El objetivo de este documento es proporcionar un marco de análisis para el estudio de la evolución de las relaciones entre población y mercado de empleo en el Uruguay, situado en el marco más general de las transformaciones sufridas por el Uruguay a partir de la quiebra del proceso de industrialización sustitutiva de importaciones. De acuerdo a una perspectiva crecientemente dominante, es en el marco del estudio de las condiciones sociales más generales donde pueden comprenderse los procesos relativos a la evolución demográfica. Específicamente, el comportamiento demográfico se conceptualiza como un componente de un sistema más amplio que incluye la reproducción de la fuerza de trabajo, la evolución del mercado de empleo, la distribución del ingreso y el conjunto de la dinámica social (Aguiar, Astori, Gascue, 1979).
En su conjunto, el tema ha sido objeto de algunas aproximaciones básicas en los últimos años —especialmente relativas a las relaciones entre mercado de empleo y migración internacional (Petruccelli y Fortuna, 1978; Aguiar, 1978), la evolución del mercado del empleo y la satisfacción de las necesidades básicas (Jauge, Aguiar, Antuña y otros, 1977), los efectos de las políticas antiinflacionarias (Torres, 1979), la dinámica de la población rural (Niedworok y Prates, 1977) o la distribución espacial de la población (Lombardi y Veiga), pero lo cierto es que la mayoría de ellas pueden considerarse propiamente preliminares.
De acuerdo a nuestra caracterización inicial del estado de la cuestión, «los últimos trabajos realizados proporcionan un adecuado marco de interpretación de la evolución demográfica en general y de los procesos migratorios en particular a la luz del contexto social considerado en su conjunto», pero «cuando se las observa desde el punto de vista de su grado de verificación empírica, las interpretaciones aludidas pueden ser calificadas como altamente abiertas, más cercanas a una perspectiva hermenéutica —apta para formular hipótesis— que a un contexto teórico para ser sometido a su validación en la práctica.
En particular, el análisis de las relaciones existentes entre la distribución del ingreso, la estructura del mercado de empleo, la devaluación de la educación, la recomposición espacial de la población, las migraciones internas y la emigración hacia el exterior se encuentra todavía en un nivel de imprecisión que implica formular proposiciones predictivas seriamente afirmadas, elaborar proyecciones plausibles o definir políticas efectivas. En suma, desde este punto de vista, el estado actual del conocimiento sobre el tema es relativamente insatisfactorio» (Aguiar, Astori, Gascue, 1978). A esto hay que agregar que la gran mayoría de esos trabajos manejan información empírica hasta 1976 o 1977. Existen razones para pensar que la interpretación del problema se verá considerablemente beneficiada si es posible completar las series hasta la fecha, ya sean en el sentido de confirmar las interpretaciones convencionales o de permitir su evaluación correctiva.
Este trabajo se sitúa en la intersección de dos conjuntos de preocupaciones teóricas: prioritariamente atiende a la conceptualización de las relaciones entre evolución social, mercado de empleo y comportamiento demográfico, encuadradas en la construcción de teoría para alimentar el modelo del proyecto (Aguiar, Astori, Gascue, 1979) y, secundariamente, a las dificultades relativas a la caracterización del modelo político uruguayo, sus bases e impactos sociales y las perspectivas de futuro que se abren en su camino, tal como ha sido analizado en el seminario «Uruguay de los 70» organizado por ciedur. En este documento pretendemos avanzar en el conocimiento del tema en tres niveles diferentes: en primer lugar, sugiriendo algunos elementos para la formulación de un análisis integrado de las relaciones entre mercado de empleo y comportamiento demográfico, fundamentalmente a través del concepto de estrategias de supervivencia; en segundo lugar, avanzando algunas hipótesis nuevas sobre el comportamiento de algunos de los componentes del modelo explicativo; finalmente, presentando alguna información diferente —o diferentemente analizada— que pensamos que nos permite cerrar la interpretación presentada.
En el punto ii enmarcamos el trabajo en algunas reflexiones básicas específicamente relacionadas a la temática considerada en el seminario «El Uruguay de los 70: Balance de una década», aunque relevantes también —desde el punto de vista teórico— a los efectos de construcción y evaluación del modelo. En el punto iii presentamos alguna información relativa a la evolución de los salarios, tendiente sobre todo a evaluar en qué medida el descenso del salario real afecta homogéneamente al conjunto de los asalariados: en nuestra opinión, las discusiones a este respecto afectan centralmente a la construcción del modelo, en la medida en que proponemos tratar a la emigración como una estrategia alternativa frente a otras oportunidades de movilidad social; si hubiera diferencias importantes en torno al descenso del salario real y —sobre todo— si estas tendieran a incrementarse, es razonable pensar que se incrementan también procesos de cambio ocupacional asociados a procesos de movilidad social ascendente, que tiendan a disminuir el volumen de emigrantes. En el punto iv presentamos sucintamente las principales estrategias de supervivencia desarrolladas, explicitando justamente los fundamentos de nuestro enfoque anterior. En el punto v presentamos las resultantes en términos de población y empleo de la interacción entre el modelo de política económica aplicada y las estrategias de supervivencia definidas.
En el punto vi, finalmente, resumimos las conclusiones fundamentales pendientes relativas a las dos líneas de preocupaciones antes definidas y, sobre todo, en relación con los pasos siguientes en la construcción del modelo de experimentación numérica. Conviene anotar, finalmente, que a lo largo del trabajo aceptamos provisoriamente la confiabilidad de las estadísticas disponibles sobre el tema; no vemos alternativas mejores aunque somos conscientes de las peculiares dificultades que presentan.
En el nivel más agregado de nuestro modelo explicativo, son las variables relativas a mercado de empleo y al contexto económico y político las que determinan el comportamiento demográfico, fundamentalmente a través de las oportunidades de empleo —ocupación, desocupación y subempleo— y del salario real, determinado este a su vez por la demanda de fuerza de trabajo, el costo de vida y el contexto político (Aguiar, Astori, Gascue, 1979). Es conveniente llegar al análisis del comportamiento demográfico, entonces, a través de reflexiones relativas a las oportunidades de empleo y salario real.
a. Es el supuesto más general de este trabajo que entre el contexto externo del agente —en este caso, el hogar asalariado o el asalariado como persona— y su comportamiento específico interviene una estrategia de supervivencia que organiza su desempeño y que implica la manipulación de las —pocas— variables de política de que efectivamente dispone: variables relativas a los ingresos —en general, materializados a través de la actitud laboral—, variables relativas a su comportamiento demográfico —fundamentalmente fecundidad—, variables relativas a los egresos —la determinación de sus necesidades y pautas de consumo— y, aunque pueden quizás agruparse en las otras tres categorías, variables relativas a su localización física —fundamentalmente migración interna o internacional—.2 Es una limitación importante de este estudio definir las estrategias de supervivencia a nivel micro, en términos de hogares o individuos. Como es claro, existen otras alternativas posibles, y lo razonable es pensar que las estrategias a nivel micro se relacionan en alto grado con las estrategias y conflictos definidos a nivel de grandes agregados o sectores sociales —clases, estratos, etc.—. Sobre los temas en consideración, sin embargo, es poca la teoría y menos la información disponible para ese tipo de análisis. Por otra parte puede pensarse que una característica central del modelo político vigente es haber quebrado los mecanismos articulatorios que permiten vincular las estrategias micro de los diversos tipos de asalariados con las estrategias macro a nivel de clase y grandes agregados sociales. Es en este contexto general, entonces, que situamos nuestras reflexiones.
b. Como resulta claro y aceptado, a partir de 1960 —aproximadamente— el Uruguay asiste a un proceso de redistribución regresiva del ingreso, en el que las políticas referidas al salario real adquieren importancia prevalente. Hasta 1972 —también, aproximadamente—, la redistribución del ingreso y la caída del salario real es un proceso lento y con componentes cíclicos, en el que adquieren especial importancia los efectos redistributivos del sistema político tradicional (Aguiar, 1980). Desde 1972 en adelante el proceso de disminución del salario real es muy intenso y sistemático y, desde 1974, forma parte esencial de un modelo de «intervencionismo reestructurador» (González Ferrer y Notaro, 1979; Notaro, 1980) aplicado sin inconsistencias importantes. En la caracterización de los implementadores del programa, la concentración del ingreso es un paso necesario para asegurar la recuperación de los niveles de rentabilidad que aseguran el mantenimiento de una inversión estable y continuada. En las caracterizaciones más ajustadas, en cambio, no puede deslindarse de la evolución general de las relaciones entre clases y actores sociales y, para muchos, es en rigor una de las características más salientes del modelo, o, aun, la más importante. «El mecanismo general para elevar la tasa de ganancia durante los últimos años ha sido el descenso sistemático del salario real» (Quijano, 1978). De hecho, el modelo supone, de alguna manera, «un impulso a la acumulación a través de la compresión del salario real, imprescindible en un país como el Uruguay donde, por su propia trayectoria histórica, no existen mecanismos de reproducción de una amplia reserva permanente de fuerza de trabajo que presione los salarios hacia abajo» (Astori, 1980). «El crecimiento del producto en los últimos años tiene como condición necesaria la concentración del ingreso» (Notaro, 1980). Consideraciones más o menos similares pueden encontrarse en la mayor parte de los estudios disponibles (Cancela, 1979; Finch, M. 1., s./f.). Más allá de ello, sin embargo, es posible dudar de las perspectivas futuras de esa política. «La compresión del salario real —que fue hasta ahora la principal fuente de financiamiento de la reconversión industrial y la reestructuración de las exportaciones ya ha llegado a un nivel en el que se torna cada vez más problemático seguir incrementándola» (Astori, 1980)—, y, sobre todo es posible dudar de su compatibilidad con otros objetivos y políticas del programa, especialmente la anunciada liberalización política. «La concentración del ingreso en los últimos años ha creado un descontento larvado en las capas medias y los asalariados, dificultando el cumplimiento de su papel estabilizador de un sistema político permisivo. [...] ¿Hay un notorio conflicto entre el cronograma político y el económico, que implicará la modificación de uno de los dos? (Notaro, 1980); «[...] el proyecto económico ha implicado un modelo de acumulación basado en la exclusión económica de la gran mayoría de la población asalariada [...] [Ahora bien], en la medida en que el proyecto político ha aceptado específicamente compromisos de institucionalización que, ligado a su propia lógica explícita debe cumplir, esta exigencia parece chocar con el hecho de que la apertura política es difícilmente compatible con el mantenimiento de la exclusión económica [...]» (Aguiar, 1980).
Para la evaluación cabal de la política de concentración del ingreso, del papel del salario real en esa política y de la compatibilización con otros aspectos del modelo, sin embargo, parecería conveniente abrir el tema preguntándose en qué medida ese descenso fue, en rigor, igualitariamente distribuido entre los diversos asalariados y en qué grado generó entre estos distribuciones diferenciales; y —si esto es así— evaluar esas diferencias preguntándose si, en términos relativos, son comparables a la redistribución generada en torno a la distribución funcional del ingreso. Como es claro, si las diferencias entre los asalariados fueron en rigor importantes, la construcción de un actor social —los asalariados— a partir del salario real implica acotar la variabilidad de lo real en un grado difícilmente compatible con la explicación de procesos sociales, demográficos y políticos que se quiere intentar. Y, a su vez, aun cuando en niveles muy agregados de construcción del modelo el supuesto pueda mantenerse, en la medida en que se pretenda desagregarlo o —sobre todo— utilizarlo para proyecciones a mediano plazo, mayores serán las imperfecciones a medida que nos corremos en el tiempo y en la medida en que la variabilidad en torno al salario real promedio no sea aleatoria sino que sea —en rigor— explicada por cambios en la demanda de fuerza de trabajo e implique efectos diferenciales en la dinámica laboral y demográfica.
c. Una de las peculiaridades más significativas del proceso uruguayo es, en rigor, el carácter sistemático de las políticas restrictivas del salario real en los últimos veinte años. A diferencia de otros tipos de políticas, es razonable pensar que el decisor «racionalmente acotado» (O’Donnell y Oszlak, 1976; O’Donnell, 1977) opera frente a la política de salarios con constricciones adicionales. Es razonable imaginarse un decisor real que pueda pensar en incrementar el pib, aumentar la tasa de inversión, disminuir el endeudamiento externo o el déficit fiscal a tasas de X % anual en un horizonte extenso de tiempo. Es menos razonable pensar que ningún decisor pueda imaginar un objetivo similar de descenso del salario real a una tasa Y % anual en un plazo de veinte años —o, inclusive, siete—. Si esto es así, probablemente comprendemos más ajustadamente la realidad si suponemos que el descenso del salario real en veinte años —o en siete— es en rigor un efecto de largo plazo de una suma de decisiones de corto plazo. Aceptando este supuesto, lógicamente, es necesario explicar además cómo puede ser que esas decisiones de corto plazo tengan siempre el mismo sentido. Pensamos que el asunto se aclara si agregamos a esa hipótesis el supuesto adicional de que la probabilidad de volver a tomar esa decisión de corto plazo está, en buena medida, legitimada por la existencia de decisiones anteriores y —sobre todo— por el hecho empíricamente comprobable de no haberse «chocado» con límites fuertes. En el límite teórico, un sistema capitalista debe reproducir su fuerza de trabajo; más cerca de la realidad, en un país en que buena parte del excedente industrial se genera a través de mecanismos del reciclaje del excedente agropecuario, una industria debe mantener su mercado interno; y, finalmente, el descenso del salario real no debe ser a tal grado política o ideológicamente inviable que genere inestabilidad y pérdida de poder; la evidencia indica que desde el punto de vista de las decisiones, esos límites no se encontraron hasta el momento y que de hecho el sistema pudo recurrir regularmente a políticas de descenso del salario real sin arriesgar su estabilidad productiva ni política.
El supuesto más general de este documento es que las estrategias de supervivencia desarrolladas por los diversos tipos de asalariados viabilizaron la aplicación de esa política. El análisis de esas estrategias, es, entonces, condición necesaria para evaluar los efectos de la política y sus perspectivas de estabilidad. Por lo pronto, parece claro que incorporando diversos tipos de estrategias de supervivencia, las inferencias demasiado simples del salario real a los ingresos de los asalariados, de estos a su nivel de consumo y de este último al apoyo político, pueden ser apresuradas.
Aunque la información existente en el país sobre distribución del ingreso es muy limitada y el análisis desarrollado a partir de ella es probablemente más limitado aún,3 en cualquier caso, no existen dudas importantes: el modelo implica una participación decreciente de los asalariados de acuerdo a la distribución funcional del ingreso, y una distribución crecientemente concentrada de este. Analizando la información disponible para Montevideo entre 1968 y 1979, referida a la distribución de los ingresos familiares «provenientes del trabajo efectivamente realizado» (de acuerdo a la definición presentada por la Encuesta de Hogares de la Dirección General de Estadística y Censos), los datos muestran claramente los efectos de la política económica, que implican concentración del ingreso pero muestran que la participación en el ingreso proveniente del trabajo efectivamente realizado por el 5 % más pobre de la población de Montevideo descendió del 0,68 al 0,56 %, mientras la del 5 % más rico pasó del 16,96 % al 31,06 %.
Cuadro 1. Distribución de los ingresos familiares provenientes «del trabajo efectivamente realizado» en Montevideo (1968-1979)
(1) Tomado de Bensión y Caumont (1979).
(2) Tomado de Cancela (1980), que calculó la distribución «aplicando la misma metodología utilizada» por Bensión y Caumont.
Existe razonable evidencia del papel crucial jugado por la política salarial en el modelo. Los cuadros 2 al 4 resumen la información más convencional en torno al salario real mínimo legal. Como puede observarse, tomando como base el año 1968, el salario real medio descendió un 37,4 % hasta 1979. Si comenzamos la serie en 1961, encontramos que el descenso fue de 49,3 %. Si la comenzamos en 1974 —esto, es desde el año en que el modelo efectivamente comienza a aplicarse— el descenso fue del 33,1 %.
Cuadro 2. Evolución de los salarios reales (1968 = 100)
Fuente: ciedur, con datos índice medio de salarios dgec y Departamento de Investigaciones Económicas bcu.
Desde el 68 a la fecha los datos confirman el carácter sistemático del descenso, con la excepción del año 1971 —preelectoral— y la del año 1969, e indican una gran variabilidad por año, relativamente difícil de acotar; en 1972, año en que la fortaleza del movimiento sindical es indudable, se registra el máximo descenso (17 %); en el resto de la serie se registran tres años en que el descenso es menor al 4 %, tres años en que se ubican entre 4 % y 9 % y dos años en que se encuentra por encima del 10 %. Al mismo tiempo, los datos muestran un comportamiento relativamente diferente de la política oficial —que es la que fija el salario mínimo— respecto a los grandes agregados de la serie: entre 1968 y 1974, en general la política homogeniza el conjunto de los asalariados, aun cuando favorece algo a los privados, y privilegia al Interior frente a Montevideo.
Cuadro 3. Evolución de los salarios reales (1974 = 100)
Fuente: ciedur, con datos índice medio de salarios dgec y Departamento de Investigaciones Económicas bcu.
Cuadro 4. Incrementos anuales del salario real (1968-1979)
Fuente: ciedur, con datos índice medio de salarios dgec y Departamento de Investigaciones Económicas bcu.
Cuadro 5. Valor real de las jubilaciones y salario (1968-1977)
Fuente: Equipos Consultores: «La situación social de los ancianos en el Uruguay», 1978.
Si comenzamos el análisis en 1974, en cambio, los datos indican que se favorece al Interior rural y a Montevideo y al sector público frente al privado. En cualquier caso —sin embargo— importa señalar que no fueron los asalariados homogéneamente considerados el grupo social más castigado por la política económica. La información presentada en el cuadro 5 —lamentablemente, solo hasta 1977— indica que, en rigor, el valor real de las jubilaciones decreció en mucho mayor medida que el salario real. También aquí, es probable que la jubilación media encubra considerables diferencias de las variaciones en términos reales, pero no existe información como para analizar el problema.
Más allá de eso, sin embargo, importa anotar que las series encubren algunas diferencias sustanciales en la forma de fijación de los salarios y en la vinculación de estas formas con las tendencias de igualación o diferenciación de los asalariados. Hasta 1968, las formas de fijación de los salarios a nivel de rama y vía consejos de salarios determinaban que el proceso de redistribución del ingreso no pasara a través de la política salarial y que, a su vez, se registrara una relativamente alta diferenciación intersectorial —en hipótesis, mayor que la derivada de la educación o el tipo de ocupación— producto de la capacidad de negociación sindical. Desde 1968 en adelante, la política redistributiva implica siempre una política salarial, pero el mecanismo de fijación centralizada y homogénea de los aumentos de salarios para los diversos sectores de hecho tiende a disminuir las diferenciales de salarios entre diversos niveles educativos, tipos de ocupación y ramas de actividad, homogeneizando al conjunto de los asalariados y fortaleciendo —aunque sea sin quererlo— la capacidad de negociación y la integración de un movimiento sindical unificado. Desde 1973 en adelante la prohibición de la actividad sindical permitió una radicalización en el descenso del salario real, sin oposición activa de ningún tipo, continuándose con la práctica de fijación administrativa de los salarios. Desde 1976, sin embargo, la política oficial pasa a fijar salarios mínimos, por lo que deja librado «al mercado» el incremento de los salarios por encima del mínimo, favoreciendo de hecho el aumento de la diferenciación salarial según tipos de ocupación, nivel educativo y rama de actividad, y heterogeneizando en consecuencia al conjunto de la población asalariada.
Los cuadros 6 al 8 presentan diversas aproximaciones al problema, a los efectos de evaluar el grado de heterogenización. En el cuadro 6 se relacionan los incrementos salariales realmente concedidos por ramas de actividad con aquellos correspondientes al mínimo legal: más significativo que subrayar que en todos los casos se concedieron aumentos es mostrar el comportamiento muy diferencial de las diversas ramas. En el cuadro 7 se presenta la relación entre salarios mínimos y máximos para diversos escalafones del Gobierno central y, como puede observarse, en todos los casos la diferencial de salarios se incrementa muy significativamente respecto a 1969: en los casos de escalafones técnicos-profesionales, la relación entre salario máximo y mínimo es en 1980 mayor a la verificada en 1961. Aun cuando entre 1977 y 1980 parecerían no haberse registrado cambios, puede hipotetizarse que estos se canalizaron a través de la generalización de un régimen de contratos especiales y que estos no solo mantuvieron la tendencia anotada sino que, inclusive, incrementaron la distancia entre el escalafón AaA y los restantes.
Cuadro 6. Incrementos salariales sobre salario mínimo por rama de actividad
(marzo 1980)
Fuente: ciedur, con datos índice medio de salarios dgec.
Cuadro 7. Relaciones entre sueldos máximos y mínimos para el Gobierno central
(*) En pesos; (**) En N$.
Fuente: ciedur; para 1961, 1965, y 1969, Filgueira (1970).
En el cuadro 8, finalmente, se presenta la evolución relativa de un grupo de salarios mensuales medios en una muestra de empresas del sector privado moderno clasificadas por estrato de tamaño, medido aquí por volumen de facturación, y nuevamente, como puede observarse, la diferencial de salarios por tipo de ocupación crece muy significativamente. En términos generales los datos sugieren, además, un peculiar «juego» del factor tamaño de la empresa: la diferenciación salarial es mayor en las empresas mayores, pero en su conjunto tienden a disminuir las diferencias entre los dos diversos tamaños del sector moderno.
Sin perjuicio de la debilidad general de la información disponible y de la necesidad de mayores análisis, la evidencia empírica con que contamos indica —entonces— que en los últimos años se incrementó significativamente la diferenciación salarial en función del nivel educativo, tipo de ocupación y rama de actividad y que el sector pasivo fue el más perjudicado de todos. Cuantificar estos cambios resulta sin duda muy apresurado, pero por lo pronto parece claro que es muy arriesgado afirmar que el conjunto de los asalariados, homogéneamente considerados, pagaron en igual forma los costos del modelo, y, sobre todo, no advertir que en los últimos años se verificaron cambios de importancia en varios de los mecanismos que definen al mercado de empleo, especialmente en términos de diferenciación salarial. Por supuesto, esta afirmación es puramente descriptiva y es necesario avanzar en la explicación,4 pero en cualquier caso es razonable pensar que esos cambios hayan implicado también cambios en las oportunidades de movilidad social. De este modo, parece conveniente reconocer que el modelo aplicado ciertamente devaluó el valor del trabajo —especialmente del trabajo pasado—, pero revaluó la educación e introdujo en el seno de los trabajadores asalariados diferencias seguramente mucho más amplias que las registradas entre 1968 y 1973. La construcción del modelo de experimentación numérica debería considerar estos aspectos, que quizás sean en parte efectos generados por la propia emigración.
Cuadro 8. Evolución relativa de salarios mensuales medios según tamaño
de empresas para ocupaciones seleccionadas (auxiliar 1.º = 100)
Fuente: CIEDUR, en base a Encuesta de Remuneraciones de Price Waterhouse, Peat and Co.
Si esta caracterización general de las tendencias a la diferenciación entre los asalariados es razonablemente adecuada, las estrategias de supervivencia posibles también variarán. En la inexistencia de organizaciones sindicales, es probable que sea mayor la variación a nivel micro, no dependiendo la estrategia de la identificación con el conjunto homogéneo de los asalariados, sino de la capacidad de cada hogar de utilizar eficientemente sus recursos realizables en términos de ingresos y de la distribución diferencial de esos recursos.
De acuerdo a una definición preliminar de pispal (1979), el concepto de estrategia de supervivencia implica una dimensión de reproducción material y otras de reproducción biológica. La reproducción material puede analizarse desde el ángulo de las estrategias de obtención de recursos —especialmente, en economías de mercado, ingresos— o de organización y pautas de consumo; se vincula así, en buena medida, a los problemas relativos al trabajo y, en las sociedades capitalistas, al mercado de empleo (Farrel y Di Paula, 1979; Marshall, 1978). La reproducción biológica incluye comportamientos demográficos tales como la formación y disolución de las uniones, la fecundidad, las pautas de crianza de hijos, cuidado de ancianos, definición y manejo de la salud y las formas de organización de la familia. Como puede observarse, el concepto es amplio y tiene la ventaja de sugerir que es muy difícil captar el verdadero significado de un comportamiento específico referido a un área cualquiera, en la medida en que no se vincule al sistema de estrategia del actor: las estrategias siempre son alternativas de algún grado.
Para el caso uruguayo, como indicamos, nuestra hipótesis central es que las estrategias de supervivencia de los diversos tipos de asalariados en los últimos quince años viabilizaron la aplicación del modelo y de alguna manera implicaron diversos tipos de adaptación —obviamente, no hay aquí un juicio de valor—. Lamentablemente, la disponibilidad de información sobre los diversos componentes es muy desigual, y hay temas totalmente desconocidos como, por ejemplo, los relativos a los cambios en la composición de la canasta de consumo. En este capítulo analizamos aquellas estrategias que consideramos centrales y sobre las que existe información suficiente. En general nos referimos al departamento de Montevideo, por razones de disponibilidad de información y, además, porque fue en este departamento donde se concentró en mayor medida la crisis social: en el largo plazo, soportó un mayor descenso del salario real; generó la gran mayoría de la emigración (Aguiar, 1978) y fue el único ámbito en donde el conflicto social adquirió características verdaderamente importantes, llegando a reclutar la oposición política más clara casi el 33 % del electorado en 1971 (Aguiar, 1980).
Como resulta claro, la principal estrategia seguida fue el aumento significativo del trabajo personal y familiar. Los cuadros 9 y 10 presentan la evolución de las horas medias de trabajo semanal por persona ocupada en Montevideo y la evolución de algunas tasas de actividad seleccionada.
Como puede observarse en el cuadro 9, el incremento de las horas medias de trabajo semanal por persona ocupada resulta singularmente claro y sistemático entre 1968 y 1979, tanto para hombres como para mujeres. No hay en el período ninguna inflexión importante en la curva, lo que hace creer que el proceso implica en realidad una difusión generalizada y bastante institucionalizada de pautas. En todo caso, es importante señalar que probablemente la forma de construcción del promedio subestime en realidad el incremento, en la medida en que se tomó un promedio de 52 horas semanales para aquellas personas que trabajan más de 48 horas. En la medida en que el porcentaje de personas en esas condiciones tendió también sistemáticamente a crecer, es más correcto suponer que el promedio del grupo superior debió haberse considerado móvil, y, en ese caso, la resultante en horas medias debió incrementarse más. Aún así, en esta estimación conservadora, el trabajador medio incrementó su trabajo en un 7,5 %.
Cuadro 9. Horas medias de trabajo por ocupado por sexo (Montevideo, 1968-1979)
Fuente: ciedur, con datos de las encuestas de hogares dgec.
Cuadro 10. Tasas de actividad seleccionadas de Montevideo (1967-1979)
Fuente: ciedur, con datos de encuestas de hogares dgec.
El cuadro 10 presenta la evolución de las tasas de participación en el mercado de empleo para diversos agregados de la fuerza de trabajo. Como puede observarse, la tendencia es acá también creciente, pero la forma de las diversas curvas es marcadamente diversa a la forma registrada en el análisis de las horas medias de trabajo: el fuerte incremento en las tasas de participación se verifica entre 1974 y 1976 y, en general, es razonable pensar que el incremento en la tasa global es explicado por el incremento en la tasa de actividad de la fuerza de trabajo secundaria (fts) —aproximada aquí a través de la tasa de actividad de todos aquellos mayores de 14 años menos los hombres entre 25 y 54 años. Más interesante aún es recalcar el comportamiento básicamente similar en los tres subconjuntos de la fuerza de trabajo secundaria: mujeres, personas de 14 a 19 años y personas de 55 años y más. En los tres casos el incremento se verifica entre los dos años indicados, sugiriendo que la evolución en el comportamiento de los tres grupos está básicamente explicada en muy buena medida por factores comunes, aun cuando, en rigor, las motivaciones que definen su incorporación o mantenimiento en el mercado de empleo son en general muy diversas.
La primera estrategia fue, entonces, el sobretrabajo. Como se ha mostrado en otros contextos, el comportamiento de la fuerza de trabajo primaria y el de la fuerza de trabajo secundaria es, en rigor, diverso. En la medida en que el trabajo de la fuerza de trabajo secundaria se vuelca al mercado para complementar ingresos del hogar, paradojalmente su oferta crece cuando el salario real disminuye.5 Al hacerlo, cumple de hecho un papel similar al del ejército industrial de reserva, permitiendo deprimir los salarios por exceso de oferta. El salario real recibido por cada trabajador aisladamente considerado, de esta forma, también disminuye, pero es más difícil saber qué ocurre con el ingreso real del hogar, en la medida en que cada hogar vierte al mercado mayor fuerza de trabajo. En definitiva si el incremento de fuerza de trabajo es mayor que el decremento del salario real, el ingreso real del hogar aumentaría.
La emigración fue, sin duda, una estrategia central, y hay muchos factores que contribuyen a explicarla. Como muestra el cuadro 11, la emigración internacional fue peculiarmente selectiva, en términos de edades, niveles de instrucción, condición de actividad y tipo de ocupación. En rigor, las categorías más propensas a emigrar fueron los hombres, los jóvenes de 20 a 29 años, las personas con formación universitaria o técnica, los activos —sobre todo los desocupados—, los empleados y obreros del sector privado, personal ejecutivo y operarios, artesanos y jornaleros. Es más difícil saber si la emigración internacional fue una estrategia individual o de hogar y si, siendo la primera, se mantuvo algún tipo de vinculación económica con el hogar residente.6 En cualquier caso, importa anotar que se reclutó principalmente en Montevideo.
En las explicaciones prevalecientes —incluyo en primer lugar la mía propia, porque la intención es crítica (Aguiar, 1978)— la emigración internacional se explica fundamentalmente por el descenso del salario real y el aumento de la desocupación, coadyuvadas por el elevado grado de devaluación educativa existente en el país en torno a 1970, las oportunidades ocupacionales en países vecinos y los procesos de restricción política. En las aproximaciones iniciales a nuestro modelo (Aguiar, Astori, Gascue, 1979), la emigración depende directamente de la desocupación, el salario real, el contexto político y la política migratoria, no incorporándose las oportunidades ocupacionales en países vecinos simplemente por restricciones metodológicas. Aproximaciones más o menos generales han sido intentadas en los diversos trabajos existentes (Petruccelli, y Fortuna, 1978; De Sierra, 1977).7
La teoría es básicamente satisfactoria para explicar ex post facto la expulsión, pero implica algunas limitaciones que es bueno establecer con miras a completarla. En primer término, la teoría no incluye los efectos reactivos de la emigración con relación al mercado de empleo: es razonable pensar que, ceteris paribus, la emigración disminuyó la desocupación y, vía escasez de oferta de mano de obra, contribuyó al aumento del salario real; los hechos indican, sin embargo, que fue después de registrados los picos migratorios que la desocupación alcanzó sus límites superiores y que el salario real continuó bajando. En segundo lugar, al situarse a un nivel macro la teoría tiene dificultades para considerar a la emigración una estrategia alternativa a otras posibles, y, al no considerar estrategias alternativas, la teoría no puede explicar adecuadamente por qué, manteniéndose los dos aspectos básicos —descenso del salario y altas tasas de desocupación—, la emigración tiende a disminuir significativamente.8 Una teoría más adecuada, en nuestra opinión, debería incorporar a la emigración en el marco de una gama de estrategias de supervivencia en general y oportunidades de movilidad social en particular, y debería poder explicar cuáles fueron las estrategias alternativas y las oportunidades de movilidad social que permitieron disminuirla. Al mismo tiempo debería poder analizar los efectos de la emigración en el conjunto del sistema: dado el carácter extremadamente selectivo que ya fue anotado y, dados los procesos de heterogeneización de los asalariados subrayados en el punto anterior, el modelo de experimentación numérica debería poder abrir la fuerza de trabajo en ramas de actividad, niveles de educación y tipos de ocupación, si pretendemos desarrollar proyecciones a mediano plazo y una adecuada capacidad explicativa.
Existe mucha menos información como para analizar otras hipótesis relativas a estrategias de supervivencia. Es posible agrupar cuatro grandes tipos de estrategias que requerirían examen, o, al menos, algunas hipótesis orientadoras para su cabal evaluación: estrategias de movilidad social a través del cambio ocupacional o la emigración interna, estrategias de disminución de los costos fijos del hogar a través de la redefinición del tipo de familia, estrategias relativas al comportamiento reproductivo y estrategias relacionadas propiamente con la recomposición del consumo —más cercanas, estas sí, a estrategias de subsistencia puras—. En este documento presentaremos algunas ideas sobre las tres primeras, sobre las que es posible avanzar más empíricamente y que se conectan en mayor medida a la construcción de nuestro modelo.
Es razonable pensar que en los últimos años se incrementó significativamente la movilidad social a través de cambios ocupacionales. Pensamos que es la principal estrategia alternativa a la emigración en el tipo de población más propensa a emigrar. Lamentablemente, no existe información precisa sobre el tema, pero es razonable suponer que la revaluación de la educación indicada y el aumento de la diferencial de salarios entre ramas de actividad y tipos de ocupación generaron un grado de movilidad de la mano de obra bastante superior al registrado entre 1968 y 1973. La investigación disponible indica que la predisposición a la movilidad laboral correlaciona con la edad, el sexo y la educación en forma bastante similar a las registradas al analizar la predisposición a emigrar (Jefferys, 1965; Grisez, 1970), por lo que la hipótesis de que la movilidad social a través del cambio ocupacional es una estrategia alternativa a la emigración es por lo menos plausible. Conviene adelantarse, sin embargo, a un argumento en contra: la distribución del empleo por tipo de ocupación principal —el mejor proxy, al fin y al cabo, que las estadísticas oficiales nos ofrecen para medir la movilidad estructural— indica que a nivel nacional, en el período intercensal, o a nivel montevideano, entre 1968 y 1979, los cambios fueron propiamente insignificantes (Jauge, 1980). Cabe pensar entonces que, si hubo movilidad, fue propiamente de reemplazamiento, y que el carácter alternativo de la emigración y la movilidad social debieran conceptualizarse así: si hubo emigración fue porque no había alternativas de movilidad social; la emigración generó, a su vez, oportunidades de movilidad de reemplazo que explican la mayor parte de la movilidad registrada. Aunque la economía no hubiera generado oportunidades de movilidad igualmente las hubiera habido por reemplazo. Hay indicios además de que la economía las generó. En cualquier caso, el tema requiere mayores análisis.
Cuadro 11. Composición social de la emigración
y de la población restante en Montevideo
Fuente: Aguiar (1978).
Es razonable pensar también que en los últimos años variaron significativamente las tendencias de las migraciones internas, lo que en alguna medida debiera vincularse también con la movilidad ocupacional. Hasta el momento no disponemos más que de estudios preliminares del tema, en general de carácter descriptivo, que no explican completamente el volumen, la composición del flujo ni la distribución de origen y destino de las migraciones internas aunque proporcionan un marco adecuadísimo para su análisis (Martorelli, 1978; Petruccelli, 1979; Barriola y Pereira, 1970; Lombardi y Veiga, 1978; Petruccelli, 1979; Niedworok y Prates, 1977). La poca información disponible indica, sin embargo, que en los últimos años se incrementó la emigración de Montevideo hacia el interior del país, se constituyeron nuevos microcentros de atracción de mano de obra (mtss, 1977), se restringió la emigración hacia Montevideo, aun contando las tendencias generales de metropolización y, en su conjunto, hubo cambios significativos en el perfil de la ocupación en diversos agregados regionales (Mirkow, 1979).
Se sabe muy poco sobre la evolución del comportamiento de la población uruguaya en términos de pautas prevalentes de formación y disolución de uniones y de organización del núcleo familiar. Los estudios disponibles indican comportamientos diferenciales según estrato social en la determinación de la nupcialidad (Altez, 1974) y una tendencia de largo plazo a la disminución de la edad media de matrimonio del hombre (Graceras, 1979) y de la mujer (Altez, 1974). De todas maneras, parece claro que las pautas de organización familiar sufrieron cambios importantes, que en el largo plazo implicaron una disminución del tamaño medio del hogar (Lombardi, 1976) y cambios significativos en la estructura de la distribución de los hogares por tamaño. Los datos de las encuestas de hogares muestran que aun cuando en Montevideo el tamaño medio se mantuvo, en rigor hubo un cambio en la distribución de los hogares por tamaño (cuadro 12), que indica algunas transformaciones de importancia. No hay información suficiente, pero es razonable pensar que estos cambios indican un incremento del hogar extenso, en el que se incorporan varias generaciones y puede interpretarse en términos de una estrategia de disminución de la incidencia de los costos fijos del hogar y, sobre todo, de redefinición de los roles del trabajo doméstico.9
Cuadro 12. Familias según tamaño del núcleo familiar (Montevideo)*
*Refiere solamente a las familias que tienen alguna persona ocupada. No existen datos para el total de familias en una serie tan extensa.
Fuente: ciedur, con datos de encuestas de hogares, dgec.
En el país hay muy pocos estudios sobre fecundidad. Se sabe que desde muy temprano el país adoptó un comportamiento antinatalista (Barrán y Nahum, 1980); que, sin perjuicio de tasas de fecundidad bajas para la mayor parte de los agregados de población, existen considerables diferenciales de fecundidad entre población rural dispersa, población rural nucleada y población urbana (cinam, 1963); que las diferenciales de fecundidad en el medio rural son significativas si se controla el tipo de rubro productivo dominante y las características del área (Niedworok y Prates, 1977); y que las diferenciales de fecundidad en el medio urbano son también atendibles, si consideramos clase social y educación (Altez, 1974). A principios de la década, los pocos estudios disponibles muestran una predisposición importante a la adopción de mayores medidas de control de la natalidad, especialmente en estratos bajos urbanos (Altez, 1974), y, en su conjunto, la investigación comparativa sugiere que el manejo de la fecundidad es una de las principales variables considerables en una estrategia de supervivencia, que no puede analizarse aisladamente de la evolución ocupacional, educativa y de las alternativas de migración interna. Con fines meramente confirmatorios de estas comprobaciones básicas, en el cuadro 13 se presentan una serie de correlaciones entre la tasa bruta de fecundidad y varias características estructurales para los diecinueve departamentos del país, en el año 1963. En la figura 1 se incluye un grafo de correlaciones entre un conjunto de variables que muestra cómo la fecundidad se inserta en un sistema propiamente autosustentado que sugiere la necesidad de considerar las estrategias prevalentes a este respecto.
Cuadro 13. Correlaciones de tnb* con variables estructurales
(19 departamentos, aprox. 1963)
* Tasa bruta de natalidad.
Fuente: Filgueira, 1976.
Lamentablemente, la información disponible no nos permite aquí hipotetizar las estrategias seguidas, en la medida en que los datos disponibles parecerían ser contradictorios. Como puede observarse en el cuadro 14, los datos indican que en el período intercensal las tasas de fecundidad específica por edades, en general crecieron, con la excepción de las verificaciones en las edades mayores de 40 años. El cuadro 15, en cambio, muestra que entre 1961 y 1977 la distribución de los nacimientos por edad de la madre sufrió cambios importantes, incrementándose significativamente los verificados en las edades tempranas —entre 15 y 24 años—, y descendiendo los verificados a partir de allí. La compatibilización de estos datos con las tendencias anotadas al descenso de la edad de matrimonio de las mujeres y con el incremento de actitudes de control de la natalidad en estratos bajos, debiera integrarse en un estudio más amplio que considerara igualmente el incremento de las tasas de participación femenina en el mercado de empleo y la expansión de la educación de las mujeres en general. En cualquier caso, los datos sugieren la existencia de cambios significativos en el comportamiento reproductivo, y aconsejan mayores reflexiones a los efectos de endogeneizar la fecundidad en la construcción del modelo de experimentación numérica.
Figura 1. Grafo de correlaciones entre variables que afectan la fecundidad
(19 departamentos del Uruguay, aprox. 1963)
tii: tasa de inmigración interna; tei: tasa de emigración interna; tbn: tasa bruta de natalidad
% ocup. sec.: Porcentaje de ocupación en el sector secundario
% tcp Urbanos: Porcentaje de trabajadores por cuenta propia en la ocupación urbana
>% prim. comp.: Porcentaje de población con enseñanza primaria completa
Cuadro 14. Tasas específicas de fecundidad por grupo de edad (1963-1975)*
* Los nacimientos se toman promediando los correspondientes a 1962, 1963 y 1964 (para 1963) y 1974, 1975 y 1976, para 1975. Se distribuyen proporcionalmente los casos en que no existe información por edad de la madre. La población de los años 1963 y 1975 se toma de cifras definitivas no corregidas por subempadronamiento.
Fuente: ciedur, con datos de dgec.
Cuadro 15. Porcentaje de nacimientos verificados en grupos
de edad materna seleccionados (1961-1977)
Fuente: ciedur, con datos de Estadísticas Vitales dgec.
Es razonable pensar que el conjunto de estrategias de supervivencia señaladas tuvo consecuencias importantes en relación con facilitar la viabilidad del modelo. Algunas de ellas pueden señalarse, de otras se sabe mucho menos.
De acuerdo a un cálculo de la Dirección General de Estadística aplicando una ecuación compensatoria, los emigrantes en el período intercensal fueron aproximadamente 185.000. Existen estimaciones mucho mayores (Petruccelli, 1979) y algunas menores (Heguaburo, 1979). Es una estimación razonable y simplificadora pensar en 200.000 (Aguiar, 1978). En cualquier caso cabe pensar que es una estimación conservadora del impacto emigratorio real: desde 1975 en adelante —en primer lugar— la emigración continuó y, por otra parte la incidencia de la emigración en la natalidad bruta es en el corto plazo mayor que la que tiene en la mortalidad bruta. Con estas bases, se puede aceptar el número sugerido —200.000— y a partir de allí estimar los volúmenes de emigrantes a partir de ciertas categorizaciones básicas (cuadro 16).
Pese a la emigración, el modelo contó con mano de obra abundante en la mayor parte de su desarrollo. Como muestra el cuadro 17, las tasas de desocupación crecieron, alcanzando a 13,0 % en el segundo semestre de 1976, una vez superado el pico emigratorio. Buena parte de ese crecimiento, sin embargo, se explica por el crecimiento de las tasas de participación de la fuerza de trabajo secundaria, cuyas tasas de desocupación alcanzaron niveles máximos de 17,6 % en el primer semestre de 1977. Las tasas de desocupación de los jefes de hogar revelan las tendencias similares a la tasa de desocupación global, aun cuando se ubican casi siempre más abajo y lo mismo ocurre en general con las tasas de cesantía. Las tasas de desocupación de la mano de obra más calificada —aproximadas aquí por las tasas de desocupación de personas con educación técnica—, muestra un comportamiento peculiar: sus tendencias al alza fueron menores —quizás por haber abastecido regularmente el flujo emigratorio— (Aguiar, 1978) y su tendencia al descenso fue muy rápida, quizás porque el modelo implicó algunos cambios importantes en la demanda de mano de obra calificada y, en un contexto general de abundancia de mano de obra relativa, ese segmento específico registró escasez.
Cuadro 16. Impacto estimado de la emigración entre 1963 y 1975
Fuente: Aguiar (1978).
Cuadro 17. Tasas de desocupación seleccionadas (1968-1979)
Fuente: ciedur, con datos de encuestas de hogares, dgec.
De acuerdo a las tendencias analizadas, el modelo experimentó cambios muy importantes —y con efectos probablemente contradictorios— en la composición de la población activa. Como muestra el cuadro 18, la composición de la fuerza de trabajo en términos de sexo y edad muestra un incremento significativo de las mujeres —pasan del 31,0 al 37,4 % de los ocupados, entre 1968 y 1979— y de los menores de 24 años —pasan del 16,2 % al 21,0 % en el mismo período—; también aumentan los mayores de 55 años —pasan del 12,0 al 13,4 %—; pero la incidencia de este incremento en el conjunto es minoritaria. A su vez, como muestra el cuadro 19, los cambios de la calificación de la fuerza de trabajo son también significativos: las personas con formación técnica, secundaria segundo ciclo y superior pasan del 20,0 % de los ocupados en 1970 al 22,3 % en 1973 y al 30,6 % en 1979. Si conectamos estos dos cambios con el incremento verificado en las horas de trabajo, parecería claro que toda afirmación sobre evolución de la productividad —que es realmente central en la caracterización del modelo en general y en la discusión en particular de la problemática relativa al salario y la distribución del ingreso— es en sí problemática, si no propiamente apresurada.
El cuadro 20 resume la información disponible para evaluar algunos cambios en la evolución del trabajo por hogar, que indican que si consideramos la evolución del promedio de personas ocupadas por hogar con personas ocupadas —que depende, obviamente, de las tasas de participación específicas— y la evolución del promedio de horas trabajadas, entre 1968 y 1979 el hogar medio incrementó su volumen de trabajo un 16,9 %. Estudios recientes sobre la evolución del costo real de vida, indican que «en mayo de 1979, una familia de trabajadores debía realizar un 54,8 % más de esfuerzo para poder consumir al nivel cuantitativo y cualitativo promedial de 1968» (Cancela, 1979, b). Nuestros datos indican que esa familia promedio pudo realizar, en rigor, un 16,9 % más de esfuerzo, de donde la diferencia —siempre manejándonos con estos promedios, que homogeinizan lo que en la realidad se heterogeiniza cada vez más— se sitúa en un 37,9 %. Sobre esta diferencia promedial, hay que situar los incrementos salariales concedidos por las empresas por encima del salario medio (supra cuadro 5) y los diversos mecanismos de financiamiento al consumo que se han desarrollado canalizando los excedentes apropiados por el sector financiero (Cancela, 1979). Es en torno a eso donde hay que situar las otras estrategias de supervivencia anotadas y, sobre todo, donde hay que abrir las diferenciaciones de salarios y retribuciones que se registran de acuerdo a nuestras hipótesis.
Cuadro 18. Composición de la fuerza de trabajo por sexo y edad (1968-1979)
Fuente: ciedur, con datos de encuestas de hogares dgec.
Pensamos haber desarrollado una argumentación plausible —si no comprobable— sobre los siguientes aspectos básicos, que pueden considerarse conclusiones del trabajo provisoriamente aceptables para avanzar en nuestra estrategia de investigación.
a. El modelo concentrador y desigualador aplicado en el país implicó de hecho procesos de diferenciación en el seno de la población asalariada que fueron singularmente importantes. Es difícil saber si la diferenciación entre algunos grupos de asalariados alcanzó un grado similar a la registrada en la distribución funcional del ingreso entre asalariados y otros sectores, pero no se puede ignorar que es importante y —en nuestra opinión— crucial para evaluar las verdaderas características del modelo. En cualquier caso, debiéramos considerar la posibilidad de incorporar al modelo desagregaciones de la demanda de trabajo que permitieran tratar adecuadamente estos aspectos.
b. La principal estrategia fue el sobretrabajo, que implicó el aumento significativo de las horas medias de trabajo por persona ocupada y el incremento de las tasas de participación de la fuerza de trabajo secundaria. Sobre esa estrategia básica se acumulan la emigración y la movilidad social, que son propiamente alternativas entre sí a lo largo del tiempo. Es razonable creer que la emigración fue la principal alternativa para personas jóvenes, de alta educación relativa, reclutadas en medios urbanos y vinculados al sector privado, en la medida en que no se abrieron oportunidades de movilidad social. En la medida en que estas se abrieron —en buena parte por efecto de reemplazo de la propia emigración—, la estrategia seguida fue el cambio de ocupación, «aprovechando» los incrementos en la diferenciación salarial según ramas, tipo de ocupación y nivel educativo. Parece claro que para el adecuado tratamiento de la emigración debiéramos considerar la incorporación de las alternativas de movilidad social. La construcción teórica y empírica de esa variable es de importancia central.
c. Estrategias complementarias fueron la migración interna y el cambio en la composición del hogar, dirigida aquella hacia microáreas atractoras de mano de obra y esta última hacia la disminución de la incidencia de los costos fijos del hogar. No es posible saber si se registraron cambios en las pautas de nupcialidad o fecundidad, aunque es razonable pensar que así sea. Nuestro modelo de experimentación debiera estudiar la posibilidad de endogeneizar la fecundidad si es que queremos experimentar a mediano plazo diversas alternativas de proyección de la población oferta de fuerza de trabajo y distribución de ingreso.
d. Como resultado de todo esto, el modelo contó con una abundancia relativa de fuerza de trabajo que le permitió mantener bajos los salarios, y el cambio en la composición de la fuerza de trabajo aparece como manifiesto. La fuerza de trabajo tiene una diversa composición en términos de sexo y edad —es más femenina y tiene proporciones más altas de las edades extremas— y, sobre todo, ha experimentado cambios importantes en términos de calificación. En la medida en que se carece de cifras que permitan determinar la evolución total de la ocupación en el período a nivel nacional, y en que se ha registrado un incremento significativo de las horas medias de trabajo por persona ocupada, parece claro que es apresurado hacer cualquier afirmación respecto a la evolución de la productividad. En cualquier caso, sin embargo, debiéramos hacer mayores indagaciones al respecto, porque la información disponible permite pensar que cualquier afirmación sobre el tema debiera desagregar la ocupación por rama, tipo y nivel educativo.
Cuadro 19. Composición de la fuerza de trabajo según nivel educativo (1970-1979)
Cuadro 20. La fuerza de trabajo familiar
(1) 4.º trimestre; (2) 1.er semestre; (3) 2.º semestre.
Fuente: ciedur, con datos de encuestas de hogares dgec.
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1.
Texto del volumen 1 de la colección Temas Nacionales, de ciedur y Fundación de Cultura Universitaria, publicado en Montevideo en 1981. Una versión preliminar y resumida fue presentada al seminario «El Uruguay de los 70. Balance de una década», organizado por ciedur en 1980
2.
Aun cuando el término estrategias de supervivencia tenga connotaciones que evocan economías lewisianas, con amplios sectores de población en condiciones límites de subsistencia, en rigor esto no es una implicación necesaria del concepto, que puede ser generalizado a otros contextos que se alejan bastante de ese modelo.
3.
Se cuenta con información muy agregada sobre distribución funcional del ingreso para todo el país y distribución de los ingresos salariales por hogar para Montevideo. Para el año 1976 existe información sobre distribución de los ingresos por hogar para cinco ciudades. No existen estudios importantes sobre el tema —el único disponible es claramente apologista (Bensión y Caumont, 1979) y simplemente presenta datos descriptivos. Resulta claro que en esas condiciones es muy aventurado precisar la incidencia que en la distribución del ingreso tienen la política salarial, la recomposición sectorial de la producción, los cambios en la distribución a nivel regional, o aun, la metodología asumida para medir todos esos efectos. Los estudios disponibles sobre otros países aconsejan múltiples precauciones (por ejemplo, De Pablo, 1977). Las discusiones conocidas a propósito del modelo brasilero —sin perjuicio de las diferencias marcadas entre sus resultados y los verificados para el Uruguay— sugieren la necesidad de atender a los cambios en la composición de la demanda de fuerza de trabajo, las variaciones en el nivel educativo y los procesos de migración interna cuando se trata de estudiar estos temas y, sobre todo, de caracterizar específicamente la incidencia de la política salarial (Flashlow, 1973; Langoni, 1973).
4.
Estudios realizados en Argentina sugieren una importancia prevalente de la diferenciación intersectorial entre ramas de la industria, una incidencia efectiva del tamaño de la empresa y una peculiar baja diferenciación entre sectores urbanos que es menor que las diferenciales de productividad, sugiriendo el peso de factores institucionales importantes, en el marco de un mercado caracterizado por bajos grados de heterogeneidad y discontinuidad, probablemente menores a los que pueden registrarse a nivel simplemente productivo o tecnológico. La relevancia de estos resultados para nuestro estudio parece obvia (Llach, Gerchunoff, 1978; Marshall, 1977).
5.
En una investigación preliminar sobre comportamiento de algunos segmentos de la fts, que desarrollamos actualmente con Agustín Canzani y Augusto Longhi, se verifica que la tasa de desocupación de la población femenina depende en alguna medida de las motivaciones con las cuales se incorpora el mercado: es siempre menor cuanto más pesan las necesidades específicas de obtener ingresos y es mucho más alta cuando pesan motivaciones de independencia económica o realización personal. Agradezco a Longhi la sugerencia de presentar el siguiente cuadro, que debe vincularse con las menores aspiraciones salariales de la mujer (Standing, 1975) y, como puede entenderse, contribuye a verificar la teoría del efecto depresor.
Tasa de desocupación de población femenina de Montevideo (14-15 años) según motivación para trabajar (1980)
Fuente: ciedur, con datos de Equipos Consultores Asociados.
6.
La información disponible para 1971 sugiere que los emigrantes se reclutan similarmente entre casados y solteros, incluyendo un considerable número de unidades familiares emigrantes de un tamaño medio de 2,12 personas. Es razonable pensar que entre 1971 y 1976 tal tendencia se mantuvo y que eso explica en buena medida el descenso del tamaño medio del hogar verificado entre los Censos de 1963 y 1975 (Instituto de Estadística, 1972; Lombardi, 1976).
7.
Más abierta, también es una explicación parecida la de Walter Cancela: «La solución del país exportador [...] implica [...] que la población —su número y composición— quede determinada como variable dependiente de la variable objetivo, constituida por el incremento de las exportaciones. La vinculación entre ambas tiene lugar a través de una cadena de relaciones entre variables que parte de la función de costos de la empresa exportadora, una de cuyas componentes es el salario, y llega hasta los movimientos migratorios» (Cancela, Vilanova, 1979).
8.
Obviamente, son necesarios mayores análisis de este tema. Aceptando una vieja hipótesis (Martínez Lamas, 1930, Aguiar, 1978), podría considerarse la emigración a partir del presupuesto de un mercado de trabajo integrado entre Uruguay y Argentina, en el que básicamente el Uruguay es una reserva de fuerza de trabajo; al ser así, el cierre del mercado ocupacional argentino puede ser una explicación de la disminución migratoria (1976-1977). Otra hipótesis alternativa o complementaria —según los casos— sería considerar el pico migratorio de 1973-1974 altamente determinado por los procesos de restricción política, que no solo implican emigración propiamente política sino que, para el conjunto de los asalariados, implican también disminución de las expectativas de movilidad social o de satisfacción de necesidades básicas. En ambas hipótesis, sin embargo, cambia el giro de la explicación inicial: los factores coadyuvantes se convierten en centrales y los que eran centrales pasan a ser simples facilitadores.
9.
En un estudio realizado en 1978, encontramos que, en Montevideo, un 10 % de personas mayores de 60 años residen con su pareja en hogares donde también residen hijos casados, un 12 % vivían sin pareja y con hijos casados y un 20 % con otros familiares. En la actualidad, en el marco del mismo estudio indicado en la nota 5 tratamos de indagar cómo se relaciona esa reestructuración del hogar con la reestructuración del mercado laboral. De hecho, en el hogar extenso la mano de obra doméstica anciana libera a la mano de obra femenina, que puede volcarse al mercado de empleo a precios relativamente muy bajos. De acuerdo a nuestros datos, en Montevideo, el 23 % de los ancianos ayuda a cuidar enfermos; el 22 % ayuda a cuidar los niños y el 15 % a cuidar la casa en diversos tipos de actividades que no siempre son estables pero que, de alguna manera efectiva, son mano de obra incorporada al sistema «más allá de las cuentas nacionales» (anepa, 1978).