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La Historia y la historia:
Opinión Pública y opinión pública en el Uruguay1

Time present and time past
Are both perhaps presents in time future
And time future contained in time past.
If all time in eternally present
All time is unredeemable.
What might have been is an abstraction
Remaining a perpetual possibility
Only in a word of speculation.
What migth have been and what has been
Point to one end, which is always present

T. S. Eliot: «Burnt Norton», en Four Quartets

Aunque todavía es un borrador para discusión, el presente trabajo tiene un propósito ambicioso: aspira a servir de base a un programa de investigación científica (pic, en el sentido de Lakatos) que pueda reconstruir, en forma simultánea, la historia de los estudios de opinión pública en el Uruguay y la historia de la opinión pública uruguaya, en estrecha relación con su evolución política y social. El autor no imagina, ni por asomo, que pueda ser él quien complete el pic que se esboza, pero pretende presentar un marco conceptual y un conjunto de pistas de información que puedas ser utilizados por otros investigadores, si es que la propuesta —como supone— tiene algún interés para otros. Se sentiría realmente satisfecho si las notas al pie de página que resumen sus recuerdos personales sobre la historia de los estudios de opinión pública en el país sirvieran algún día para que alguien escribiera una historia más seria sobre el tema.

Dado ese propósito, y habiendo sido en alguna medida protagonista de ambas historias, el autor se tomará algunas libertades de dos tipos: unas, metodológicas, especialmente al referirse a acontecimientos vinculados con la historia de los estudios de opinión pública antes de 1971 y hasta 1985, donde en muchos casos —que resultarán claros para el lector— las referencias serán deudoras de su memoria o su testimonio, más que pruebas precisas que puedan ser reconstruidas independientemente por quien se interese en ellas; otras, sustantivas, también se vinculan con la dependencia de la memoria y determinan que los procesos vinculados con Equipos mori tengan mayor probabilidad de aparecer que los eventualmente vinculables a otros colegas. De todas formas, si este documento cumple su función de invitación al pic, ambas limitaciones podrán corregirse: probablemente casi todos los hechos referidos que carecen de documentación precisa pueden ser confirmados a partir del testimonio de otros autores y actores de las historias en cuestión, y todos los colegas tienen ahora un documento de referencia que pueden enriquecer o corregir, según el grado y tipo de omisión que haya realizado en relación con sus aportes.

El trabajo se divide en cuatro partes. En la primera se presenta un análisis muy sumario de los resultados de las elecciones nacionales del 31 de octubre de 1999, punto de llegada del proceso de largo aliento que, arrancando en la década de los cincuenta, permite reconstruir a la par la historia de la opinión pública uruguaya y la historia de los estudios de opinión en el país. En la segunda se analizan los resultados de esta elección a la luz de una serie de procesos de largo plazo (1950-1999), que se inician con la crisis del modelo de industrialización sustitutiva de importaciones. En la tercera el análisis se concentra en lo que llamaremos procesos de mediano plazo, que comienzan con la restauración democrática (1980-1999). En la cuarta, finalmente, se analizan el corto plazo y el entorno específico de la campaña reciente (1995-1999). En la versión final, esperamos agregar una quinta parte, que pretende presentar algunas pistas para avanzar en el pic sugerido.

1. Octubre de 1999

El 31 de octubre pasado se procedió en el Uruguay a las primeras elecciones generales desarrolladas en el marco de un nuevo sistema electoral.2 El sistema, entre sotros cambios sustanciales respecto al régimen anterior, implica la existencia de una «segunda vuelta» o balotaje para la elección del presidente, la separación de las elecciones nacionales y municipales y el fin de algunos de los mecanismos más relevantes del régimen conocido como doble voto simultáneo, que había otorgado al sistema electoral uruguayo una originalidad internacionalmente reconocida por diferentes autores clásicos en la materia como Duverger, Sartori o más recientemente Nohlen (Duverger, 1987; Nohlen, 1981; Sartori, 1992). Los resultados generales de dicha elección se presentan en el cuadro 1. En el cuadro 2 se presentan los resultados de las últimas encuestas difundidas por las firmas encuestadoras que divulgaron información regular durante la campaña.3

Cuadro 1. Resultado de las elecciones generales (1999, escrutinio primario)

Fuente: Búsqueda, con datos de la Corte Electoral. 4.11.1999.

Cuadro 2. Últimas encuestas difundidas por las firmas encuestadoras4

1 En el caso de Equipos mori, la firma no realizó un pronóstico específico, sino que procedió a presentar hipótesis de alta, media y mínima para cada uno de los partidos. Los resultados verificados se ubican dentro de la hipótesis alta para el Encuentro Progresista y el Partido Colorado, y dentro de las hipótesis bajas para el Partido Nacional y el Nuevo Espacio.

2 Se asignan proporcionalmente los votos observados.

Fuente: Búsqueda, con datos de la Corte Electoral, 4.11.1999.

El triunfo del ep-fa no solo fue amplio. También implicó algunas originalidades relevantes. Al amparo de una tendencia histórica de largo plazo, además de ganar en Montevideo ganó en tres departamentos que se encuentran entre los más importantes del interior del país, entró segundo en otros cuatro también importantes, ganó cómodamente en todas las zonas periféricas de Montevideo y obtuvo una representación parlamentaria suficientemente amplia, que —en caso de perder en el balotaje— le otorga una sólida capacidad de poner límites al futuro gobierno y administrar una oposición que, aun en el caso de ser una oposición leal, puede ser extremadamente molesta.

Aunque, como veremos, el triunfo del Encuentro Progresista era perfectamente previsible, el resultado se alejaba muy poco de las tendencias de largo plazo y era altamente probable si se atendía solamente a elementos de mediano y corto plazo, los resultados electorales tuvieran alto impacto en la opinión «ilustrada». Muchos observadores tienden a creer que las elecciones marcaron el fin del predominio de los partidos fundacionales, llamados hasta aquí «tradicionales», y la probable desaparición de un sistema de partidos que, al menos por su antigüedad, revestía una inmensa excepcionalidad en términos comparativos.5 Los participantes directos no vacilan en calificar el resultado como un acontecimiento histórico6 que para algunos —los ganadores— implica un cambio radical, largamente buscado, en la historia política del país,7 y para otros —derrotados— implica no solo una amenaza sobre su participación en el «botín» político, sino, además, un riesgo para la continuidad del estilo de vida tradicional del país. Probablemente estén muy equivocados, pero al fin y al cabo eso es lo que sienten.

Los análisis políticos difundidos en la semana posterior al acto electoral subrayan algunos otros elementos. Muchos agregan observaciones empíricas de interés. Por una parte, se constata que el ep-fa crece en zonas rurales, en el interior del país y entre los votantes de estratos medios bajos y bajos.8 Por otra, se dice que la izquierda se «tradicionaliza» —en el sentido de incluir una variada gama de propuestas internas «en un cúmulo no siempre cristalino de perfiles diferenciados»—, que desarrolla un discurso que logra combinar «los recónditos códigos del Uruguay batllista» con «el sueño del Nardone propio que alcance a adentrarse electoralmente en el Uruguay rural», que «llega primero en los departamentos más “montevideanizados” y “urbanos culturalmente”, y que el Partido Nacional solo vota bien en una región del país que se va despoblando censo a censo».9 En algunos intentos más explicativos, muchos remarcan, un poco trivialmente, que el crecimiento del ep-fa se explica por la caída del Partido Nacional,10 y en su conjunto se identifican algunos factores más pretendidamente causales con diversa o ninguna ponderación: el efecto de las nuevas reglas electorales, que como mínimo habrían provocado «una muy visible restricción de la oferta electoral de blancos y colorados»,11 la situación económica,12 las características peculiarmente duras de la elección interna del Partido Nacional y sus consecuencias,13 los efectos de desgaste de la coalición de gobierno,14 el atractivo carismático del doctor Vázquez y la capacidad de seducción de su discurso, las pocas posibilidades de que el Partido Nacional se mantuviera alineado detrás del doctor Lacalle, la capacidad del ep-fa de canalizar el deseo de cambio y, al mismo tiempo, de expresar el temor a los cambios derivados de la apertura y la modernidad15 y las tendencias de largo plazo que se asocian a un electorado dividido por edad.16 Pocos analistas subrayan el hecho de que, sin perjuicio de todo lo anterior, la elección es también el resultado de un sinnúmero de cambios significativos en la opinión pública uruguaya y su estructura, y que, mucho antes que cualquier análisis, los estudios de opinión pública realizados en el país desde mucho tiempo atrás anunciaban con toda claridad la alta probabilidad de este resultado electoral.

Indagar esas tendencias de opinión y atender a sus dinámicas de cambio en el largo, mediano y corto plazo es uno de los objetivos centrales de este trabajo, que, a su vez, nos permitirá reconstruir las líneas generales de la evolución de los estudios de opinión en el país. A ello nos dedicaremos a partir del punto 2, infra. En cualquier caso, en lo inmediato, parece claro que para la segunda vuelta, los dos partidos fundacionales —el Colorado y el Nacional— tenderán a unirse detrás de la candidatura colorada, y, aunque hayan dejado en libertad de acción a sus votantes, los líderes del Nuevo Espacio se alinearán con el Encuentro Progresista. La segunda vuelta encontrará, entonces, frente a frente, a dos agrupamientos que, en la percepción de muchos observadores, enfrentará a «la izquierda» y a la conjunción de los partidos «tradicionales», configurando las bases de lo que algunos perciben como un nuevo sistema de partidos,17 cuyas características básicas parecen asemejarse en alguna medida a lo que años atrás habían anunciado algunos protagonistas del quehacer político e intelectual uruguayo.18 «Parecen asemejarse» porque, como veremos más abajo, el tema es al menos opinable19 y puede discutirse si en rigor los agrupamientos en pugna expresan efectivamente tendencias tales como izquierda/centroderecha o conservación/cambio.20

2. El largo plazo: de los cincuenta hasta aquí

Ciertas características de largo plazo del sistema político uruguayo han sido advertidas desde tiempo atrás. Algunas de ellas arrancan en los años cuarenta21 y centralmente remiten al período 1958-1971, el largo período de crisis en el que aparecen las encuestas de opinión pública22 y se produce la quiebra y separación entre varios modelos de país: el del batllismo de posguerra —que postulaba la industrialización sustitutiva de importaciones (isi)—, el del ruralismo —que, con alguna vaguedad, recuperaba y relanzaba la idea de un destino agrario—, el de la apertura económica —que apostaba a la modernización mediante el desarme de los principales mecanismos de la isi— y el de la izquierda —que en 1971 apuntaba a un proyecto que, sin reconocerse explícitamente como socialista, implicaba entre otros cambios radicales la reforma agraria, la nacionalización de la banca y del comercio exterior—.23 En ese marco, aparecían cambios en el discurso político y en el sistema de lealtades y afinidades partidarias que, con pocos cambios, pueden seguirse hasta hoy.

Dentro de ese marco, las tendencias de cambio a largo plazo del sistema de partidos uruguayo han sido advertidas desde mucho tiempo atrás. En un análisis clásico, Luis Eduardo González (1988) data su comienzo bastante antes de 1950. Según su argumento, un análisis de los resultados electorales desde 1940 a la fecha muestra con claridad que, entre los cuarenta y los sesenta, el sistema pasa de un bipartidismo con hegemonía colorada a un bipartidismo competitivo con rotación de los partidos en el poder, y que desde los setenta se adentra en un período de pluralismo moderado, en el que los partidos fundacionales mantienen un claro liderazgo, pero en el cual aparecen competidores dotados de autonomía y relevancia que pueden llegar a cambiar el sistema. En un análisis reciente (González, 1999) muestra con claridad que, si se incorporan a su análisis las elecciones de 1989 y 1994, las tendencias de largo plazo, arrancando en 1971, se mantienen,24 y que, si las elecciones de 1999 responden a la misma pauta, los partidos fundacionales sumados deberían obtener el 57,6#% de los votos y los partidos que llama desafiantes —esto es, el ep-fa y el Nuevo Espacio— el 41,8#% del total de votos por partido. Los resultados presentados en el cuadro 1 indicaban que los primeros obtuvieron un 54,9#% y los segundos un 44,8#% de los votos por partido. Desviaciones pequeñas, entonces, de una serie de largo plazo que muestra extraordinaria consistencia. En el cuadro 3 puede observarse la serie de resultados electorales de las elecciones nacionales desde 1942 a la fecha.

Cuadro 3. Resultados de elecciones nacionales (votos por partidos, 1942-1999)

Fuente: Búsqueda, con datos de la Corte Electoral, 4.11.1999.

Si se atiende a estos datos, los resultados del 31 de octubre no deberían sorprender a nadie. Por el contrario, se trata de una «muerte anunciada», al menos en términos ­empíricos.25 Pero este anuncio es solo una parte del tema. En rigor, la predicción en cuestión no deja de ser descriptiva, aunque, siendo una tendencia fuerte, de largo plazo, pueda usarse para predecir. Pero el tema verdaderamente interesante es indagar más allá de ella: ¿por qué esta tendencia aparentemente irrefrenable?, y, sobre todo, ¿por qué su linealidad, su morosidad a lo largo del tiempo? En este capítulo pretendemos presentar algunas ideas sobre estos puntos.

2.1. Descartando algunas ideas

Antes que nada, conviene descartar dos ideas falsas. La primera de ellas —todavía en boga— refiere a un argumento tradicional del discurso político de todos los sectores, de derecha o izquierda: el Uruguay se habría «corrido a la izquierda». La segunda —menos vigente— refiere a un argumento tradicional del discurso político de la izquierda y particularmente de sus partidos más orgánicos: la estrategia de acercamiento al poder por etapas, que reconoce su núcleo en un partido y que, como estrategia esencial, implica el fortalecimiento del movimiento sindical, se habría mostrado correcta.

La información disponible a partir de las encuestas de Equipos mori es extremadamente consistente en descartar ambas ideas.26 El cuadro 4 presenta información para evaluar la primera y es extremadamente claro, al menos a lo largo de los doce años en que se dispone de información consistente: durante ese período, en el marco de transformaciones ideológicas más bien tenues, la opinión pública uruguaya no solo no «se corrió a la izquierda», sino que, si alguna —moderadísima— tendencia muestra, es un crecimiento de las opciones del centroderecha. No parece razonable, por tanto, interpretar la tendencia de largo plazo que lleva al crecimiento de los partidos desafiantes en términos de corrimiento a la izquierda, al menos si esto se entiende en términos de autoidentificación ideológica de los votantes. Por el contrario, si algo efectivamente ocurrió fue que el ep-fa —el partido situado a la izquierda del espectro partidario— fue progresivamente exitoso en captar el centro político, por lo tanto, resultó ser él quien «se corrió» en términos de autoidentificación ideológica del promedio de sus votantes.

Cuadro 4. Autoidentificación ideológica (en %, circa julio de cada año)

Fuente: Equipos mori, Banco de datos.

El cuadro 5, a su vez, presenta información para evaluar la segunda proposición. Se presentan dos series: la primera indica la proporción de voto ep-fa por estrato socioeconómico y la segunda mide la popularidad de los sindicatos. La primera serie muestra con claridad que la adhesión al ep-fa revela una pauta típica de un agrupamiento «pluriclasista». Afirmado en estratos medios, crece especialmente en estratos altos y medio altos, medio bajos y bajos, aunque mantiene su principal penetración en estratos medios urbanos. La segunda serie indica, en la última década, que la popularidad de los sindicatos decreció en forma apreciable y que, en rigor, todo el crecimiento del ep-fa en los últimos años se ha dado en el contexto de una opinión pública que percibe en términos negativos al movimiento sindical. La suma de ambas permite descartar la idea de que el crecimiento del ep-fa pueda explicarse en términos de un modelo «clasista» clásico, en el que, a partir de una fuerte penetración en estratos bajos, se produce luego la «incorporación» de «capas medias esclarecidas», y permite pensar que dicho crecimiento no se verifica «gracias a» sino más bien «pese a» el fuerte vínculo entre el movimiento sindical y el ep-fa.

Cuadro 5. Popularidad de los sindicatos (saldos netos) y simpatía política
Fuente: Equipos mori, Banco de datos.

Fuente: Equipos mori, Banco de datos.

2.2. Un electorado dividido por edad, y sus implicaciones

En tren de explicar la tendencia de crecimiento de los partidos desafiantes en general y del ep-fa en particular, una idea más fuerte refiere a los efectos de un electorado dividido por edades en un sistema de cultura política en el que las identificaciones partidarias tienen un papel relevante en la determinación de las identidades de algunas —bastantes— personas.

La idea de que el clivaje de edades tenía una fuerte influencia en la determinación del comportamiento político de los uruguayos es muy vieja y clara desde fines de los años sesenta,27 y encuentra su confirmación empírica en todas las encuestas realizadas desde entonces.28 Aun después de un proceso migratorio intenso que recluta migrantes especialmente entre los más jóvenes, el clivaje por edades mantiene fuerte vigencia entre 1980 y 1984.29 Tradicionalmente, Equipos mori ha insistido en sus presentaciones acerca de la importancia del clivaje etario, subrayando que era muy fuerte y lleno de consecuencias en la medida en que creaba lo que desde entonces Ilamamos efecto demográfico.30 Esto es: en un electorado dividido por edad, aun cuando nadie cambie de opinión, el mero pasaje del tiempo implica el crecimiento de los partidos que tienen mayor peso relativo entre los electores más jóvenes. De esta forma, si el clivaje operaba con claridad desde 1971 y se mantenía operante a lo largo del tiempo, el ep-fa debía crecer en forma regular incluso cuando ningún votante de los partidos fundacionales cambiara de manera de pensar.

Falta todavía un demógrafo «duro» que, utilizando los abundantes datos de las encuestas de opinión pública, aplique tablas de mortalidad en un año cualquiera —por ejemplo, 1989— y a partir de allí, aplicando sendas tablas a las cohortes ingresadas al cuerpo electoral entre esa fecha y la actualidad, elabore un modelo que permita estimar con precisión el peso del modelo demográfico. Estimaciones preliminares de sociólogo «blando» llevan a pensar que, en el período 1971-1999, el efecto demográfico da cuenta de proporciones cercanas a un 1#% anual, que deben ser corregidas teniendo en cuenta las corrientes migratorias entre 1971 y 1984. En cualquier caso, sea cual sea la magnitud del fenómeno, los hechos han confirmado con abundancia esa idea original, y aun cuando en 1999 comienzan a aparecer indicios de que el ep-fa pierde peso entre los más jóvenes, la operación regular del clivaje etario a lo largo de treinta años ha sido una de las claves más relevantes del resultado del 31 de octubre. Es más, si en el balotaje no resulta finalmente triunfador —esto es, si escapa por otro período a la prueba de hacerse cargo del gobierno—, puede asegurarse que en el año 2004 el piso electoral del ep-fa subirá aproximadamente un 5#% más como resultado de este efecto demográfico. En el cuadro 6 se presentan algunos indicadores que refieren a la incidencia de la segmentación por edad en las elecciones de 1989 a 1999.

Cuadro 6. Un electorado todavía dividido por edad: intención de voto
por grupo etario circa octubre mes electoral (1989-1999)

Fuente: Equipos mori, Banco de datos.

Pero el efecto demográfico tiene otras consecuencias de interés. La más relevante es la vinculación entre este efecto y la llamada tradicionalización del ep-fa. En un electorado dividido por edad, en el cual las lealtades partidarias tienden a mantenerse, el simple juego del efecto demográfico implica cambios muy relevantes en términos de agentes de socialización. Cuando el fa aparece en la escena política, con un fuerte peso en sectores juveniles, es en buena medida un movimiento de hijos que rompe con las tradiciones políticas recibidas de sus padres. Pero el juego del efecto demográfico en el largo plazo transforma esta situación, y el ep-fa comienza a devenir más que nada en un movimiento de padres que transmiten sus lealtades a sus hijos, lo que agrega al efecto demográfico un segundo efecto relevante: un efecto socialización, extremadamente importante para explicar el crecimiento del ep-fa más allá de lo previsible por el puro efecto demográfico. En un contexto en el que la identificación política es proveedora de identidades para algunas personas, el efecto socialización agrega su grano de arena y se encuentra en la base de los fenómenos discutidos desde pocos años atrás sobre la tradicionalización del ep-fa.31 En rigor, si un partido tradicional se define por su alta capacidad de proveer identidad y su fuerte capacidad de trasmitir identidades de padres a hijos, los partidos fundacionales están dejando de ser tradicionales y el desafiante ep-fa se está convirtiendo en el más eficiente partido tradicional del sistema.

Claro está: puede argumentarse que el efecto demográfico y su derivado efecto socialización solo operan porque los partidos fundacionales no han tenido capacidad de volver a ganar posiciones electorales, y el argumento es correcto. En el párrafo siguiente tratamos de presentar otras tendencias de largo plazo que contribuyen a analizar el tema.

2.3. El argumento Vernazza

¿Por qué los partidos fundacionales, firmemente arraigados en los sesenta, debidamente restaurados en la posdictadura y responsables de gobiernos que entre 1985 y 1999 tuvieron desempeños más que aceptables, no solo no fueron capaces de recuperar posiciones electorales sino que además las vieron deteriorarse sin poder o saber desarrollar estrategias correctivas? Es fácil entender que la respuesta a esta pregunta es crucial en cualquier análisis del proceso de largo plazo, y no es fácil.

Una forma de responderla puede referirse a la cuestión del liderazgo político. Los partidos fundacionales no habrían sido capaces de generar un liderazgo político lo suficientemente atractivo para contrarrestar las tendencias de crecimiento de los desafiantes. De hecho, los líderes políticos más relevantes de los partidos fundacionales son personas con larga trayectoria, que en los casos más significativos arranca antes de la dictadura. Pero algo parecido ocurre en la Argentina, donde hasta ahora el liderazgo de los partidos tradicionales no ha podido ser desafiado con éxito por izquierda alguna. Volveremos luego sobre el tema.

En cualquier caso, sin embargo, no es posible descartar la idea anterior tan solo con el contraejemplo argentino. Pero existen otros argumentos más atractivos y empíricamente consistentes, a los que, por darles un nombre preciso llamaré el argumento Vernazza (Vernazza, 1994), y que refieren a los efectos sistémicos de los efectos «fraccionalizadores» del sistema de doble voto simultaneo que operó en el país durante más de sesenta años: «los efectos sistémicos» y no «los efectos fraccionalizadores», porque justamente de eso se trata.32

La discusión sobre los efectos del sistema de doble voto simultáneo, llamados primero fragmentadores y ahora, en forma más ajustada, fraccionalizadores, han sido identificados y discutidos desde hace más de quince años, y pueden resumirse así: el sistema de doble voto simultáneo lleva «naturalmente» a incrementar la oferta política de nivel «menos uno», porque la estrategia más racional para cada actor es incrementar su capacidad de sumar votos de distintos «minoristas». Al mismo tiempo, la estrategia más racional para todo «minorista» es obtener la mayor cantidad de proveedores —«mayoristas»—, concertando todos los pactos posibles hacia el nivel «más uno». El incremento de la oferta política, que puede medirse en el número de listas, se combina así como el aumento exponencial de los acuerdos, que tienden a expandirse al infinito con la única restricción del lema. En el cuadro 7 se presentan algunos indicadores que permiten medir la magnitud del efecto Vernazza y confirman su desarrollo en el largo plazo.

Cuadro 7. Indicadores de fragmentación de la oferta política en el largo plazo
de los partidos fundacionales

Fuente: Vernazza (1994).

El sistema está lleno de efectos, casi todos ellos malos. Pero tres de ellos son de particular relevancia desde el ángulo que nos interesa. El primero, identificado y medido por Vernazza, muestra que la capacidad del sistema de representar directamente a los electores tiende a disminuir—esto es, que una proporción progresivamente mayor de electores vota a listas que no obtienen representación—. El segundo, mencionado también por Vernazza, sugiere que los cada vez más numerosos candidatos no electos se convierten en acreedores privados de los candidatos a los que agregaron sus votos, con el riesgo sistémico potencial de que sus créditos solo puedan ser recompensados con bienes públicos. El tercero, identificado en un trabajo reciente de Monestier (1999), sugiere la progresiva «mercantilización» del sistema, al mostrar que el crecimiento del número de pactos se orienta progresivamente hacia acuerdos «no principistas», que sugieren que el «minorista» tiende a disminuir sus lealtades y adhesiones hacia los candidatos de nivel «más uno», y a pactar pragmáticamente con el mayor número de ellos de forma de hacer valer sus «restos» electorales. En el cuadro 8 se presentan algunos indicadores complementarios que ilustran la dinámica del efecto Monestier.

Cuadro 8. El efecto Monestier: evolución de sublemas «principistas»
y «no principistas extremos»

Fuente: Monestier (1999).

Aunque el argumento Vernazza refiere a estructuras que no son directamente visibles en la opinión pública, estas ciertamente afectan la génesis de la opinión y es probable que impliquen algunos efectos específicos en su estructura. Si el argumento Vernazza es cierto, probablemente, en forma simultánea con la evolución del sistema, debió aumentar el nivel de identificación partidaria, el nivel de información política a escala local, el sentimiento de powerlessness y el nivel de alienación política. Asimismo, en el largo plazo, el mecanismo debió contribuir al aumento del desinterés político y a la disminución de la participación.33 Deplorablemente, sin embargo, el argumento Vernazza no ha sido utilizado en toda su potencialidad para el desarrollo consistente de estudios de opinión pública.

En cualquier caso, es claro que su primer efecto es una explicación fuerte de la pérdida de la capacidad de atractivo de los partidos fundacionales: el cuerpo de elegidos se encuentra cada vez más lejos del cuerpo de electores y, presumiblemente, el sistema político pierde la capacidad de recibir y articular las demandas de los votantes. El segundo efecto agrega su fuerza específica y tiene probablemente impactos adicionales: en un contexto en el que el Estado pierde capacidad de retribuir con bienes públicos, la masa de «minoristas» es progresivamente subretribuida en sus expectativas y opera como un legitimador potencial del desencanto. En cuando al tercer efecto, aun cuando no contribuye a explicar por qué los partidos fundacionales han perdido capacidad de atractivo, nos permite aventurar algunas hipótesis sobre los escenarios futuros: «minoristas» y operadores locales excesivamente pragmáticos pueden también ser poco leales cuando tienden a decrecer las recompensas que el partido es capaz de ofrecer. Sea cual sea el resultado del balotaje, para el período 2000-2004 el botín de recompensas posible que pueden distribuir los partidos fundacionales ya se ha achicado en forma significativa. ¿Qué harán entonces los «minoristas» pragmáticos?

2.4. En síntesis

De la discusión realizada hasta aquí surgen algunas ideas sobre la historia de la opinión pública uruguaya en el largo plazo, que contribuyen a explicar en buena medida el resultado del 31 de octubre pasado. Una de ellas refiere a los efectos de la distribución de la opinión política en función de la edad —el efecto demográfico— y la conexión de la evolución de esta distribución a lo largo del tiempo con los factores de socialización primaria. Otra refiere a la pérdida de atractivo de los partidos fundacionales, y la relaciona con cuestiones de liderazgo y, sobre todo, con la progresiva desvinculación entre elegidos y electores, fruto directo de la incidencia a largo plazo del sistema de doble voto simultáneo. Una tercera, con la progresiva incapacidad del sistema de retribuir a todos sus «minoristas», que se convierten en legitimadores potenciales del descontento y que devienen, progresivamente, «minoristas pragmáticos», de lealtades potencialmente más débiles al liderazgo político nacional.

Pero no son estas todas las causas del 31 de octubre. Otras, que suponen las anteriores y en ocasiones se vinculan con ellas, operan en el mediano plazo, el ciclo que se abre en 1980, con el voto negativo al proyecto de reforma constitucional propuesto por los militares, y continúa luego con el retorno al régimen democrático, la puesta en marcha de una transición exitosa y la posterior afirmación de un régimen democrático firmemente consolidado. Las veremos a continuación.

3. El mediano plazo: a partir de los ochenta

Hubo pocas encuestas de opinión pública durante el régimen militar, aunque las hubo.34 Pero, de todas formas, el análisis con datos agregados departamentales de los resultados del plebiscito de 1980 y las conclusiones de las primeras encuestas desarrolladas después de él35 eran concluyentes: el proceso militar afianzaba sus adhesiones en los departamentos más atrasados, entre los estratos bajos urbanos, las mujeres, las personas de más edad, las de menos educación, los migrantes internos y los votantes de los sectores más conservadores (Aguerrondo-Heber) en las elecciones de 1971. La oposición, en cambio, las reclutaba entre los jóvenes, los estudiantes, los sectores de más educación, los estratos medios y altos urbanos y los nacidos en la capital, incluyendo abrumadoramente a quienes habían votado al Frente Amplio en 1971. Con esa estructura de adhesiones se llega a las elecciones nacionales de 1984,36 elección de apertura del régimen democrático en la que el Partido Colorado resulta triunfador, con la proscripción efectiva de los tres principales líderes políticos.

Los gobiernos que arrancan en 1985 han sido extremadamente exitosos en la tarea de consolidar un régimen democrático.37 De ese éxito son también responsables al menos los demás partidos, los medios de comunicación, las fuerzas armadas y los sindicatos, que han llegado a operar todos en el marco de una cultura que favorece el mantenimiento de reglas de juego democrático, en grado superlativo en el contexto de los países latinoamericanos.38 Sin embargo, los gobiernos no han sido igualmente exitosos —o no lo han sido en absoluto— en corregir algunas tendencias de opinión que, eventualmente por causas variables a lo largo del tiempo, han sobrevivido en estos quince años y configuran lo que, citando a Marcuse, puede caracterizarse como crisis de legitimación del capitalismo tardío39 y, parafraseando a Freud, mejor podría llamarse el malestar en la democracia. Esas tendencias refieren a la percepción de oportunidades, a la percepción del desarrollo del país, a la continuidad y el eventual desafío al sistema de ideas y valores más difundido en el país y a la valoración del liderazgo y la intermediación política, y configuran el grupo de factores de mediano plazo que se encuentran detrás de los resultados del 31 de octubre.

3.1. La percepción del país

A lo largo de los quince años de régimen democrático, y mientras el país se adentraba en un proceso de crecimiento económico y mejora de la calidad de vida de la gran mayoría de su población, proporciones apreciables de uruguayos sintieron, en forma regular, que su situación económica personal era mala, que su situación laboral se encontraba en riesgo, que en términos de perspectivas la situación del año próximo implicaba un empeoramiento respecto a la actual y, detrás de todo esto, que el país se encontraba estancado o, aún más, retrocedía en términos de desarrollo y bienestar. Es probable que sentimientos parecidos fueran registrados por las encuestas de la década del sesenta, pero la diferencia es que, mientras en los sesenta se vivían como efectos del «desbarrancamiento» de un sistema, a principios de los ochenta se sentían como muy próximamente removibles, en la misma medida en que se consolidara un régimen democrático. El cuadro 9 presenta algunos indicadores que ilustran el talante genéricamente crítico en la percepción del país.

Cuadro 9. Indicadores de percepción de la situación económica del país
(circa julio de cada año)

Fuente: Equipos mori, Banco de datos.

Las explicaciones que los políticos dieron a estos sentimientos fueron normalmente dos: que correspondían a un aspecto temperamental, de pesimismo crónico, próximo a las viejas teorías del «carácter nacional» o la «personalidad básica», o que era el efecto de una estrategia de descontento expresamente desarrollada desde la oposición. En cualquier caso, aunque los gobiernos incrementaron significativamente su gasto en comunicación masiva,40 tendieron a prestar poca atención a este factor, si no a considerarlo una condición de entorno. Pero, ciertamente, analizada en función de los intereses de los políticos de los partidos fundacionales, esa decisión fue un error: es difícil sobrevivir políticamente en el largo plazo en el marco de una opinión pública que tiene una percepción de ese tipo, máxime cuando, en forma probada, la percepción del país se vincula, probablemente en forma causal, con el comportamiento político.

¿Cómo y por qué pudo mantenerse esa percepción en el largo plazo? La respuesta no es sencilla, y lo que sigue, más que una respuesta, es simplemente un inventario no exhaustivo de hipótesis más o menos atractivas, que deberían ser investigadas en estudios de opinión pública.

Un primer factor, obviamente, se vincula con la condición estructural de ligazón entre sistema social y sistema político. Si, como vimos en el capítulo anterior, esa condición tendía a variar, aumentando el grado de desvinculación entre electores y elegidos y creciendo el volumen de políticos «minoristas» potencialmente insatisfechos, es probable que estos fenómenos estén en la base de aquellas percepciones. Es probable que no sean su causa, pero, en todo caso, por cierto, no facilitan su corrección: disminuyen las conexiones entre sistema político y sistema social y fortalecen la plausibilidad de la deslegitimación.

Una segunda explicación posible es de tipo mertoniano, por cuanto recoge las implicaciones de la vieja distinción de Merton41 entre grupos de pertenencia y grupos de referencia. En este caso, la pregunta sería: ¿cuáles son los grupos de referencia con los cuales los uruguayos construyen la evaluación de su propia situación? Los estudios de opinión pública, hasta ahora, no contienen elementos que permitan responder con propiedad esta pregunta. Pero es posible sugerir algunas pistas: entre los grupos de referencia relevantes se encuentran las áreas más dinámicas de los países vecinos —particularmente Buenos Aires y el sur de Brasil—, los familiares uruguayos en el exterior, los uruguayos que han experimentado movilidad social ascendente —asociada, por lo general, a movilidad residencial—, los turistas extranjeros, cuya presencia en el país crece en forma acelerada y, finalmente —efecto Duesenberry—, la población urbana de aquellos países más frecuentemente vistos a través de los medios de comunicación. Si esto fuera así —lo que no es más que una hipótesis—, es posible postular un modelo explicativo, ahora sí más propiamente causal: aun cuando los uruguayos mejoraron significativamente su nivel de vida en los últimos quince años, los grupos de referencia que les sirven de paradigma evaluativo lo hicieron en mayor medida, lo que ha generado una percepción de deprivación relativa que, en términos de la teoría sociológica tradicional, es conceptualizada en términos de atimia y, en términos de la opinión pública, se vive como estancamiento y pérdida de perspectivas.

Una tercera explicación ha sido explorada en el pasado con otros objetivos, y parece interesante retomarla.42 En un modelo —también causal— de tipo heintziano,43 esta percepción negativa puede explicarse, en parte al menos, por fenómenos de incongruencia de estatus. Por una parte, incongruencia «educación mayor que ingreso» en un contexto de devaluación educativa. Aun cuando muchos estudios muestran efectivamente que la inversión educativa tiene retornos efectivos, estos estudios trabajan con valores promedios para el conjunto de los educados. El argumento de la inconsistencia de estatus «educación mayor que ingreso» puede mantenerse incluso en los casos en que promedialmente exista un razonable retorno para la inversión educativa, si es que ese promedio se acompaña de una varianza suficientemente grande como para generar que una proporción alta de contingentes altoeducados se encuentren subretribuidos. Aunque hasta el momento los estudios de opinión pública no han recurrido a este tipo de análisis, la fuerte relación entre educación y voto al ep-fa permitiría pensar que efectivamente operan mecanismos de inconsistencia «educación mayor que ingreso».

En forma congruente con lo anterior, también puede explorarse una segunda hipótesis heintziana, inconsistencia de estatus «urbanización mayor que ingreso», fácilmente vinculable con el desarrollo de asentamientos irregulares y el crecimiento de áreas urbanas periféricas en muchas ciudades del país. Existen algunas evidencias44 de que, en el pasado, la inconsistencia «urbanización mayor que ingreso» podía asociarse con el voto a la derecha del Partido Colorado —típicamente, voto pachequista en las elecciones de 1971— y con la adhesión al proceso cívico-militar en los setenta y a principios de los ochenta, pero, en los ochenta, la pérdida de ambos referentes en la derecha deja en condiciones de disponibilidad a sectores bajos urbanos, que con altos niveles de insatisfacción en su percepción de oportunidades, votan al ep-fa en proporciones crecientemente mayores en las elecciones de 1989, 1994 y 1999.

Todas estas hipótesis, entonces, pueden contribuir a explicar el mantenimiento de percepciones críticas sobre la situación del país y las oportunidades de mejora personal y familiar, que operan como condición de entorno del proceso político de mediano plazo. Aun cuando obtuvieron resultados económicos y sociales más que aceptables, los sucesivos gobiernos no pudieron corregirlas, y a lo largo del tiempo ellas operaron facilitando el crecimiento del ep-fa. Pero, como en el caso del electorado dividido por edad, no operan solas ni ineluctablemente. ¿Por qué los gobiernos sucesivos no pudieron corregirlas? ¿Por qué ningún partido fundacional pudo capitalizarlas? El aislamiento entre electores y elegidos que se infiere del argumento Vernazza puede contribuir a explicarlo. Pero, como veremos, hay otros factores explicativos de interés.

3.2. La amenaza

En promedio, la opinión pública uruguaya recuerda el pasado del país con afecto y valoración. Para muchos, el Estado providente que desde principio del siglo xx asumió el papel de velar por la educación, el empleo, la salud y el retiro de los uruguayos, que se hizo cargo de prestarles los servicios básicos de energía eléctrica, teléfono y agua corriente y que aseguró la difusión y el funcionamiento efectivo de una sociedad democrática y tolerante, fue algo valioso y, en principio, corresponde al orden «natural» de las cosas. Un orden «natural» que, de alguna manera, tiene que ver con un conjunto de ideas—una ideología, quizás— que, aunque haya sido discutido en su tiempo, visto a la distancia es valorado en todas las tiendas políticas del país: el batllismo, la ideología personificada en Batlle y Ordóñez, que orientó todas las transformaciones del país en los primeros treinta años del siglo.45 El cuadro 10 presenta algunos datos para evaluar la aceptación del batllismo «de Batlle y Ordóñez» como matriz de valores y estilos políticos compartidos en diversos sectores y para medir la aceptación relativa del batllismo con relación a otros sistemas de ideas. El cuadro 11, a su vez, presenta información para evaluar la aceptación de dicho batllismo entre simpatizantes de diversos partidos políticos.

Cuadro 10. Valoración relativa de diversos sistemas de ideas en la opinión pública uruguaya (saldos netos positivos – negativos)

Fuente: Equipos mori, Banco de datos.

Cuadro 11. Valoración del «batllismo de Batlle y Ordóñez» (saldos netos, 1993-1999)

Fuente: Equipos mori, Banco de datos.

¿Está equivocada la alta proporción de uruguayos que valora altamente el pasado del país? ¿Es irrazonable esa generalizada simpatía por el sistema de valores que fácilmente se reconoce cuando se habla de Batlle y Ordóñez? Las respuestas a estas dos preguntas son claves cuando se trata de entender la evolución sociopolítica de mediano plazo. y aunque podría discutirse hasta el cansancio el intento de responder dichas preguntas desde un punto de vista valorativo, desde la perspectiva del análisis de la opinión pública la respuesta es bastante clara: la opinión de esa alta proporción de uruguayos es fuertemente consistente con sus experiencias básicas, en el plano de su socialización inicial, y para ellos no es algo obvio que deba cambiar.46 Por eso, quien ataque esa estructura generalizada de sentimientos, conceptos y valores puede ser, en principio, sentido como una amenaza.

¿Quién amenazó, en estos quince años, la estructura de valores básica de la mayoría de los uruguayos? En el discurso político de los sesenta y setenta era fácil encontrar argumentos que afirmaban que «la izquierda amenaza nuestro estilo de vida», y buena parte de la movilización política de la derecha autoritaria se desarrolló sobre la base de esa misma estructura argumental. En el Uruguay democrático de los ochenta y noventa, salvo excepción, no se escuchan argumentos similares, y las excepciones, por cierto, no corresponden a los líderes más relevantes de los partidos fundacionales. Pero es probable, y no necesariamente en forma consciente, que el discurso político de algunos sectores importantes de esos partidos —la lista 15 en el Partido Colorado y el herrerismo en el Partido Nacional— se haya dirigido directamente contra ese sistema de ideas. y en esa medida, en un sentido fuerte, probablemente pueda haber sido percibido como amenazante para quien realmente quisiera mantener vigente el Uruguay de la primera mitad de siglo.

De esta forma, la estructura del discurso político del período democrático sufrió un fuerte desplazamiento. Con razones o sin ellas, lideres relevantes de los partidos fundacionales propugnaron el achicamiento del Estado, la venta de las empresas públicas, la reforma del régimen jubilatorio, la desregulación de la economía, la apertura externa, la flexibilización laboral, la desmonopolización de la enseñanza superior, el fin del sistema tradicional de doble voto simultáneo y la integración regional. Mientras tanto, el ep-fa atenuó en forma significativa su discurso político y su programa de gobierno, y en los momentos culminantes lideró la oposición a todas esas iniciativas. Así, en el mediano plazo, en un entorno en el que proporciones muy significativas de uruguayos veían estancado el país y percibían en términos problemáticos su futuro personal, el liderazgo de los partidos fundacionales se separó de los sentimientos de sus electores no solo por efecto del argumento Vernazza sino por su propia respuesta discursiva y propuesta política. Al atenuar su discurso y acercarlo progresivamente al del batllismo de Batlle y Ordóñez, el ep-fa se puso en las mejores condiciones posibles para, por una parte, captar el descontento económico, y por otra, canalizar el razonable temor al cambio de una población que había vivido su pasado como relativamente exitoso.

Percepción del país y sentimiento de amenaza son, entonces, en hipótesis, dos características de mediano plazo. Pero por sí solas tampoco alcanzan para explicar el resultado. Una tercera característica se agrega, que es también de particular relevancia: el deterioro de la imagen del liderazgo político en general y la pérdida de atractivo relativo del liderazgo de los partidos fundacionales en relación con el liderazgo del ep-fa.

3.3. La imagen de los políticos y el discreto encanto
del liderazgo político de los partidos fundacionales

No disponemos de la información que probablemente proveyeron en forma frecuente las encuestas de opinión pública de los sesenta, pero es probable que en esa década hayan constatado ya un fuerte deterioro de la imagen del liderazgo político en general y del liderazgo de los partidos fundacionales en particular. En rigor, este deterioro fue una explicación clave del surgimiento de los movimientos armados, del tipo de reacción militar y del acercamiento bastante claro que en algunos momentos se verificó entre líderes de los movimientos armados y segmentos de oficiales de alto rango de las fuerzas armadas. Pero el surgimiento del Frente Amplio y el atractivo moral de sus líderes, la renovación que Wilson Ferreira lideró en el Partido Nacional y la renovación atendible de elenco político del Partido Colorado probablemente generaron a principios de los ochenta una revalorización del liderazgo político, fuertemente asociado a la recuperación democrática.

Desde 1985 a la fecha, sin embargo, asistimos a una fuerte pérdida de prestigio del liderazgo político, que en su conjunto sufre una grave erosión en su valoración global como categoría y tiende a disminuir incluso si se promedian los valores de popularidad de los líderes nacionales tomados de a uno.

Una parte de esa desvalorización puede asociarse con el problema más general de la «decepción democrática». En los primeros años de consolidación democrática —digamos: en los primeros meses— la opinión pública advierte rápidamente que el nuevo sistema no satisfaría sus expectativas de mejora económica. Por el contrario: lo haría lentamente, y en el corto plazo los políticos solo daban señales de interesarse en la propia cuestión de la institucionalización política antes que en «los problemas de la gente». El resultado es terrible: durante el año 1985, los termómetros de popularidad de los principales líderes nacionales —Sanguinetti, Ferreira y Seregni— caen abrumadoramente, como puede observarse en el cuadro 12.

Cuadro 12. Termómetros de popularidad de los principales líderes políticos
(saldos netos, Montevideo, 1985)

Fuente: Equipos mori, Banco de datos.

La popularidad negativa del elenco político promedio y de los líderes de los partidos fundacionales, sin embargo, permanece en el mediano plazo, cualquiera sea el indicador que se tome. Si se evalúa la popularidad de políticos específicos —por ejemplo, el presidente de la República y los candidatos a la presidencia de los principales agrupamientos políticos—, los resultados del cuadro 13 presentan evidencia empírica relativa a su popularidad en el conjunto del cuerpo electoral y dentro de sus propios partidos, popularidad que sería aún más negativa si refiriera solamente a los políticos de los partidos fundacionales —porque los líderes políticos del ep-fa tienden a tener saldos positivos—. Los saldos negativos que se verifican en el conjunto del cuerpo electoral son razonablemente esperables dada la fragmentación del electorado entre varios partidos, pero conviene subrayar que son mucho mayores en 1989 que al fin del de 1985, como ilustraba el cuadro 12. Los saldos positivos dentro de cada partido, generalmente modestos, sugieren la fraccionalización interna del partido y, aun cuando tienden a aumentar en 1999 —probablemente como efecto del nuevo régimen electoral—, indican que todos los líderes estudiados recogen rechazos significativos dentro del propio partido al que pertenecen. La información del cuadro 15, por su parte, muestra que, más allá de la poca adhesión recogida por políticos específicos, los políticos en general también tienden a reunir juicios negativos proporcionalmente más altos que los juicios positivos.

Cuadro 13. Indicadores de popularidad de los líderes políticos nacionales (saldos netos)

Fuente: Equipos mori, Banco de datos.

Un cuarto factor, de otro tipo, operó adicionalmente en el mediano plazo: en los últimos quince años, en forma progresiva, la difusión de las adhesiones al ep-fa agregó un refuerzo socializatorio-identitario adicional y erosionó una base firme de la generación de identidades de los partidos tradicionales. En Montevideo, aumentó en forma significativa la segmentación geográfica del comportamiento electoral y, al mismo tiempo, en el interior del país y, especialmente en algunas áreas urbanas, disminuyó en forma atendible la hegemonía local de los partidos fundacionales. Así, en algunas zonas de Montevideo, no adherir al ep-fa pasó a ser un comportamiento progresivamente anómalo, mientras que adherir al ep-fa pasó a ser un comportamiento plausible en casi todo el interior del país.47

Más allá de la existencia tradicional de un clivaje Montevideo/lnterior y de otro clivaje urbano/rural, los pocos estudios basados en un enfoque de tipo «geografía electoral» en los años 1971-1984 no sugerían la existencia de rupturas importantes de tipo geográfico dentro de las ciudades, aun cuando indicaban la eventual incidencia de interacciones entre segmentaciones geográficas y sectoriales —al mostrar, por ejemplo, niveles significativamente mayores de voto al fa en algunas áreas urbanas dependientes de una o dos grandes plantas industriales—. Pero desde el año 1989, con motivo del plebiscito contra la Ley de Caducidad,48 comienzan a aparecer indicios crecientes de segregación geográfica, que no harán sino crecer en los años siguientes.49

En cualquier caso, en 1989, las diferencias de votación entre distintas zonas de Montevideo, aun siendo más visibles que en el pasado, no tenían la relevancia que históricamente presentaban en ciudades como Buenos Aires, Lima o Santiago de Chile. A lo largo de los diez años siguientes, sin embargo, no hicieron más que acentuarse, y si en 1971 la votación al fa era normalmente mayor en las zonas de clase media alta de la costa este de la capital, en 1989 comenzaron a ser progresivamente mayores en los barrios populares y periféricos. Al fin de ese período, la segregación electoral en Montevideo generó, por primera vez, zonas de votación claramente preferencial al ep-fa, que en octubre de 1999 probablemente llegaron a duplicar la votación por el mismo grupo en otras zonas de la ciudad, y agregaron los efectos de socialización barrial a los otros poderosos elementos socializadores «en manos» del desafiante.50

Pero el crecimiento del ep-fa no solo tiene efectos de segmentación geográfica y su correlativa socialización agregada en Montevideo. Además, se produce el desmantelamiento de los centros geográficamente cerrados de socialización para los partidos fundacionales en el interior del país, y el ep-fa llega a superar el 20#% de los votos en bastiones tradicionales del Partido Nacional, como Cerro Largo o Durazno, o en departamentos históricamente gobernados por el Partido Colorado, como Artigas.

3.4. En síntesis

Si las reflexiones anteriores son correctas, a los factores de largo plazo que tendían a anunciar el triunfo del ep-fa en las pasadas elecciones de octubre hay que agregar otros, tal vez igualmente importantes, que operan desde hace quince años en el mismo sentido potencial: desarticular el funcionamiento tradicional de los partidos fundacionales y otorgar a un agrupamiento históricamente surgido en la izquierda la posibilidad de funcionar con las mismas armas que en el pasado habían asegurado el éxito y la duración de aquellos, en contextos extremadamente variados. Esto es: desde el retorno al régimen democrático, el ep-fa es el agrupamiento que funciona más exitosamente en términos de partido tradicional. En un contexto de percepción pertinazmente negativa de la situación del país, percibidas como amenazas las propuestas de transformación de algunos líderes de los partidos tradicionales y consolidada una imagen negativa del elenco político y en especial del liderazgo de los partidos fundacionales, el triunfo del ep-fa se hacía progresivamente más fácil, mezclando dos componentes potencialmente conflictivos: una autoidentificación con sus valores medios en el centroizquierda del cuerpo electoral, con una fuerte valoración del pasado y un común sentimiento de amenaza de perderlo. Quizás fueran estos factores de mediano plazo los que explicaran la pequeña diferencia porcentual entre las previsiones del modelo de Luis E. González y el desempeño efectivo del mayor de los partidos desafiantes.

4. El corto plazo: el gobierno Sanguinetti

Los resultados de 31 de octubre de 1999, finalmente, también dependieron de factores de corto plazo. Aunque, dada la fuerza de todos los factores anteriores, se puede dudar del grado de incidencia que podrían haber tenido los factores de corto plazo, parece obvio que, como en cualquier período de gobierno y en cualquier campaña electoral, debieron de haber incidido en algún grado.51

Tres de ellos, con claridad, parecen haber operado, ceteris paribus, en un sentido inverso al de todos los anteriores —esto es, dificultando el triunfo del ep-fa—: el éxito del gobierno en su política de control de la inflación, el éxito de buena parte de sus políticas sociales y la relativamente buena evaluación que una proporción atendible de la población hizo de la gestión del presidente Sanguinetti —la mejor, en términos comparativos, desde el retorno a la democracia—. Otros tres seguramente operaron en forma ambigua: la reforma jubilatoria, la reforma educativa y la reforma del Estado. Algunos, finalmente, contribuyeron a acelerar el crecimiento del ep-fa: las denuncias sobre corrupción, que contribuyeron a erosionar la imagen de un liderazgo político ya desvalorizado, el desarrollo de la imagen de un liderazgo del ep-fa visiblemente renovado, y muy particularmente el «desmontaje» del sistema electoral tradicional, la separación de las elecciones nacionales y municipales y la corrección de muchos de los aspectos críticos del doble voto simultáneo en particular. Aunque fue planeada fundamentalmente para retener el próximo gobierno en manos de algún partido fundacional, la reforma constitucional parece haber tenido una serie demasiado grande de efectos no previstos, muchos de los cuales contribuyeron a acelerar un proceso no querido por buena parte de sus impulsores.

Es de interés marcar, adicionalmente, algunos efectos propios de las campañas electorales. Dando al traste con las imágenes espontáneas sobre el comportamiento de los «indecisos» y de los que no informan sobre su intención de voto, el ep-fa, como antes el fa, volvió a crecer por segunda vez en los meses finales de la campaña y muy particularmente en el último mes.52 Al mismo tiempo, confirmando un comportamiento que ya se había verificado en 1989 y 1994, la intención de voto por el Partido Colorado cayó de nuevo en los cuatro meses anteriores a la elección, y se recuperó en el último momento debido a una serie de efectos de tipo swing.53 Por último, el Partido Nacional y particularmente el Herrerismo volvieron a crecer en los meses finales de la campaña —como en 1989 y 199454—, aunque en esta ocasión, debido a que el Partido se encuentra limitado como efecto de su elevado nivel de conflicto interno y el deterioro de su posición en Montevideo, no puede retener votos que favorecen a la oposición interna.

Seguramente hubo otros efectos de corto plazo, y los análisis de opinión pública tienen mucho que decir sobre ellos. La desaparición de Volonté, ¿se debió a que pagó los costos de haber participado en la coalición de gobierno —como sugieren muchos políticos y algunos analistas—, o más bien a que la transformación que sufrió en su figura y su capacidad de comunicación a lo largo del período hizo desaparecer de la escena pública a aquel candidato alegre y optimista que creció regularmente entre 1993 y 1994 y perdió por poquísimos votos la presidencia de la República? La derrota de Ramírez, ¿es explicada por la excelente gestión de Lacalle en la campaña política interna o también, al menos en parte, por los efectos propiamente comunicacionales de su elección a Carlos Julio Pereira, cuando, obviamente, debió haber elegido a Ana Lía Piñeyrúa? Si el Herrerismo hubiera permitido que Julia Pou desempeñara el papel que pudo haber desempeñado, ¿qué votación hubiera obtenido? Si Ramírez y Volonté hubieran elegido las estrategias que parecen obvias desde un análisis de opinión pública, ¿habría ganado Lacalle la interna del Partido Nacional? Si esto no hubiera ocurrido, ¿quién habría sido segundo? Y, finalmente, ¿qué habría pasado si la fórmula del ep-fa hubiera sido Vázquez-Astori?

Muchas preguntas y respuestas como estas pueden hacerse y responderse a partir de los análisis de opinión pública sobre el período. En cualquier caso, sin embargo, parece claro que el margen de incidencia de la actividad política en la determinación de un resultado como el del 31 de octubre es relativamente acotado. Las tendencias de largo y mediano plazo hacían de él, en buena medida, un resultado largamente anunciado y hasta cierto punto paradójico: un agrupamiento nacido en la izquierda y con sus adherentes autodefinidos promedialmente en el centroizquierda llega a ser opción de gobierno efectivo, en un sistema constitucional que en parte se pensó para impedirlo. Pero cuando llega e implica una efectiva voluntad de cambio del liderazgo político que gobierna el país, puede dudarse hasta qué grado su programa implica un efectivo deseo de cambio o una reacción frente a lo que sus votantes y muchos de los ciudadanos que votan a otros partidos sienten como una amenaza frente a su estilo de vida tradicional, que valoran en forma apreciable —y en parte con buenas razones—.

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