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¿Una iglesia ausente?
Invitación a construir una pastoral universitaria1

Aunque la presencia de pequeños grupos de cristianos es mucho más generalizada de lo que se observa a simple vista, quien mire rápidamente los principales ámbitos y marcos organizacionales en que hoy se desarrolla el sistema universitario y el sistema de cultura superior uruguayo actual, no podrá más que registrar una muy débil presencia colectiva de la Iglesia Católica: aunque haya eventualmente presencias, no parece haber pastoral.

Aunque las páginas web de la Conferencia Episcopal y de la Arquidiócesis de Montevideo hacen visible la existencia de una Universidad Católica, relevante en sí misma,2 esta es una presencia minoritaria en un sistema de formación superior masificado y diversificado, y nadie puede pensar que alcance con una o más universidades católicas para responder pastoralmente al conjunto del mundo de la vida universitaria e intelectual. Más allá de esa mención, es imposible advertir cualquier referencia a una pastoral universitaria, como la que se encuentra fácilmente en otros países de la región y del mundo si simplemente se busca en Google «pastoral universitaria».3 De forma que esa primera mirada rápida no podría más que concluir que, aun admitida la extrema secularización de la sociedad uruguaya, la Iglesia Católica como colectividad autoconsciente está bastante ausente de los ámbitos universitarios, científicos y profesionales.4

Aunque creo que esto es básicamente así, conviene advertir que no lo es totalmente. O, como se advirtió al principio del artículo, no lo es en el grado en que lo parece. Una mirada que parte de la experiencia cotidiana —que no se registra en Google, ni en las páginas de la Iglesia— puede encontrar muchos indicios dispersos de presencia cristiana en el amplio y complejo mundo de la universidad y la cultura superior. Muy dispersos, por cierto. Ninguno muy importante, seamos francos. Pero muchos. Muchos más de los que puede imaginarse en una primera aproximación y muchos más de los que imagina, siente o visualiza cualquiera de los diferentes núcleos que, en los hechos, son indicio de una presencia activa de la Iglesia en esos ámbitos.

Para no empezar por lo que nos es más cercano —Obsur, Amerindia, el Movimiento de Profesionales Católicos, el núcleo bastante numeroso de profesionales montevideanos vinculado históricamente a la casa hasta hace poco llamada Parroquia Universitaria, incluido el grupo reconocido como «los (más) jóvenes»—, pueden mencionarse varios otros: las Comunidades de Vida Cristiana (cvx) cercanas a la Compañía de Jesús, la gente que se reúne en torno a revistas tan distintas como Misión o Umbrales, la Multiversidad Franciscana y la variedad de grupos que funcionan en torno a ella, las numerosas residencias estudiantiles, los grupos de estudiantes del Interior que se mantienen unidos en Montevideo, las actividades universitarias del Opus Dei, la Asociación de Estudiantes y Profesionales Católicos, las comunidades de profesionales que funcionan en varias diócesis, los estudiantes y profesionales que, en todo el país, participan activamente en ong que articulan saberes profesionales con las necesidades de sectores sociales vulnerables, y la variedad de estudiantes universitarios y profesionales reunidos en torno a diferentes tipos de órdenes religiosas —Hermanos de la Sagrada Familia, Maristas, Palotinos, Dominicas o Salesianos—, etcétera. Son muchos, por cierto, aunque no se conozcan entre sí y aunque carezcan por completo de cualquier referencia de identidad u organización colectiva. y a esos hay que agregar la cantidad de estudiantes, profesionales, intelectuales, autores y educadores que viven comprometidamente su fe, a veces en comunidades de base parroquial, a veces en estructuras específicas de servicios pastorales, muchas veces experimentando su fe en forma aislada, sin sentirse convocados ni articulados en el marco de algún tipo de pastoral que los reúna.

No siempre fue así, por cierto.5 En los años cincuenta y hasta la dictadura, la Iglesia intentó de forma sistemática articular una pastoral universitaria. Todavía muchos recuerdan que en los cincuenta «la Federación» —la Federación Uruguaya de Estudiantes de Acción Católica, fueac—, tuvo fuerza suficiente para participar activamente en la organización del Congreso Mundial de Pax Romana que se realizó en Montevideo en 1962. En los primeros años de los sesenta, el modelo que combinaba la acción católica especializada —jec + juc— con una atención parroquial al conjunto del medio universitario permitió articular una respuesta integrada, que aunque pareció flaquear en el corto plazo, mostró ser más que sustentable en el largo y aún hoy rinde frutos valiosos y perdurables. y antes de eso —aunque los que éramos jóvenes en los sesenta no lo percibíamos—, la presencia activa de intelectuales y profesionales católicos en la vida cultural del país era una constante que arrancaba desde fines del siglo xix y que permitía dialogar en forma fecunda y crítica con la cultura en ámbitos científicos, docentes y profesionales, en la creación literaria y en la crítica cultural. Pero lo cierto es que una vez recuperada la democracia y, sobre todo, consolidada esta y entrado el país en el marco paradójico de la modernización democrática y posmoderna a la vez, la presencia de la Iglesia en el mundo de la cultura superior se ha desdibujado significativamente. Los laicos aparecemos fuertemente desarticulados y el Episcopado en su conjunto parece haberse descansado en la existencia de una Universidad Católica —paradójicamente, en el mismo momento en el que la Iglesia tiene una presencia activa y dinámica en la educación primaria y secundaria y en el que sus aportes en la vida preuniversitaria son marcadamente relevantes.

Hay múltiples evidencias de esta falta de respuesta global, y no es el objetivo de este artículo polemizar sobre el tema ni proponer una explicación —ni siquiera preguntarse por ella—. Pero es claro que algo se debe hacer. La presencia fecunda de la Iglesia en la cultura superior es importante no solo para la Iglesia, sino también y en mayor medida para la propia calidad de esa cultura, y es particularmente importante para los laicos que nos hacemos cargo de vivir nuestra fe en ese medio. En nuestra modesta medida esperamos poder ayudar a construir esos vínculos desde Carta Obsur y desde el compromiso de los grupos en que participamos. Obviamente, tenemos claro que solo será viable trabajando a largo plazo, afirmados en la tradición de la Iglesia, y dando un lugar a todos los que participen de esta preocupación con un amplio sentido ecuménico. Pero hay que comenzar por algo, y para eso quizás sea bueno constatar las ausencias, e invitar a una reflexión y discusión colectiva sobre el tema.