el sistema público (28 %) y el privado (54 %). Más allá de eso, si nos atenemos solamente a los ingresos, en el marco de un sistema en el que las nuevas incorporaciones han crecido promedialmente al 3,5 % anual en los últimos quince años, las universidades privadas crecen en forma mucho más acelerada que la pública.

Hoy por hoy, entonces, el sistema de educación superior uruguayo es bastante diferente al que existía más de cuarenta años atrás –cuando, integrando la Juventud Universitaria Católica y la Parroquia Universitaria, se creaba el Movimiento de Cristianos Universitarios como expresión pretendidamente apropiada para la pastoral universitaria—; y también bastante distinto al que existía a fines de los ochenta, cuando recién se comenzaba la diversificación del sistema de educación superior y se aceptaba la existencia de la Universidad Católica y la Universidad ort. A fines de los sesenta había una sola Universidad y los estudiantes universitarios —todos de grado— rondaban los 20.000, y a fines de los ochenta había solo tres Universidades y los estudiantes universitarios no superaban los 40.000. De mantenerse estas tendencias, claramente, en cinco o diez años más, tendremos un sistema mucho más alejado del modelo vigente treinta años atrás, con un protagonismo cada vez más importante de la enseñanza superior privada. Ya no cabe hablar de «la Universidad». Es más apropiado hablar del sistema de educación superior. Pero no es esto lo único que ha cambiado.

¿Conciencia social de la nación?

Aparte del crecimiento global y de la gigantesca diversificación de la educación superior uruguaya en los últimos años, también han cambiado otras cosas. Para marcar solamente algunas, podemos decir que han cambiado varias de las funciones reales del sistema universitario, ha cambiado la calidad del producto universitario y, en esa misma medida, está cambiando aceleradamente la relación entre el sistema universitario y el conjunto de la estructura cultural. Si en 1962, en el Congreso de Pax Romana de Montevideo, Eduardo Frei podía definir a la universidad como la conciencia social de la Nación, no es muy claro que esa definición pueda mantenerse hoy día.

¿Cuáles son, hoy por hoy, las principales funciones del sistema universitario? Enseñanza, investigación y extensión fueron tradicionalmente las funciones asignadas a la universidad por una corriente de pensamiento que viene de lejos y que en Uruguay encontró su formulación más fuerte con la reforma de Córdoba, y con esa formulación fueron recogidas en la Ley Orgánica Universitaria de 1958. Pero ya en los años sesenta muchos estudios mostraban que en América Latina, las funciones de enseñanza —imperfectamente cumplidas— eran mucho más importantes que las de investigación y extensión, y que las principales funciones efectivas de las universidades, no reconocidas normalmente como tales, se vinculaban con la titulación, la asignación de estatus, la movilidad social y con la selección y el entrenamiento de las elites políticas, administrativas y gerenciales. En realidad, investigación se hacía poco y nada y la extensión era una actividad paralela a la mayor parte de la vida universitaria, apenas anecdótica, incapaz de articular un vínculo duradero con los sectores más necesitados de la comunidad. Hoy, cincuenta años después de esos diagnósticos, la situación no ha cambiado, aunque en una parte muy importante de las universidades más antiguas se ha agravado, frecuentemente por la problemática vinculada con la masificación y sus implicancias fuertemente negativas en términos de calidad y despersonalización de la enseñanza. y para completarlo, las funciones que las universidades cumplían en materia de producción de conocimiento original y de difusión de este a la sociedad, han comenzado a descentrarse de ella y a tener su dinámica propia. En términos de calidad, casi ninguna universidad latinoamericana ranquea entre las 300 mejores universidades del mundo, y los estudiantes más calificados saben perfectamente que si aspiran a tener nivel deben completar sus estudios en el exterior y particularmente en alguno de los países más desarrollados. Las propias universidades locales –y el Uruguay es un caso claro—, conscientes de las debilidades de la formación que brindan, ponderan especialmente las maestrías y doctorados en universidades de primera línea para la provisión de sus principales cargos docentes.

Los países requieren, por cierto, dar lugar a algo así como una conciencia social de la nación, y la llamada pastoral universitaria adquiere su pleno sentido cuando se define como momento crítico y evangelizador en torno a ella. Pero es difícil pensar que ese lugar siga siendo la Universidad y aun el propio sistema universitario. Ambos pueden jugar un papel relevante en la construcción y expresión de esa conciencia, pero no tienen ya el rol principal que tenían cincuenta años antes. La pastoral universitaria, pastoral de esa porción de la cultura que alimenta la conciencia social de la nación implica hoy una referencia mucho más amplia: la Universidad, el sistema de formación superior, la enseñanza en general, la vida estudiantil –ya no movimiento— las actividades profesionales, la investigación científica, la difusión cultural y en forma principal los medios de comunicación viejos y nuevos en los que esa conciencia se expresa, articula y difunde, ahora en un mundo para siempre globalizado. Podemos volver a armar una pastoral de la cultura universitaria, pero para ello conviene comenzar por mirar los signos que caracterizan estos tiempos en la parte del mundo en que más directamente estamos implicados.

En próximas ediciones seguiremos con los otros temas señalados al inicio.